Medusas: inquietantes, evocativas y venenosas

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Medusas: inquietantes, evocativas y venenosas

Desde aquellas que pueden medir más de treinta metros de largo hasta la asombrosa medusa inmortal, estos seres son tan enigmáticos como complejos.

Con referencia a las medusas no estoy seguro de qué descripción me parece más acertada: membrana semiconsciente que flota a la deriva o jalea dolorosa que insinúa una inteligencia incomprendida. No lo sé. Posiblemente ambas propuestas sean al final parcas o pretenciosas. Por lo menos ambiguas. Sin mencionar que dejan de lado el aspecto anatómico, porque habrá que reconocer que estos frágiles organismos poseen el más alto grado estético. Pero la verdad es que no soy poeta, ni pretendo serlo. Basta observar los sumamente variados y siempre enigmáticos contornos de las aguamalas con atención para concluir que todo intento por emular su sutil complejidad en lenguaje figurado será fallido.

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Su complejo y extraño ciclo de vida figuró por muchos años como un rompecabezas biológico irresoluble. La razón de esto es que la medusa representa tan sólo una etapa dentro de un patrón complejo de existencia, una de las manifestaciones temporales de un ser que cuenta con dos fases anatómicas distintas. Una sésil —fija en el sustrato— llamada pólipo, que no es otra cosa que las bien conocidas anémonas, y otra de movimiento libre, denominada como medusa. Generación tras generación, el organismo va cambiando entre estas dos morfologías, pasando a través de múltiples estados larvarios. Alternando así entre anémonas, que presentan la capacidad de reproducirse asexualmente por medio de gemación, y medusas, entre las que hay hembras y machos, y por tanto, se presenta un tipo de reproducción sexual.

Todas las medusas son feroces depredadores. Utilizando sus delicados tentáculos cargados de veneno envuelven a su presa en un abrazo tóxico que la aniquila en cuestión de segundos. Posteriormente, sin soltar el agarre fatídico, se llevan el cadáver con fervor hacia la boca y lo engullen con devoción. Así es, por sorpresivo que pudiera parecer para el naturalista inexperto, las medusas poseen boca, tracto digestivo y ano.

Apenas un ligero roce con sus extensiones de tegumento es suficiente para que la piel sufra una irritación dolorosa que —dependiendo de la especie, el grado y tiempo de exposición— podrá ir desde una simple herida superficial hasta una quemadura parecida a la del ácido. Las huellas del contacto quedarán tatuadas sobre la dermis del incauto durante largo tiempo; puede ser que incluso por el resto de sus días. La terrible picadura de la avispa de mar, Chironex flecheri, tiene la capacidad de terminar con la vida de un humano adulto en cuestión de minutos. Y en ocasiones la exposición a los filamentos de la temida fragata portuguesa, Physalia physalis, que pueden rebasar los seis metros de largo, también resulta mortal.

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Fragata.

Se estima que existen aproximadamente diez mil especies distintas de estos seres coloidales y venenosos pertenecientes al phylum: Cnidaria. Habitan en todos los ecosistemas marinos, desde las aguas tropicales hasta debajo de los hielos polares. Junto con cangrejos, mejillones y gusanos tubícolas son de los pocos organismos que se han encontrado por debajo de los siete mil metros de profundidad durante las exploraciones de las trincheras abisales. Algunas especies optan por una vida solitaria y casi contemplativa, mientras que otras migran en bancos compuestos por miles de individuos.

La imponente medusa melena de león del ártico, Cyanea capillata, probablemente sea el representante de mayor tamaño dentro del grupo. Esta descomunal medusa rebasa con regularidad los ciento cincuenta kilogramos de peso y exhibe tentáculos de más de diez metros de largo. El individuo más grande jamás comprobado apareció en las costas de Massachusetts en 1870 y se reportó que su colosal cuerpo medía dos metros de diámetro con tentáculos que sobrepasaban los treinta y cinco metros de extensión.


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En contraste, la diminuta medusa irukandji, Carukia barnesi, que habita en las aguas del norte de Australia, tiene un cuerpo traslúcido que rara vez supera el centímetro de diámetro. Sin embrago, cuenta con un veneno sumamente potente que opaca al de las cobras por varios órdenes de magnitud. Su acción desencadena el denominado "síndrome Irukandji", que inicia con un trepidante aumento de la presión sanguínea que tiene como posibles consecuencias: derrame cerebral, paro cardiaco o parálisis. Con lo que se ha ganado el "honorable" título de: "El animal más pequeño capaz de matar a un ser humano".

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Hay también las que cuentan con capacidades bioluminiscentes, como Pelagia noctiluca, cuya luz autogestiva es empleada para defenderse, cazar o comunicarse con sus pares. Existen también las que cambian de color y dominan a la perfección el arte de la invisibilidad; o bien, las que se aventuran a sacar los tentáculos fuera del agua para cazar algún animal propio de la superficie.

Sin duda alguna, la más enigmática del grupo es la llamada medusa inmortal, Turritopsis nutricola, único representante conocido de la fauna capaz de revertir el reloj biológico y hacerlo marchar hacia atrás. Es decir, una vez que ha alcanzado la etapa adulta puede regresar a una versión más joven de sí misma. En momentos de crisis esta medusa se coloca sobre el sustrato y, por medio de la transdiferenciación celular, modifica sus estructuras devolviéndolas a estados menos especializados o definidos (células primigenias pluripotenciales que posteriormente pueden ser transformadas en cualquier tipo de tejido que se precise). Retrocede así en la escala morfológica y adopta la manifestación temprana de pólipo. Tras lo cual continúa quitada de la pena con su ciclo vital hasta llegar a una segunda madurez, rejuvenece nuevamente y alcanza una tercera, y así sucesivamente. Valiéndose de tal mecanismo este pequeño hidrozoo, que ronda el medio centímetro de longitud, tiene la posibilidad de escapar de condiciones adversas —falta de alimento, daños corporales o simple y llanamente de la vejez— y burlar a la muerte.

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Más sobre estas bestias evocativas, y otras fieras desconcertantes, en el libro Faunologías, aproximaciones literarias al estudio de los animales inusuales.