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Politică

Hablemos de si es legítimo el nuevo Gobierno de Pedro Sánchez

Y de por qué se equivoca Rafa Nadal.

Y en un abrir y cerrar de ojos tenemos nuevo Gobierno. Quien haya pasado una semana de viaje sin activar los datos en el móvil, ha vuelto a España y se ha encontrado con el susto: ¿pero aquí qué ha pasado? Si, mientras espera las maletas en la cinta del aeropuerto, se informa por el grupo de WhatsApp de la familia o el trabajo, puede que la conclusión a la que llegue el recién aterrizado sea algo así como que Pedro Sánchez quedó el otro día para tomarse unos pintxos por Bilbao con Josu Ternera y Pablo Iglesias y que entre los tres decidieron que ya era hora de romper España de una vez.

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“Total, si siempre está crujiendo, vamos a darle el golpe”, se dijo en aquella reunión. Si al llegar a casa el viajero pone la televisión, es muy probable que, mientras deshace las maletas y cuelga los imanes en la nevera, vea en el telediario a Albert Rivera pidiendo que en España manden los españoles (de lo que se entiende que han dejado de hacerlo) o al ya exlíder del PP Mariano Rajoy insinuando que esto ha sido una trampa de Sánchez, un gol en fuera de juego (futbolero hasta el final, el expresi). Al llegar a los deportes, el gran Rafa Nadal opinará, entre victoria y victoria en Roland Garros, que esto es un sindiós y que, según su humilde opinión de estrella del deporte, los españoles deberían poder votar otra vez para poner un Gobierno de verdad, no este que es de plástico, como las raquetas malas.

Y es que el Ejecutivo de Pedro Sánchez arranca con una novedad y un sambenito. La novedad, la de ser el primer Gobierno que surge de una moción de censura exitosa. El sambenito: esto que ha pasado no es legítimo, no está bien, no gusta. Más allá de grupos de WhatsApp o declaraciones en la tele por parte de los interesados, es cierto que en la calle existe un ambiente que se sustenta en cuatro argumentos principales en contra de la legitimidad de este nuevo Gobierno. ¿Los analizamos con calma?

Pactos con nacionalistas / separatistas

Pues sí. Para lograr la presidencia, Pedro Sánchez pactó con nacionalistas / separatistas. Especialmente importante fue la negociación con el PNV, con el que se comprometió a mantener intacto el pacto que unos días antes los vascos habían alcanzado con el PP. Y es que… ¡oh, sorpresa! Resulta que pactar con los separatistas no es una cosa novedosa en España. De hecho, ha pasado siempre. Felipe González, a quien no parece convencerle que su compañero de partido y enemigo íntimo Pedro Sánchez se haya servido de los SÍ separatistas para llegar al Gobierno, logró renovar su mandato en 1993 con la ayuda de… a ver si adivinan: los nacionalistas. Vascos y catalanes, en concreto. También lo hizo Aznar poco después. Tanto se juntó con los nacionalistas que, tras pactar con Jordi Pujol en 1996, empezó a hablar catalán en la intimidad.

El Gobierno de Pedro Sánchez arranca con una novedad y un sambenito. La novedad, la de ser el primero que surge de una moción de censura exitosa. El sambenito: esto que ha pasado no es legítimo, no está bien, no gusta

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El euskera es un idioma más complicado, pero aun así, seguro que algo intentaría chapurrear en su momento el expresidente Aznar por aquel entonces, tras lograr el sí a su investidura de los cinco diputados del PNV.

¿Es pactar una investidura con los nacionalistas “estar gobernados por los nacionalistas”, como repite Albert Rivera? La respuesta es no. No se espera que en el Gobierno de Pedro Sánchez haya miembros de estos partidos ni de ningún otro distinto a la órbita del PSOE. No es tradición en España que el apoyo a un presidente lleve consigo ministerios. Solo Felipe González (vaya por dios) le ofreció a un partido nacionalista que entrase en el Gobierno. Fue al PNV. Y los vascos rechazaron la oferta.

Menudo popurrí de partidos

Pues también tienen razón: menudo popurrí. Así funciona esto. Para lograr echar a Rajoy con la moción de censura (herramienta recogida en la Constitución), era necesario sumar una mayoría absoluta en el Congreso. Esto es que al menos 176 de los 350 diputados que consiguieron su escaño en las elecciones decidiesen que le daban su confianza a una nueva persona (Pedro Sánchez) y que, por tanto, se la quitaban a la que eligieron antes (Mariano Rajoy). Y es que, por mucho que haya quien juegue a símiles futbolísticos (que gobierne el que ha ganado, esto es un robo) no olvidemos que en España, cuando vamos a votar, no elegimos al presidente, sino al Congreso que lo va a elegir logrando sumar mayorías pactando.

Puede no gustarte Sánchez y eso es tan legítimo como que te encante. Pero, por favor, compañero de trabajo en el grupo de Whatsapp, Albert Rivera o Rafa Nadal, digamos que no nos gusta, pero no le quitemos legitimidad por eso

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En el caso de la salida de Rajoy y la llegada de Sánchez, esa mayoría incluye un zoológico con todas las especies: desde los diputados del PSOE o de Podemos hasta miembros de partidos independentistas y nacionalistas clásicos hasta un señor de Canarias. Todos excepto PP y Ciudadanos. El popurrí, digamos, es la clave de nuestro sistema. Y desde que murió el bipartidismo y con él las mayorías absolutas, ser capaz de llevarse bien (o no tan mal) con los partidos rivales, es clave para poder gobernar.

Rajoy saluda al nuevo Presidente Pedro Sánchez en el Congreso. Pierre-Philippe Marcou/Pool vía REUTERS

Los ciudadanos tienen que decidir

Por supuesto. Y a falta de un modelo de democracia más participativa (idea que no gusta demasiado a los partidos mayoritarios), así lo hicieron ya los ciudadanos en las elecciones de 2016 que dan inicio a esta legislatura.

Lo explicaba muy bien Albert Rivera por aquel entonces, cuando al principio de la legislatura en la que estamos, Rajoy no era capaz de sumar mayorías y todo parecía indicar que habría nuevas elecciones: “No es de recibo decirles a los españoles que se han equivocado votando. Hacerlos votar de nuevo es decirles que su voto no vale nada. Es decirles a los españoles que, hasta que no salga el resultado que nos guste, los diputados no nos vamos a poner de acuerdo”. Y tenía razón Rivera.

Con el sistema que tenemos en España, son los diputados (los partidos) los encargados de, según el reparto de escaños salido de las urnas, ponerse de acuerdo y lograr formar mayorías en el Congreso, como la que ha logrado formar Pedro Sánchez para ser presidente. El voto es sagrado y hay que saber interpretarlo. Es la clave de este sistema nuestro. Tan sagrado es que hay que respetar lo votado. Y hay que saber interpretarlo para formar mayorías que respeten cada uno de los votos emitidos.

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Esta vez, al contrario que en la investidura de Rajoy, la democracia sí ha funcionado de manera correcta

Un ejemplo: si el día de mañana Ciudadanos apoyase una investidura de Pablo Iglesias, es muy probable que Ciudadanos estuviera haciendo un uso poco democrático de esta herramienta, porque no parece que el sentir del votante de Ciudadanos sea el de querer hacer presidente al líder de Podemos. Tiene lógica, ¿verdad? Pues justo eso ocurrió en la investidura de Rajoy.

Cuando el apoyo de Ciudadanos no era suficiente para hacerlo presidente, un movimiento interno en el PSOE dejó a Sánchez (el que siempre decía NO) de una patada en la calle. Tras la patada, el PSOE se abstuvo permitiendo que Rajoy, al que no le salían las cuentas, pudiera volver a ser presidente sin que los “españoles decidiesen” otra vez. Tras la abstención, los militantes del PSOE decidieron devolver a Sánchez a la dirección del partido, por lo que podemos concluir que Rajoy fue investido sin su consentimiento. Cinco millones y medio de votos usados en el Congreso de forma poco democrática. No parece ser este el caso. Es bastante probable que hoy, los votantes de los partidos que le han dado el sí a Pedro Sánchez lo prefieran a él antes que a Rajoy. Y que los votantes de PP y Ciudadanos se sientan representados por el no a Sánchez de sus representantes. Lo que significa que esta vez, al contrario que en la investidura de Rajoy, la democracia sí ha funcionado de manera correcta.

Es un Gobierno en minoría

Y tanto. Pedro Sánchez es el presidente del Gobierno sujetado por el partido con un menor número de escaños (85) de la historia de la democracia. ¿Esto lo hace débil? Así es. Tendrá que negociar cada paso que dé.

Cada medida necesitará recibir el apoyo de una mayoría en el Congreso. Nada que ver con el antiguo escenario del bipartidismo: mayorías absolutas en las cuales el Congreso era solo un atrezo. ¿Esto lo hace ilegítimo? Para nada. El anterior Gobierno de Rajoy, a quien muy pocos negaron su legitimidad, también estaba en minoría. También era, hasta ese momento, el Gobierno con menos apoyos que había tenido España. ¿Representaba a más españoles el Gobierno de Rajoy que el de Pedro Sánchez? Para nada. Si hacemos un cálculo, detrás de los diputados que le dijeron sí a Rajoy como presidente al inicio de la legislatura, hubo 11.029.954 votos. Detrás del sí a Pedro Sánchez hay 12.055.883. Si no vale más el voto a Ciudadanos o PP que al resto de partidos, y parece que no, Pedro Sánchez ha logrado llegar al Gobierno arropado por un millón más de votantes de lo que lo hizo Rajoy.

¿Entonces? Si el “popurrí de partidos” es necesario desde que no existen ni bipartidismo ni mayorías absolutas, si pactar con los nacionalistas no es un invento nuevo, si los ciudadanos no solo ya han votado y decidido, sino que el sí de Sánchez recibió más respaldo ciudadano que el anterior de Rajoy, ¿de qué estamos hablando? De gustos. Tener gustos es democrático. Puede no gustarte Sánchez y eso es tan legítimo como que te encante. Pero, por favor, compañero de trabajo en el grupo de WhatsApp, Albert Rivera o Rafa Nadal, digamos que no nos gusta, pero no le quitemos legitimidad por eso.