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El número de Siria

El hombre que estuvo allí

La situación en Siria es como muchas otras a lo largo de la historia: la que señala la caída, antes o después, de una minoría religiosa que gobierna y oprime a una mayoría. Estoy intentando hacer un registro de todo, y regresaré pronto. Es lo mejor que...

30 de septiembre de 2012: rebeldes con la brigada yihadista Tawhid durante un enfrentamiento con el ejército sirio en el disputado vecindario de Al-Arkoub, en Alepo.

VICE contactó con el fotógrafo y videógrafo Robert King con la intención de llegar al complicado fondo del conflicto en Siria. Robert es un hombre con un corazón de oro, un instinto casi sobrenatural y unos huevos de pura lonsdaleíta pura (un ultra-escaso mineral un 58% más duro que el diamante). A lo largo de más de dos décadas ha documentado los lugares más inestables del mundo en sus momentos más violentos: Irak, Albania, Afganistán, Kosovo y muchos otros. No detallaremos todo lo que ha hecho ni los lugares en los que ha estado porque este reportaje que nos envió habla por sí solo.

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August 28, 2012: A man holds up his Koran in front of an FSA flag at a protest after Friday prayers in Aleppo.

M e interesé en el conflicto de Siria por la misma razón por la que siempre he querido cubrir cualquier cosa: no estaba recibiendo la suficiente cobertura. No muchas agencias de noticias estaban dispuestas a dedicar los recursos necesarios para informar de una forma continuada sobre la situación, así que me encomendé la misión de hacerlo yo.

    Yo creía sinceramente que el pueblo sirio necesitaba algo más que simples manifestaciones, sobre todo cuando se hizo evidente que el régimen de Assad estaba empleando aviones de combate, helicópteros, secuestros y tortura para aplastar la rebelión. En 2005, durante una estancia en Faluya, Irak, fui secuestrado por una brigada de combatientes suníes. Conseguí escapar, pero me preocupaba volver a la región, y en especial a un país en el que había estallado la violencia entre las fuerzas rebeldes y las tropas del gobierno. Sin embargo, sabía que tenía que hacerlo, y antes de dejar mi casa en Memphis hice contacto con grupos de ayuda que estaban trabajando dentro del país.

    Mis contactos iniciales me dirigieron hacia otras personas que, una vez allí, con algo de suerte, me pondrían en dirección a los activistas que me ayudarían a entrar en el país a través de una ciudad próxima a la frontera siria. Cuando tuve la suficiente confianza en haber asegurado mi pasaje tanto como me había sido posible, inicié con cautela mi aproximación a Siria.

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    Pagando unos mil dolares por un viaje de ida y vuelta, logré entrar de forma extraoficial al país, y me garantizaron (hasta donde un traficante de personas puede dar garantías) transporte seguro por diez días en el interior de la gobernación de Idlib. Me llevaron a un pueblo llamado Binish, donde me dijeron que me podían conseguir un lugar donde dormir por cien dólares la noche.

    Este primer viaje no fue fácil. En ese momento, entre finales de marzo y abril, no había aún muchas publicaciones dispuestas a pagar largas excursiones a Siria. No tardé en descubrir, además, que los activistas con los que estaba tenían la costumbre de quedarse despiertos bebiendo Pepsi hasta la madrugada y después dormir hasta las tres de la tarde.

    La realidad era que no estaba pasando nada en Binish. No había muchos enfrentamientos ni nada especial en el lugar, y fue difícil hacer que mis guías me llevaran a los sitios a los que quería ir. Mirándolo ahora, contratar a esas personas no fue mi más sabia inversión. El fin de semana de Pascua, casi al final de mi estancia de tres semanas, hubo una terrible masacre a unos16 kilómetros de donde estábamos, en Taftanaz. Docenas de personas murieron asesinadas. Y yo era uno de los pocos periodistas occidentales en el lugar.

    Tras la matanza, existía el temor de que el conflicto se extendiera a Binish. Los rebeldes del Ejército Libre de Siria que habían intentado contener el ataque en Taftanaz tuvieron que huir al cabo de dos horas porque se habían quedado sin municiones. Pronto resultó evidente que eran incapaces de proteger o defender cosa alguna.

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5 de abril de 2012: durante un breve cese del fuego tras la masacre en Taftanaz, el ejército sirio permitió a los habitantes recoger e identificar a sus muertos.

    A mis guías se les empezó a agotar la paciencia conmigo, en especial cuando les pedía que me llevaran a lugares de alto riesgo en la región. Perdieron definitivamente los estribos cuando les informé que Human Rights Watch me pagaría por documentar las secuelas de la masacre, así que dos días después regresé a Turquía y me instalé en Antioquía por un tiempo. Empecé a llamar a mis contactos en Líbano para averiguar si ellos me podrían ayudar a entrar en la ciudad de Al-Qusayr, donde, según creía yo, se libraban las batallas más intensas en ese momento.

    Llevaba un mes trabajando en Siria y sus alrededores, pero sin muchos resultados, al menos en términos de material publicado. Estaba frustrado. Cuando contacté a la revista Time me dijeron que ya habían sacado una historia sobre Siria la semana anterior. Se suponía que Newsweek publicaría una de mis imágenes de la masacre, pero uno de sus editores cortó la historia en el último momento sin explicación alguna.

    Tenía las fotos de los asesinatos masivos en Taftanaz, que por lo que yo sé fueron las únicas que ofreció alguien a las publicaciones norteamericanas. Nadie las quiso. Estaba cabreado, molesto con la industria y en lo que se había convertido. No dejaba de pensar, No puedes seguir haciendo esto. No vale la pena. Pero fui a Al-Qusayr de todas formas y me quedé dos meses.

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    Estaba decidido a permanecer en Al-Qusayr hasta que se publicara una de mis fotos. Pero también estaba grabando vídeo, y el día de mi cumpleaños la BBC compró 30 segundos de mi material. Después llegaron los reporteros de Al Jazeera a la región, y pensé que por fin las cosas empezarían a avanzar, quizá de forma exponencial. Mientras tanto era testigo de las más horribles muertes de civiles, algunas de las peores que he visto. A veces veía a diez niños heridos al día por bombardeos indiscriminados y otros ataques.

    Para cuando llegué a Al-Qusayr el lugar estaba sitiado, rodeado por el ejército sirio, que había tomado dos posiciones en la ciudad: el hospital del estado y la alcaldía. Había francotiradores atrincherados en ambos puntos, la carretera había sido cerrada y convoys con tropas de refuerzo se dirigían a la ciudad. Aviones y drones espía reconocían la zona con frecuencia, y los ataques con morteros y artillería pesada eran cosa de todos los días. Unos 200 combatientes del ELS mantuvieron sus posiciones, pero era evidente que los superaban en número y armamento. Para empeorar la situación, muchas personas de la ciudad de Homs, también ocupada por tropas sirias, habían tenido que huir a Al-Qusayr y a las zonas campestres cercanas.

8 de junio de 2012: niños heridos reciben tratamiento en un hospital de campo improvisado en Al-Qusayr. Los médicos y enfermeras que trabajan como voluntarios en estos hospitales corren el riesgo de ser torturados y ejecutados por el régimen y trabajan en condiciones difíciles con poco equipo, la mayor parte contrabandeado desde Líbano. A pesar de esto, los doctores logran atender a más de cien pacientes al día.

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    En general, creo que gran parte de los medios estadunidenses intentaban ignorar la situación, en especial cuando la propuesta de paz de la ONU se desmoronó. Anderson Cooper, de CNN, ha sido una excepción. Él es una de las pocas personas en televisión con la disposición para cubrir el conflicto de manera constante. Creo que los reporteros se han alejado del tema porque los problemas son muy complejos y podrían hacer quedar mal, tanto a Estados Unidos como a los gobiernos europeos, en un año electoral. Periodistas como Paul Conroy (que comparó lo sucedido en Homs con Srebrenica o Ruanda) han resultado heridos en el transcurso de su labor. Las agencias de noticias consideraron que era demasiado arriesgado enviar reporteros a la zona. No era como Egipto, Libia y otros lugares donde hubo levantamientos durante la Primavera Árabe, donde podías llegar en avión y hacer lo que te diera la gana. En Siria, si carecías de buenos contactos antes de entrar, la cuestión económica era prohibitiva ya que tenías que quedarte en un hotel e intentar resolver en 30 días o menos lo que debía haber tomado tres o cuatro meses de preparación. Esta historia requería mucho más trabajo previo que otras.

    Después de mi participación en el programa Anderson Cooper 360, en junio, conseguí mas trabajo, y otros medios comenzaron a cubrir la revolución. Algo por fin hizo click y los editores y productores empezaron a preguntar a sus equipos: “¿Qué hostias estais haciendo sobre Siria y por qué no estais usando las fotos de este reportero?”

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3 de octubre de 2012: un padre acuna a su hijo, fallecido en un ataque del ejército sirio contra una zona poblada en Alepo.

    Yo había recibido algo de atención por mi cobertura sobre un hospital en Al-Qusayr que, aunque era estrictamente para civiles, debido a lo caótico de la situación cualquiera que llegaba a él recibía atención. El ejército sirio había ocupado el principal hospital de la ciudad, de modo que un grupo de médicos comenzó a usar una pequeña casa que había sido bombardeada. Uno de ellos, un gastroenterólogo que había ejercido en Rusia y hablaba un poco de inglés, me explicó la situación. Otro médico había trabajado de veterinario antes de la revolución, y el resto del equipo eran voluntarios. La electricidad la suministraba un generador. El ejército sirio conocía su posición y atacaba el hospital frecuentemente, algo que sin duda constituye un crimen de guerra. Por lo que yo había podido comprobar, el ejército sirio consideraba a a cada habitante del pequeño pueblo agrícola un combatiente enemigo.

    Combatientes del ELS empezaron a cavar búnkers y refugios antibombas. Un miembro del personal de un centro de prensa rebelde había cavado su propia tumba en un cementerio reservado para mártires. Todo esto ocurría cuando la ONU todavía intentaba negociar un alto el fuego. No había tantos aviones en el aire como ahora, pero helicópteros, francotiradores y soldados con munición pesada aterrorizaban constantemente a las gentes del pueblo. Nunca cesaba.

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3 de octubre de 2012: un padre llora a su hijo asesinado durante un ataque con cohetes sobre civiles en las calles de Alepo.

A

l-Qusayr seguía rodeado cuando me marché de allí a mediados de junio. Regresé a Memphis para visitar a mi familia y reorganizarme. Para entonces las luchas más duras se estaban librando en Alepo, una de las ciudades más grandes y antiguas de Siria y el centro comercial del país antes de la revolución. Descansé un tiempo y decidí que conseguiría el dinero para volver a Siria mediante financiación colectivo (crowdfunding) usando Kickstarter. Obtuve suficiente dinero para volar a Turquía, donde crucé la frontera por Kilis (que los turcos reconocían como zona controlada por el ELS; de hecho, fueron los del ELS quienes sellaron mi pasaporte) y me reuní con un contacto que había hecho previamente. Llegó en moto y me llevó a Umm el-Marra, donde me quedé unos días mientras organizaba mi viaje a Alepo.

    Por esas fechas conocí a un tipo de Long Island que trabaja actualmente como activista en Siria. Él se encargó de organizar mi viaje, junto con otro periodista, a Alepo, donde me mezclaría con el centro de prensa del ELS. Durante el transcurso de mi primera visita me llevaron hasta la línea de fuego, a un hospital local y a otros lugares devastados por la guerra.

    Alepo es una ciudad grande. Antes del levantamiento estaba considerada como metrópolis. Para entonces, sin embargo, la mayoría de estudiantes universitarios habían huido, siendo reemplazados por campesinos llegados desde el campo. De Alepo me sorprendió que, en comparación con ciudades como Al-Qusayr y Homs, no muchas personas hacían el signo de la victoria cuando veían pasar al ELS. No todos en la ciudad apoyaban a los rebeldes, cierto, pero en mi opinión la falta de apoyo público se debía a que en ese momento nadie podía confiar ni en sus vecinos. La paranoia estaba presente, ya que había simpatizantes de Asad en la región y enviaban informes a las fuerzas del régimen. Las zonas de la ciudad donde se libraban los enfrentamientos estaban, en su mayoría, desiertas.

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28 de septiembre de 2012: sirios esperan para ser atendidos en una panadería, una de las pocas que quedan en Alepo. El ejército organiza ataques contra la gente congregada, matando así a cientos de civiles hambrientos e inocentes.

    Dicho esto, el ELS tiene una posición consolidada en Alepo. Controla la distribución de pan y los precios de la gasolina, y ha tomado edificios municipales clave. Hay cosas, sin embargo, que siguen fuera de su alcance. Por ejemplo, no hay en este momento posibilidad de crear una escuela para los niños; sería una irresponsabilidad. Al igual que en Homs, el ejército sirio ataca de manera indiscriminada tanto a miembros del ELS como a civiles.

    Un día, mientras estaba en el hospital, llegó un pobre niño con la cabeza casi arrancada por el impacto de un misil contra su casa. Otro día vi a dos padres sosteniendo a sus hijos muertos. Lloraban inconsolables. Yo, como padre, los podía entender. Fue desgarrador, uno de los momentos más tristes que haya presenciado.

    Basándome en los que vi, creo que las tropas de Asad están eliminando un cierto perfil genético. No me parece exagerado decir que podría tratarse de una limpieza étnica, porque están atacando a tres generaciones de suníes: aquellos que iniciaron la revolución, sus hijos y los abuelos de estos niños. Su objetivo es asegurarse de que no haya descendientes en número suficiente como para crear un estado realmente secular aunque la revolución llegara a tener éxito. He visto suficientes montones de sirios muertos como para estar convencido de que esto es lo que está pasando. Los gobiernos occidentales y la ONU prefieren decir que se trata de una guerra civil, pero no lo es. El ELS y sus aliados no tienen recursos para que haya un equilibrio en términos de armamento y personal en el campo de batalla. No. Es una masacre.

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    A finales de agosto grabé una manifestación en Alepo en contra de Asad. Ya había estado en manifestaciones similares en Binnish y Al-Qusayr. La protesta en Al-Qusayr estuvo mucho más organizada y había dado inicio con una oración. Fue como si un conjunto de diferentes causas y manifestaciones hubieran convergido en un solo lugar. Lo de Alepo fue distinto. Las banderas negras de los extremistas islámicos ondeaban en el aire, y las regalaban a los niños y familiares que se acercaban. Sólo puedo elucubrar que fue la desesperación del ELS lo que los obligó a incorporar a grupos yihadistas en sus filas. Los extremistas son los únicos deseosos de entrar en batalla, y cuando las cosas están así de sombrías, aceptas cualquier ayuda que se te presente.

    Otra de las atrocidades de las que fui testigo en Alepo fue la quema del antiguo zoco en la parte vieja de la ciudad. De camino al lugar pasamos junto a Haji Mara, uno de los cuatro comandantes de la unidad del ELS en la región. Iba en su motocicleta de camino a encontrarse con sus tropas y evaluar su situación, así que dimos la vuelta y lo seguimos. Quería hablar con él; hacía tiempo que quería hacerle unas fotografías y ésta era mi oportunidad.

    Después de entrevistar a Haji Mara, mi conductor me llevó a ver el zoco, que seguía en llamas. Cuando llegué al viejo mercado me quedé hipnotizado por los rayos de luz que se filtraban por el atrio y las llamas y el humo que emanaban de las paredes. Durante todo ese tiempo, los francotiradores del régimen no dejaron de disparar contra los rebeldes.

    Conforme el humo se dispersaba, se abrían huecos y los francotiradores aprovechaban para disparar a los vendedores que intentaban rescatar su mercancía de las tiendas en llamas. Casi todo el mundo estaba llorando.

    El zoco medieval era uno de los mejor conservados del mundo y desde que la UNESCO lo declarara patrimonio histórico había servido de punto de reunión de los defensores de la cultura panárabe. Su destrucción es un crimen de guerra más; uno que, sin duda, exacerbará el conflicto de maneras que aún no podemos imaginar.

    La situación en Siria es como muchas otras a lo largo de la historia: la que señala la caída, antes o después, de una minoría religiosa que gobierna y oprime a una mayoría. Estoy intentando hacer un registro de todo, y regresaré pronto. Es lo mejor que puedo hacer.

29 de septiembre de 2012: el dueño de una pequeña tienda revisa lo que queda de su local mientras camina por un mercado en llamas, en la zona antigua de Alepo.

TEXTO Y FOTOS DE ROBERT KING/POLARIS
Redactado por Aaron Lake Smith y Rocco Castoro
Información adicional de ST McNeil

Para profundizar en los hechos que propiciaron el conflicto en Siria, recomendamos leer "La Guía Vice de Siria", un curso rápido de la geopolítica, la cultura y las complejidades religiosas del país.