Conocí a Norma en marzo de 2016, justo cuando llegué de Ámsterdam a la Ciudad de México, mi nuevo hogar. Me mudé con una chica de Bélgica, quien dice que Norma es como su madre mexicana. Norma no sólo nos ayuda con la limpieza de la casa, también nos da consejos sobre la vida, hombres y problemas comunes que tenemos las mujeres jóvenes. Al principio, con mi poco conocimiento del español, sólo intercambiábamos sonrisas amistosas. Tiempo después comencé a platicar con Norma sobre su vida y, como fotógrafa, mi curiosidad aumentó y quise saber más de ella.
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Norma vive en Chalco, Estado de México y, como muchas de las personas que viven en el Estado, no tiene dinero para rentar —y mucho menos comprar— un lugar en la ciudad pero depende de su trabajo ubicado ahí. El tráfico y la distancia hacen que la mayoría de los trabajadores viajen alrededor de tres horas todos los días. Norma gana 350 pesos por siete horas de trabajo limpiando casas. De esos 350, gasta 50 pesos en transporte público para trasladarse. También limpia otro departamento, dos veces a la semana, por el mismo sueldo y con la misma distancia. La gente de la ciudad muchas veces no tenemos idea de cómo es la vida en el Estado de México. Los que contratan niñeras, chóferes, veladores y personal de limpieza viven en una burbuja segura y cómoda sin conocer los problemas diarios de sus empleados. Quise salir de esta burbuja que también me protege y le pregunté a Norma si podía vivir con ella durante algunos días.Dijo que sí.
Día 1
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Eduardo, el mayor, tiene 26 años, está casado y tiene tres hijos: una bebé y un par de gemelos de cinco años. Vive a la vuelta de la cuadra y trabaja en la misma compañía de distribución que su padre.Estéfany, de 20 años, a quien le dicen de cariño Fany, está buscando trabajo y ayuda a su madre cada que le es posible. Durante la cena se sentó en silencio junto a su novio, igual de callado, Luis.La integrante más joven de la familia es Ximena, de 13 años. Está llena de historias, muchas de la escuela, pero sobre todo de muchachos. Me cuenta que el "chico gordo" que vende tamales quiere ser su novio, pero ella sólo quiere ser su amiga. Su padre dice que es una rompecorazones.La casa tiene dos habitaciones. El antiguo cuarto de Eduardo, que a veces lo usa Joel cuando está muy cansado y necesita dormir bien, pero durante esta semana me lo cedieron a mí. Norma, su esposo y sus hijas comparten el otro cuarto: las niñas duermen en una litera y Norma y Joel en una cama matrimonial ubicada detrás de un par de roperos grandes que generan una pequeña sensación de privacidad. Me sentí agradecida por tener mi propio cuarto con una puerta que podía cerrar. La mayoría de las puertas de la casa de Norma son cortinas delgadas de tela que hacen que el interior de la casa esté tan frío y polvoriento como el exterior. Las diferentes áreas de la casa están divididas por la cochera y el patio, así que para moverte de la cocina al baño o a los cuartos tienes que pasar por aquí.
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Día 2
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Día 3
Un tanto alarmada por esta historia, caminamos hasta una recaudería local. La papaya se veía dañada y demasiado madura, pero Norma la compró de todos modos. Me explicó que la mujer que atiende tiene tres hijos drogadictos que viven en la calle y dependen del humilde ingreso de su madre. Los pesos de Norma ayudan al sustento de esta familia.
De vuelta en casa, Norma empezó a cortar la papaya. Le pregunté si había tiempo para eso porque ya eran las 9 de la mañana. Se desató el pánico. A las 10AM Norma tenía que acudir a una cita con el personal de Oriflame, una marca sueca de salud y belleza. Además de la limpieza de hogares y la venta de ropa, Norma vende productos de esta empresa a amigos y familiares, y se puede quedar con el 30 por ciento de la venta. Norma se metió a bañar mientras les gritaba a sus hijas: "¡Fany! ¿Puedes empacar mi fruta y mi cereal? Ximena, ¿dónde está mi maquillaje?" Quería lucir bien y se puso tacones, un traje que ella misma hizo, y se maquilló. Todo su atuendo era rosa con negro. Norma atravesó las calles sin pavimentar. Nos subimos a un taxi, luego tomamos un pequeño autobús a un centro de conferencias en Ixtapaluca, Estado de México, y llegamos 15 minutos tarde. Nos sentamos junto a otras 30 mujeres para escuchar a un representante de Oriflame que dio un discurso de motivación de más de una hora sobre cómo la marca podía ser el comienzo de una nueva vida. Pensé que sólo les daba falsas esperanzas, pero Norma respondió con gran entusiasmo a cada pregunta: "¿Quieren comprar juguetes para sus hijos? ¿Quieren viajar a Europa?" "¡Sí!"
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Día 4
Alrededor de las dos de la tarde terminamos y nos subimos al metro para ir al centro de la ciudad a hacer algunas compras para sus uniformes. Ella sabía exactamente dónde conseguir buenos precios. Mientras caminamos, se me antojó un helado. Sentí que sería hacer trampa, porque había prometido sumergirme en la vida de Norma y eso significaba que no podía comer helado cada vez que lo deseara. Pero luego vimos el letrero de "Helados de McDonald's" y rompí mi promesa. Compré dos helados con sundaes, uno para Norma y otro para mí, que disfrutamos en el largo camino de regreso a Chalco.
Día 5
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Satisfechas, regresamos a casa. Norma tuvo que bañar al perro y Joel llegó temprano y todos nos sentamos en el sillón para ver telenovelas con palomitas de maíz y salsa picante. Después de todos esos aperitivos llegó la hora de la comida. Papas, arroz y pollo. De nuevo satisfechas, llevamos a los gemelos de Eduardo al centro de Chalco para tomar un postre. Me sorprendió lo hermoso que era el centro, sobre todo la vista de la iglesia con el volcán Iztaccíhuatl de fondo. Compramos helado en un centro comercial mientras los gemelos rodaban por el suelo y corrían, pidiendo pizza, helados, dulces, juguetes y paseos en el carrusel. No les compraron pizza pero hicieron todo lo demás. Tampoco me permitieron comprar mi propio helado, Norma me lo invitó.
Regresamos a casa y Norma preparó un poco de arroz para los niños. Ella le ofreció al resto de la familia tacos fritos con frijoles y queso. Cuando Joel me dijo que comiera más tuve que rechazar la oferta con cortesía. Según él, no podía volver a la Ciudad de México sin aumentar de peso. "Puede que seamos pobres, pero aquí comemos bien", dijo.
Día 6
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Esa noche dormí por última vez en Covadonga con jeans, un suéter y unos calcetines para protegerme del frío. A la mañana siguiente regresaría a la Ciudad de México. Estaba cansada de despertarme antes del amanecer y vivir al mismo ritmo que Norma, pero también sentía un profundo amor por esta gente que me acogió en su casa, me alimentó con platillos mexicanos increíbles y me dejó entrar a sus vidas como si fuera parte de la familia. "Espero que no sea la última vez que nos visitas", me dijo Joel cuando nos despedimos. "Ahora ésta es tu casa también".