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Me disparé en la cabeza y sobreviví

Durante más o menos un año, cada que veía un arma cerca de mí, me daban ganas de tomarla y dispararme.

Christen y su padre después de su intento de suicidio. Foto cortesía de Christen McGinnes.

Este artículo se publicó originalmente en The Trace.

Alrededor del 85 por ciento de la gente que intenta suicidarse con un arma lo logra. Christen McGinnes, de 47 años de edad, es una excepción estadística: el 22 de octubre de 2010, Christen apuntó un revólver .357 a su cabeza y jaló el gatillo. Hoy, después de 46 cirugías, es voluntaria en la Trauma Survivors Network (Red de sobrevivientes de trauma) en el hospital Inova Fairfax en Virginia. Esta es su historia, en sus propias palabras, escrita por Kerry Shaw para The Trace.

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Recuerdo 2009 como el año en que todo se derrumbó. Me despidieron de un trabajo en el que llevaba 18 años. Perdí a mi perro, mi mejor amigo murió de cáncer de pulmón y mi abuela también falleció. Mi relación amorosa terminó. Todo lo que me importaba y en lo que creía había desaparecido. Me desalojaron.

Ahí fue cuando empecé a tomar. Mis ahorros se evaporaron. Perdí mi seguro, que pagaba mis medicamentos para la depresión y la ansiedad. Casi embargan mi auto, dos veces. Traté de seguir adelante y fingir que todo iba a estar bien. Pero no fue así.

Una mañana, me levanté después de una noche sin dormir y pensé en suicidarme. No encontraba otra forma de escapar. Tardé una hora en decidirlo y, una vez que lo hice, me sentí en paz.

Limpié mi departamento. Después cargué el arma que tenía para protegerme, una .357, con balas de punta hueca, porque sabía que eso me mataría. No quería que la bala atravesara mi cabeza y el techo porque el chico que vivía arriba tenía un perro adorable. Lo último que quería era lastimar a alguno de ellos. Así que decidí dispararme en el balcón, que estaba hecho de una madera más gruesa.

Eran las 7AM y me senté un momento a rezar. Le recé a Dios para pedirle que me perdonara por lo que estaba a punto de hacer. Recé para pedirle que mis amigos y mi familia estuvieran bien. Después jalé el gatillo y solo se escuchó un clic. Solo había cargado cuatro balas en un revólver de cinco. Y pensé, Oh Dios. ¿Qué tal si este no es mi destino?

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Saqué mi teléfono y revisé toda mi lista de contactos en busca de los nombres de mis amigos. Sentía que ya les había causado demasiadas molestas a todos. Pensé en cómo iba a arruinarles el día al decirles que acababa de intentar suicidarme. Ahora sé que pensaba así por la depresión pero en ese entonces lo único que quería era dejar de ser una carga.

Entonces decidí que realmente quería morir, coloqué el arma bajo mi barbilla y volví a jalar el gatillo. Esta vez hubo una explosión enorme.

Escuché a mi roomie gritar "¿¡Qué chingados fue eso!?". No sabía que estaba en casa. Llamó al 911 y eso fue lo que salvó mi vida.

No puedo imaginarme lo que vio porque me volé la cara. Perdí dos tercios de mis dientes, todo el lado derecho de mi rostro, un tercio de mi lengua y mi ojo derecho. No sentía dolor. Solo estaba sorprendida. Estaba esperando a ver mi vida pasar frente a mis ojos y un túnel con una luz blanca al final pero nunca pasó.


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Me llevaron al hospital Fairfax Inova y estuve en un semicoma por tres semanas. Estuve vagamente consciente de mis visitas. Llegaron tantos amigos que después me enteré de que levantaron la restricción de solo dos visitantes por vez. Mi mamá, mi hermano, mi papá y mi madrastra estuvieron conmigo. Recuerdo que mi mamá me molestaba porque insistía en que moviera los dedos de la mano y del pie para demostrar que podía oír y yo lo único que quería era dormir.

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Cuando desperté de mi coma, la mano de mi padre estaba sobre la mía. Me dijo que lo único que tenía que hacer era sanar. Dijo que seguía viva por una razón y que íbamos a averiguar cuál era.

Como la mitad de mi rostro se había ido, no podía hablar, comer o beber. Me hicieron una traqueotomía y me pusieron un tubo que llegaba al estómago para alimentarme por ahí. Y tuve que raparme porque todo mi cabello estaba lleno de sangre y hueso. Pero estaba feliz de seguir viva.

En noviembre de 2012 me quitaron la traqueotomía, la herida de mi garganta cerró y finalmente pude volver a hablar. Como el hombre maravilloso con el que salía en ese momento es parcialmente sordo, tenía que hablar con énfasis y claridad para que pudiera entenderme. Tenía que repetir las cosas cinco, seis, siete veces y después escribirlas. Era una forma de terapia del lenguaje. Era apta para recibir terapia del lenguaje formal pero sentía que estaba avanzando mucho por cuenta propia y como descansar era una parte vital para mi recuperación, traté de limitar mis actividades. Tardé un año en hablar con la claridad suficiente para que la mayoría de la gente pudiera entenderme.

En noviembre de 2013, tres años después de mi intento de suicidio, por fin pude hablar bien otra vez y empecé a trabajar como voluntaria en el hospital que salvó mi vida. Un día, entré a la habitación de un joven que tenía un cuidador —alguien que debía estar con el las 24 horas del día, los 7 días de la semana, porque trató de quitarse la vida—. Le conté que yo también había tratado de suicidarme. Se abrió y me dijo cosas que no le había contado a nadie más. Tomé su mano y lo escuché. En ese momento supe: Por esto sigo viva.

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Todavía me falta un tercio de lengua y solo tengo 11 dientes. Se nota que algo me pasó pero en general me veo muy similar a como me veía antes. Y eso se debe al talento y la perseverancia de mi cirujano plástico, el doctor Reza Mirali. Como sabía que él creía en mí, nunca quise rendirme.

Tuve 46 cirugías y aprendí que mientras más duermo, más rápido me recupero. Por eso duermo 16 horas al día. Y sí, todo el proceso ha sido muy doloroso. Estoy feliz de poder decir que ya no tomo calmantes —no quiero volverme adicta—. Me tomo un naproxeno al día y con eso es suficiente para no llorar.

Saco a pasear al labrador negro de mi roomie. Paso mucho tiempo en Facebook y estoy escribiendo un libro sobre mi experiencia. Ya no tomo. Sé que para seguir cuerda y feliz, no debo hacerlo. Llevo tres años saliendo con un hombre que me da todo su apoyo para mis cirugías y mis cicatrices. Su amor es incondicional. Es maravilloso.

Durante más o menos un año, cada que veía un arma cerca de mí, me daban ganas de tomarla y dispararme. Veo armas porque tengo varios amigos que eran del ejército y tienen armas. Además, tengo muchos amigos están a favor de las armas y cuando voy a sus casas, sé que hay armas cerca. Pero está bien, ya no siento esa necesidad. Ya no es un factor de riesgo.


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Mi papá le pidió al detective que trabajó en mi caso que destruyera mi arma para que no volviera a hacer daño. Nunca volveré a comprar otra arma.

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Me preocupa volver a entrar al mundo laboral y tener que explicar este hueco de seis años en mi CV. Les voy a decir porque he sido tan abierta con respecto a mi intento de suicidio que cualquiera que busque mi nombre en Google lo va a saber.

Al mismo tiempo, creo que la única forma de avanzar es ser honesta. Tal vez si reconocemos lo grave que puede ser la depresión y la ansiedad, podemos brindarle ayuda a otras personas. Si puedo hacer que una persona hable y pida ayuda con mi ejemplo, entonces todo mi esfuerzo para difundir este tema habrá valido la pena.

Su pudiera regresar en el tiempo, le diría a mí yo más joven en octubre de 2010 que llame a mi padre y le diga lo mal que se siente. Mi papá dejó todo para ir corriendo a verme y desde entonces no se ha separado de mí. No sabía que era capaz de hacer algo así.

Ese es un ejemplo de la visión túnel que provoca la ansiedad y la depresión. Cuando estás en el peor momento de tu vida, no puedes ver nada más. No puedes ver hacia delante, solo hacia abajo.

Si estás pensando en quitarte la vida, llama a una línea de atención o a algún ser querido. Te vas a sorprender de todo lo que están dispuestos a hacer para ayudar. Yo quedé sorprendida. Sí hay ayuda. Y vale la pena. La vida vale la pena.

No importa qué estés viviendo, es posible evitar el suicidio. La UAM ofrece asistencia telefónica gratuita las 24 horas del día. Llama al 5804-64 44.

Una versión de este artículo se publicó originalmente en The Trace, una organización sin fines de lucro que difunde noticias sobre armas en Estados Unidos. Suscríbete para recibir su newsletter o sigue a The Trace en Facebook o Twitter.