Publicidad
Publicidad
Relacionados: No soy un monstruo, simplemente tengo una enfermedad mental
Todos vaciamos nuestra bolsa, nos quitamos los zapatos y nos desabrochamos la blusa casi todos los días sin pensar en ello, sólo que la mayoría de la gente lo hace en los lugares correctos y cuando es necesario. Esta capacidad de hacer tareas simples sin estar totalmente consciente es, de cierta forma, fascinante. Pero cuando te pasa a ti, es aterrador.Mis crisis parciales —o "ausencias", como yo las llamo— se han vuelto más frecuentes últimamente porque estoy atravesando un momento difícil en mi vida. Me quedé sin trabajo; no disfrutaba mucho la enseñanza y se notaba. Es un alivio no tener que dar clases. Pero ahora no tengo dinero y paso mucho tiempo sola en mi departamento.Hace poco, a mi hermana le tocó ver una de estas crisis. Al parecer, de repente entré en pánico y empecé a preguntar a dónde se habían ido todos. Mi hermana trató de calmarme y aclararme que nunca hubo nadie en departamento además de nosotras dos. Pero yo no me inmuté y empecé a contar las chamarras colgadas en la sala. "Ésta es mía y ésta también es mía", le decía a nadie en particular.Mi hermana trató de calmarme señalando un dibujo que hice en la clase de arte que tomé esa misma tarde. "¿Es tuyo?", preguntó. "Nunca lo había visto", respondí. Cuando mi hermana me cuenta esa anécdota, no comprende cómo no me da miedo volverme loca. Contar chamarras e imaginar gente en mi departamento puede considerarse una locura pero también puede ser un síntoma bastante racional de un cerebro que está demasiado obstruido por otros pensamientos para simplemente decir "Hoy me siento muy sola".
Publicidad
Relacionados: ¿Cómo puedes ayudar a alguien a quien amas cuando está deprimido?
Tengo epilepsia mioclónica juvenil. Esto significa que no tuve un ataque generalizado —cuando la energía eléctrica se extiende por todo el cerebro y causa convulsiones— hasta los 16 años de edad. Antes de eso, solo tuve una ausencia. Entré a la universidad y creí que estaba a salvo porque llevaba años sin que la epilepsia me causara problemas. Pero justo antes de pasar a segundo año, tuve dos ataques en un fin de semana por el estrés de tener que buscar casa en el último minuto. Los ataques fueron frente a dos de mis nuevos amigos de la universidad que, en ese entonces, acababa de conocer. Eso afecto mi seguridad; estaba muy apenada y segura de que todos creían que estaba loca.Empecé a fumar mucha mota, lo cual no me ayudó con mi paranoia. También empecé a tomar un antiepiléptico llamado Tegretol Retard, que está diseñado para la gente que es propensa a tener ataques todos los días. Era como un sedante. Ahora estoy tomando Levetiracetam, que está específicamente diseñado para mi tipo de epilepsia. Llevo un año sin ataques. Se supone que no debo tomar ni consumir drogas pero a veces lo hago aunque sé que es algo irresponsable.Lucho con la identidad de ser epiléptico. Mi pluma todavía titubea sobre el recuadro que dice "sí" en los cuestionarios donde preguntan: ¿Tiene alguna discapacidad? En parte porque es una discapacidad oculta y en parte porque no sé que clase de discapacidad es. Según yo, está en el punto medio entre una discapacidad mental y una discapacidad física.La salud mental y la epilepsia están interconectados. A veces entro en pánico o siento un miedo muy intenso. Una vez, iba sentada en el autobús camino al trabajo (en el que apenas llevaba un mes) cuando de pronto entré en pánico. Llamé a mi hermana y le pregunté "¿Sabes por qué voy en este autobús?". No podía recordarlo. "Trabajas ahí", respondió mi hermana. "Mejor bájate del autobús y siéntate un rato".Tener una enfermedad que me hace hacer cosas extrañas e inapropiadas crea una distancia entre la gente "normal" y yo. Pero conforme pasan los años, cada vez me importa menos lo que la gente piensa de mí. Mi epilepsia no se va a ir. Aceptarla y verla como parte de lo que soy me hace sentir menos vergüenza. Me tomó mucho tiempo pero al fin veo la epilepsia en términos prácticos como una enfermedad que me afecta pero no me define.