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Marca España

Torrente cumple hoy 20 años y España sigue igual de degenerada

Pues resulta que Torrente realmente hablaba de la España de 2018.
Imagen vía Youtube

Hoy hace exactamente 20 años que se estrenó la primera parte de la saga del caballero con caspa en los hombros y brandy en el estómago. Lo que en un principio se reveló como una parodia exagerada de una España decadente que estaba a punto de caducar al permanecer amarrada en su pasado más negro y paleto se torna ahora en una suerte de reflejo claro y nítido de lo contemporáneo.

Más que mejorar, la España real que nos rodea ha sucumbido a los cantos de sirena de Torrente y ha seguido todos y cada uno de sus mandamientos, llegando incluso a superar a su propio referente. Es un pervertido juego de espejos y espirales infinitas donde lo parodiado se convierte en la caricatura y la toma como modelo.

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Allá en 1998, Torrente fue el contenedor perfecto de esa España mohosa que vive dentro de nuestro imaginario colectivo, de ese suicidio negruzco del patriota que ama a su bandera pese a que esta lo está arrollando a vivir entre basura con la única compañía de unos pantalones manchados de orín y vinagre.

Lo que en aquel momento parecía gracioso e hiperbólico, de un esperpentismo grotesco, ahora está a la orden del día.

La España real que nos rodea ha sucumbido a los cantos de sirena de Torrente y ha seguido todos y cada uno de sus mandamientos

El racismo sigue golpeando fuerte, supurando penosamente en el caso del asesinato de Gabriel —todo eso de “la negra”— o por parte del Estado en las devoluciones en caliente de Melilla; el drama de las viviendas y la pobreza energética que se refleja en el piso/basurero en el que Torrente vive con su padre también son muy del 2018; la España de las pensiones mediocres que obliga a los jubilados a vivir al límite; el machismo que sigue arraigado en los huesos de una sociedad que sigue maltratando, acosando y asesinando a mujeres mientras se las sigue poniendo en duda; el salario mínimo interprofesional que no permite ni alquilar una habitación; el paro; la corrupción política en el seno del partido que gobierna España; el estado policial que ni se digna en ser sutil; ciudadanos con penas de prisión por tuitear o por insultar al rey en una canción.

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El racismo sigue golpeando fuerte, supurando penosamente en el caso del asesinato de Gabriel o en las devoluciones en caliente de Melilla; el drama de las viviendas y la pobreza energética que se refleja en el piso/basurero en el que Torrente vive con su padre también son muy del 2018

Vivimos en la España en la que todo se arregla de la forma más cutre posible, como cuando Torrente se peina esos pelillos para ocultar una evidente calvicie. Es la España de los talentos fugados a otros países porque aquí no encuentran trabajo y porque nadie quiere invertir en ellos. Una España que grita ese “¡A por ellos!”. Es un país que aún no ha podido erradicar toda la podredumbre que se acumuló durante eso 40 años de dictadura fascista. La España del ocio barato y de la cultura del euro, ¡y todos contentos con lo barato que es el Mercadona!

Es por esto que Torrente resulta tan actual, e incluso se queda corto. En 1998 —cuando se estrenó la película— ya se consideraba un símbolo de lo cañí el hecho de escuchar música en cassette —como hace Torrente en su Seat Turbo— o sentarse a comer a una mesa con un mantel de papel y acompañarlo de vino con gaseosa. Actualmente estos símbolos de la España cutre siguen siendo exactamente los mismos porque el punto de vista no ha evolucionado, no ha habido ningún progreso desde entonces.

Lo que en aquel momento parecía gracioso e hiperbólico, de un esperpentismo grotesco, ahora está a la orden del día

En España nadie piensa en lo cutre de los Discman o lo penoso de los platos de pizarra en las que sirven la comida algunos restaurantes que pretenden ser “modernos” pero que se revelan como pretenciosos y con un profundo mal gusto. Aquí seguimos amarrados a la risotada ante el cassette y al mantel cutre cuando estos ya ni deberían de aparecer en nuestro cerebro, no hemos avanzado ni un milímetro.

Seguimos con las calles atestadas de gente buscando comida en la basura, igual que en esas escenas exteriores en Torrente donde no hay ni un solo plano en el que no haya un indicio de mendicidad. Supongo que es duro pero ver Torrente ahora, 20 años después, puede resultar más revelador de lo que parece. Ese momento en el que la comedia se convierte en tragedia.