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Cultură

Me fui a levantar a la semana de inducción de la Nacional con Happn

La jornada incluyó salir con un periodista y coquetear con un policía que me decía "bb".

Hace unos meses terminé una relación de casi cuatro años que me dejó con una tusa para no olvidar. Pero después del caos, la rabia y los mocos, sólo quedaron las ganas de salir y de aprovechar todas las cosas que me perdí durante esos años, incluyendo volver a salir con gente con la que el propósito no es tener relaciones de años: gente distinta y ligera con la que no me quería comprometer.

Para muchos, la ternura y el ánimo de un primíparo no es un placer que deba quedarse sólo entre ellos, sino que, por el contrario, se disfruta mucho más cuando ya el paso de los semestres ha apagado el entusiasmo: pal' burro viejo, pasto fresco. Así que, ya sin compromiso alguno, y con la posibilidad de poder probar lo que para varios ha funcionado, se me ocurrió probarme en la semana de inducción de la Universidad Nacional.

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Para no llegar a la universidad e iniciar conversaciones de la nada, decidí bajarme Happn, una aplicación para conocer gente. En este caso, Happn era perfecta para mis intenciones, porque sólo muestra los perfiles de personas con las que uno se ha cruzado: de esta manera podía dar con todos los primíparos con los que no pudiera iniciar una conversación cara a cara.

En el bus de camino a la Nacional edité mi perfil de Happn, que, en principio, toma las imágenes que uno tenga de perfil en Facebook. Usualmente, soy mala para las fotos, en la mitad de ellas no se me ve bien la cara y en la otra salgo con ocho personas más. Terminé escogiendo cinco, incluyendo una en la que salía con mi ex –no había de donde más echar mano y realmente era en la que mejor salía– y otra que tenía en el celular, de esas que uno se toma frente al espejo y que bajo ninguna otra circunstancia hubiera hecho pública. Era una selección bastante decente.

Llegué a la entrada de la carrera 30 con calle 45 antes de las dos de la tarde. Atravesé las puertas y empecé a caminar hacia la Plaza Che mientras sacaba el celular y esperaba que cargara la aplicación. La universidad estaba medio vacía y no se veían los grupos de primíparos que esperaba encontrar revoloteando por el campus. Antes de llegar a la Plaza, ya me habían salido un montón de perfiles de gente con las que la aplicación decía que me había cruzado. Me senté al lado del auditorio León de Greiff y revisé los primeros que ya me salían a unos metros de un tipo que se estaba cortando las uñas y de un grupo de gente que escuchaba música al lado de sus bicicletas.

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Al ritmo de un reggae acompasado por el sonido de uñas volando empecé a darle like a varios perfiles sin ser muy exigente con lo que estaba buscando. Tipo sin camisa en el gimnasio: like. Tipo con una extraña obsesión por El Chavo: like. Tipo tocando guitarra: punto por habilidades artísticas, like.

La conversación sólo podía iniciar en el momento en que las dos partes se han dado like: sólo entonces se crea un crush y se abre una ventana para poder enviar mensajes. Pero hay una forma de llamar la atención antes, y es mandando un 'saludo', una opción que sale inmediatamente después de dar like. Como quería comprobar que sí funcionaba, y quería verme con tantos tipos como fuera posible, empecé a mandar saludos a todos. Resultó ser una estrategia bastante fructífera. Eran las 2:20 y ya había iniciado seis conversaciones. La primera fue con Roberto.

En ese momento empezó a surgir una conversación con un tipo que le ganaba estéticamente al brazo musculoso que presumía Roberto en sus fotos. Dejé de hablarle un rato, al darme cuenta de que podía apuntar mucho más alto: de que la barra podía subirse más. Roberto se hizo sentir.

¿En serio? Si tal vez no hubiera acabado de decirle que, en efecto, trabajaba, le habría podido perdonar el hecho de que saliera con semejante frase de perdedor de película gringa. Perdiste, Roberto.

Mientras tanto, estaba hablando con Felipe, quien hasta ahora era la mejor opción. Todas sus fotos estaban bastante bien. Me di cuenta de que podía darme el lujo de escoger. Entonces me concentré en hablar con él.

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Las señales eran sutiles –o tal vez no– pero la idea era concretar. Y Felipe la cogió.

Comprometerme a un almuerzo completo significaba invertir demasiado tiempo, y sólo tenía un par de horas más para cuadrar otras citas. Teniendo eso en mente, también me inventé el cuento de la amiga, así tenía una excusa para salir corriendo en caso de que las cosas salieran mal o de acortar el encuentro a unos prudentes 30 o 40 minutos.

Esto era en serio. Eran las 2:30 y hasta ahora no esperaba que todo fuera a fluir tan bien y tan rápido, pero la conversación con Felipe estaba cambiando mis suposiciones. Hasta el momento no había dado con ningún primíparo, que era mi misión inicial. Pero tampoco iba a despreciar las oportunidades.

¡Uy! Inmediatamente, tratando de darle toda la naturalidad a cada uno de mis pasos, empecé a caminar de forma extraña mientras buscaba a un tipo de chaqueta negra y gafas. Felipe estaba al final del puente. Le sonreí desde lejos.

– ¿Felipe?
– Sí, hola Tania.
– Hola. ¿Y entonces? ¿Cuál era la frutería de la que tanto hablabas?

Nos fuimos caminando por la 45 hasta llegar a una cafetería. Felipe pidió una pechuga asada y yo pedí un jugo, la única opción posible porque en el lugar no había agua. La conversación fue bastante trivial: me contó de su trabajo, yo le conté del mío, hablamos del mundo laboral, de su familia, de mi familia, de los criterios que la gente usa para decidir qué arte es bueno y cuál no (yo soy artista, sus hermanos también). Esa última parte fue interesante. Debo reconocer que verlo almorzar no fue la mejor idea, a veces era incómodo, y cuando hablaba no comía, y entonces mis 40 minutos se iban extendiendo y le iban quitando tiempo a mis otras posibles citas. Pero en general fue agradable, una buena conversación.

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Cuando Felipe terminó, revisé mi celular: el reloj marcaba las 3:20. Ya era hora. Le dije que la amiga que estaba esperando ya se había desocupado y que me iba a ver con ella. Nos levantamos y me di cuenta de que no tenía un peso, se me había olvidado retirar, y sólo tenía 2 mil pesos en el bolsillo. Si el jugo valía más de eso, estaba jodida. Fuimos a la caja, empecé a sacar mi billetera y Felipe me detuvo.

– No, no. Yo invito.
– No, ¿cómo se te ocurre? Qué pena.
– No, por favor. Es un jugo.
– Bueno, muchas gracias.

No sé si usualmente la gente con la que salgo es muy chichipata o simplemente tiene otra mentalidad, pero yo estoy muy acostumbrada a pagar mi parte, y eso me hace sentir cómoda. Por eso, cuando Felipe se dirigió muy decidido a pagar lo de los dos, me cogió por sorpresa. Dadas las condiciones monetarias, sin embargo, su caballerosidad del Siglo XX me cayó de perlas.

Antes de despedirnos, le pregunté si utilizaba mucho la aplicación y si había salido con más gente. Me dijo que sólo había salido con otra chica, pero que ella le había insinuado muy rápido que tuvieran sexo y eso lo había espantado. Ok. Nos despedimos y volví a entrar a la Nacional a buscar un enchufe, porque mi celular estaba a punto de apagarse.

Después de darme cuenta de que el antiguo edificio de arquitectura al que me dirigía ya no existía, entré a un edificio cercano, el de matemáticas. El edificio estaba desierto, tuve que caminar por varios pasillos largos y silenciosos en los que sólo me crucé con un par de profesores y funcionarios. Finalmente, después de subir y bajar pisos, encontré un enchufe. Me senté en el suelo a retomar algunas conversaciones y a iniciar otras nuevas. Esta vez fui un poco más exigente: la tarea había probado no ser tan complicada después de todo.

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Tipo que tocaba en una banda con un nombre que he escuchado: like. Otro tipo que salía tocando guitarra: like. Estudiante de 19 años, posiblemente primíparo: like. Oficial en la Policía Nacional de los Colombianos: LIKE. No me iba a perder la posible oportunidad de levantarme a un policía. Se llamaba Arley y tenía fotos en uniforme y en moto.

Arley no renunciaba.

No más, por favor, señor agente.

Luego apareció Juan, uno de los tipos con guitarra. No parecía ser primíparo, pero por lo que me mostraba la aplicación, era muy posible que estuviera dentro de la universidad.

No sé cómo sentirme respecto a ese osito…

Bueno, por lo menos andábamos más o menos en el mismo plan. Ya teníamos algo en común.

Osito número 2. Con este si no sé muy bien cuál era el mensaje.

Congelé la conversación por un rato y empecé a hablar con Leonardo, que según su descripción, era periodista.

Eso me asustó un poco. Pero bueno, era periodista. Supongo… (Aquí está el artículo en cuestión)

Ya eran las 4:15. Era hora de concretar la cita número 2.

Dudé en darle mi número, pero al fin y al cabo no había mucho que pudiera hacer con él. Además ya se me estaba acabando la tarde y mis opciones se habían reducido mucho más con mis nuevas exigencias.

A los pocos minutos me llamó Leonardo, quedamos de encontrarnos al frente de la entrada de la universidad, sobre la 30. Llegué y esperé un par de minutos mientras seguía actualizando Happn y seguía sin ver primíparos. A los pocos minutos recibí una llamada.

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– ¿Aló?
– ¿Tania?
– Hola Leonardo, ¿dónde estás?
– Ya te vi.

Colgué y miré alrededor a ver si veía una cara conocida. No vi nada. De reojo vi a un tipo en traje y corbata que descarté. Luego me di cuenta de que el mismo tipo venía directo hacia donde yo estaba y que tenía un parecido con las fotos de Leonardo. Era él. Nos saludamos y cruzamos el puente para ir a buscar un café.

La caminata fue incómoda, me sentía rara con mis converse cafés y mi maleta Adidas caminando al lado de un tipo encorbatado y bien peinado. Terminamos en la misma cafetería en la que había estado con Felipe, al parecer, él único sitio con pinta de café de ese sector. Nos sentamos. El mesero me saludó y me dijo que todavía no tenían agua, por lo que pedí mi segundo jugo del día. Leonardo también pidió un jugo. Todo se sentía más raro que con Felipe. Empezamos a hablar de lo mismo: de su trabajo, de mi trabajo, del mundo laboral, de los sueldos y de la entrevista que él acababa de presentar. Hasta que Leonardo no se pudo contener más y me dijo:

– ¿Y tú siempre eres así de arriesgada?
– ¿Cómo así? ¿Por qué arriesgada?
– Pues sí, ¿siempre le dices de una a un tipo que se vean? ¿Utilizas mucho la aplicación?

En ese punto decidí confesarle mis intenciones: que estaba usando la aplicación para un artículo y que tal vez en otras circunstancias no accedería o propondría tan rápido verme con una persona desconocida. Leonardo me dijo que usaba la aplicación más por curiosidad que por intenciones de levantar. Y que, de hecho, había accedido a verse conmigo porque le había parecido inusual que yo fuera "tan lanzada" y que le hubiera mandado un 'saludo'.

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Luego me contó que el número de saludos que él, como hombre, podía enviar, era limitado. Si quería enviar más de los 10 saludos gratis que le ofrecía la aplicación tenía que empezar a pagar, mientras que a mí, por ser mujer, la aplicación no me cobraba un peso y podía mandar todos los 'saludos' que quisiera, sin ninguna restricción.

Ese hecho me desconcertó. ¿Por qué los hombres tenían un límite para poder llamar la atención de otras personas y las mujeres no? El mensaje que se alcanzaba a percibir debajo de eso era la idea de que los hombres eran seres descontrolados a los que había que ponerles límites, mientras que las mujeres se regulaban bastante bien por su cuenta. Por eso los hombres tenían que pagar para poder gozar de un beneficio que aparentemente la biología les había negado.

Nos levantamos y, una vez más, me invitaron un jugo. Yo me negué. Él insistió. Pues bueno, ya qué.

Volví a la Nacional, y empecé a caminar a ver si me cruzaba con mi última cita del día. En el camino di con un grupo de primíparos –¡por fin!– que estaban en medio de una dramatización de los Juegos del Hambre, o algo así. Me quedé un rato al lado del grupo esperando a ver si tal vez alguno de ellos me salía en los perfiles de Happn. Nada. Esperé un rato más, actualicé la aplicación. Nada. Entonces me puse a caminar por el campus a ver si surgía algo más.

Le di casi toda la vuelta a la Universidad. Nada. Ya estaba oscuro y ya la mayoría de la gente estaba buscando la salida. Volví a mi punto de partida, me senté en la Plaza Che al lado de otro grupo de gente que, como los del principio, también escuchaba reggae al lado de sus bicicletas. Y entonces volvió a aparecer Juan.

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¡Éxito! Eran las 6:30 y parecía que sí iba a poder tener mi último encuentro del día.

Mientras esperaba que Juan me contestara, le insistí a otros para ver cuál podía ser mi broche de oro. No había ningún primíparo a la vista. Todos estaban ya lejos, en sus casas, no contestaban.

Esperé un rato más. Juan no contestaba. La universidad estaba cada vez más sola. A lo lejos alguien empezó a tocar Hotel California en un acordeón. Esa era mi señal para irme.

Así terminó mi día de levante. Casi 26 crushes. Sólo 2 citas. Ningún primíparo. Supongo que al final los primíparos estaban más interesados en conocer a otros como ellos, y que ninguno iba a sacar el celular para buscar un posible crush teniendo al lado varias opciones para escoger. Igual nunca pude saber muy bien dónde estaban, en mi recorrido por la universidad todo se había sentido bastante solo.

Cuando me levanté, noté un tipo que estaba sentado muy cerca de mí, y con el que sentí el impulso de empezar una conversación. Entonces me devolví, saqué un cigarrillo y le pedí que me prestara su encendedor, a pesar de tener el mío en el bolsillo de la chaqueta. Él me lo prestó, prendí el cigarrillo y se lo devolví. Le dije gracias y eso fue todo. No tuve el valor de empezar una conversación desde ceros.

Al final, me di cuenta, esa es la ventaja de este tipo de aplicaciones: reducen algo de lo intimidante que resulta tener una conversación con un desconocido. Por lo menos hacen que quede claro que el otro está al menos medianamente dispuesto a escuchar cualquier babosada que uno vaya a decir, así sea sólo con el propósito de comérselo después. Algo es algo.

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