LGBTQ

Bisexuales y pansexuales debaten sobre las etiquetas de género

Que la pansexualidad 'no existe', es 'bifobia' o 'es transfóbica', son algunas de las preguntas más buscadas en Google sobre el tema.
pansexualidad

Durante los últimos meses, el debate alrededor de la pansexualidad y la bisexualidad ha centrado la lucha LGBTQ. En un marco en el que cualquier persona con acceso a Twitter y un mínimo de información —un poquito woke, que diríamos— puede tener un mínimo grado de influencia, aunque sea en su círculo cercano, el colectivo parece estar más dividido que la izquierda de Madrid.

El caso de la pansexualidad es una clara muestra de esto. “No existe”, “bifobia”, “origen” o “es transfóbica” son algunas de las búsquedas automáticas que Google nos sugiere cuando introducimos en su buscador el término. Y, si ya de este sencillo experimento podemos inferir que el concepto no está exento de polémica, su tratamiento en el activismo LGTB —ya en redes, ya institucionalmente— se hace enormemente complejo, así que hablé con tres personas queer y activistas para intentar desentrañar la cuestión.

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Pero vamos por partes. La etimología —memes de sartenes y panes aparte— alude al término “todo” en griego, pero ¿cuándo nace el término? Según Ignacio Elpidio, doctor en Antropología y autor de Bifobia “surgió a principios del siglo XX como respuesta al uso de bisexual por parte de Sigmund Freud”. Por su parte, Darko, activista trans de género no binario, pansexual y parte de la plataforma organizadora del Orgullo Crítico, afirma que “la etiqueta surge en los 70 de una necesidad de incluir a personas no binarias, ya que en aquel momento la bisexualidad se entendía socialmente como atracción por hombres y mujeres”.

¿Sigue ahora la bisexualidad manteniendo este carácter dicotómico? Lo cierto es que no. “Freud”, explica Ignacio, “habló de la bisexualidad desde un contexto marcadamente binarista, y es comprensible que usase ese prefijo, sin que ahora debamos someternos a dicho binarismo pese a usar la misma palabra. Una activista bisexual a la que entrevisté me dijo al respecto de las etimologías que, al igual que no exigimos que las lesbianas tengan vínculos con la isla griega de Lesbos, no hay razón para imponer el binarismo en las personas definidas como bisexuales”.

A este respecto, Martín Mora, estudiante de Periodismo y activista en la asociación Unión LGTB Aranjuez, comenta que “es normal, por el uso del prefijo bi-, que se confunda la bisexualidad con atracción hacia ambos géneros, pero su verdadera definición y el sentido del prefijo es el de atracción por tu género y el de los demás. De hecho, en el manifiesto de Fritz Klein The bisexual option, de 1978, se dice que los bisexuales nos sentimos atraídos afectiva y sexualmente por todos los sexos y géneros”.

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“'No existe', 'bifobia', 'origen' o 'es transfóbica', son algunas de las búsquedas automáticas que Google nos sugiere cuando introducimos en su buscador el término 'pansexualidad'

“En cualquier caso”, manifiesta, “el argumento de la atracción hacia personas de género no binario pierde fuerza dentro de la cultura occidental. Socializamos inevitablemente dentro del binarismo, y no tenemos en nuestra cabeza un aspecto físico característico asignado a personas no binarias. Con esto en ningún momento estoy negando que dichas identidades de género sean válidas, pero como bisexual, si alguien me atrae sin yo saber que se identifica como no binario, me va a seguir gustando después de que me diga su identidad de género”.

Entonces, si sustancialmente se refieren a lo mismo, ¿qué sentido tendría ahora diferenciar estas dos orientaciones y cuál sería el matiz? Según Darko, “tras el manifiesto, en el que la bisexualidad incluyó a las personas no binarias, podría parecer que no haya diferencias. Pero para algunas personas hay un pequeño matiz teórico, ya que la bisexualidad diferencia entre tu propio género y otros, mientras que en la pansexualidad el género no es un factor determinante en la atracción”. A este respecto, añade preferir la etiqueta pansexual “porque siento que es más inclusiva, a nivel de etimología, de colores de la bandera y de todo en general”.


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De este modo, a pesar de contar con definiciones muy semejantes, prácticamente equiparables, un grupo homogéneo en cuanto a sus experiencias se divide en dos bloques que se intentan legitimar, a menudo en detrimento del otro. Así, Martín expone que “aunque la pansexualidad no sea bifóbica en el sentido de que no niega nuestra existencia, el uso de la etiqueta nos invisibiliza, y su rechazo a denominarse como bisexuales radica en una bifobia interiorizada”

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Darko no parece coincidir con esto, alegando que “la pansexualidad ya existía de antes, y quienes adaptaron su definición y discurso fueron elles… Así que habría que revisar quién invisibiliza a quién”. Por otra parte, dice no entender “por qué si yo me hago visible no lo va a poder hacer una persona bisexual, yo tengo amigues bi o trans que entienden perfectamente que quiera usar la etiqueta pan, y no hay ningún problema”.

"La bisexualidad no entró en el activismo más institucionalizado hasta hace poco más de una década”

Para Ignacio, todo “depende mucho de cómo se construyan las fronteras: si una persona se define pansexual porque asume que toda persona bisexual es binarista y limitada, está imponiendo y explotando estereotipos; justo como haría una persona definida bisexual que asuma que toda persona pansexual es elitista e innecesariamente agresiva”. En cuanto a la invisibilización de la bisexualidad, afirma que “si pensamos de forma amplia, es evidente que la bisexualidad, siendo todavía una de las etiquetas más invisibilizadas de las mainstream, es mucho más visible que la pansexualidad, aunque puede que esto sea una cuestión de tiempo, de prontitud: la bisexualidad no entró en el activismo más institucionalizado hasta hace poco más de una década”.

Lo cierto es que el concepto de pansexualidad sí parece estar introduciéndose en el activismo más institucionalizado. Muestra de ello es que desde la plataforma organizadora del Orgullo Crítico se reivindicó el día de la visibilidad pansexual, generando una oleada de críticas que se mantuvo hasta el día de la manifestación.

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Ignacio, por su parte, opina que “el hecho de que se posicionen en un debate como este me recuerda a su papel en debates como el racismo, el clasismo, el papel de las personas no binarias… Son temas que pueden parecer menores ante las grandes diferencias con el Orgullo oficial —la mercantilización, la institucionalización, la instrumentalización por parte de administraciones públicas y poderes económicos—, pero creo, de hecho, que son cruciales precisamente por no aparecer en lecturas tan simplistas del orgullo”.

Con respecto a las críticas, Darko, que participó en la plataforma organizadora del Orgullo Crítico, nos cuenta que “en las redes, se fomenta el sectarismo y se repiten consignas absurdas, que no se ajustan a la realidad de les activistas pansexuales. He llegado a ver amenazas de muerte, imágenes de panes atravesados por cuchillos, o la pedida de la instauración de silla eléctrica para nosotres”.

"Deberíamos darnos cuenta de todas las facetas que puede tomar la opresión, si somos capaces de alinear las corrientes y luchas de forma generosa”

En este marco, piensa que “se hace importante visibilizarnos y empoderarnos. Debemos crear espacios seguros en los que poder erradicar esos comportamientos que atacan a nuestres compañeres bi y trans, así como entrar en espacios LGTBIQ+ para hacer entender que una orientación no es bífoba o tránsfoba per se, sino que son las personas quienes lo son. Y al igual que hay personas de este tipo dentro de la pansexualidad, las hay en otras letras del colectivo, y no por eso se generaliza”.

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Es cierto que la manera de gestionar las críticas a la pansexualidad probablemente no sea la mejor, en especial en redes sociales. Y, creedme, se puede abordar el tema mucho más allá del meme, pues y, como alega Ignacio, “podemos buscar algo positivo de un contexto que superar. En este caso, tal vez la fragmentación pueda ser reapropiada para darnos cuenta de todas las facetas que puede tomar la opresión, si somos capaces de alinear las corrientes y luchas de forma generosa”.

Darko coincide y señala que “lo que hay que hacer es buscar nuestro enemigo común y luchar de la mano. Pansexualidad y bisexualidad son compañeras de lucha, y deben apoyarse e ir de la mano”.

Pero, como decía recientemente en un vídeo Ayme Román, “la gente puede identificarse como quiera. Ahora bien, a la hora de teorizar y hacer un análisis que concierne a todo el colectivo LGTB, estas cosas tienen un impacto”. La cuestión, a mi parecer, es que precisamente el hecho de permitir la fragmentación del colectivo en nichos que responderían a criterios individuales o preferencias subjetivas podría ir en contra de la liberación de todo el colectivo y de la búsqueda de esa lucha común.

Ayme Román sigue afirmando en el vídeo que “teniendo en cuenta la connotación negativa que ha tenido históricamente la etiqueta bisexual, tiene mucho sentido querer reivindicarla y evitar eufemismos innecesarios. Y sí, pansexual es, para mí, un eufemismo. Y no creo que las personas que se consideren como tal sean bifóbicas, simplemente creo que es fruto de desinformación y de exceso de nuevas informaciones y definiciones”.

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"En el 50 aniversario de los disturbios de Stonewall, deberíamos reivindicar, sí, que el sistema se acostumbre a lo queer, pero también impedir que se lo apropie y lo manipule según sus intereses económicos"

Debemos entender que, dentro de la capitalización de nuestras reivindicaciones, al sistema le sale rentable dividirnos en subgrupos, casi en targets comerciales, cada vez más específicos, haciendo que “personas que viven las mismas experiencias, acaben dispersándose porque el término que han elegido, de forma bastante arbitraria, no es el mismo”.

Así, poco a poco, se desposee al movimiento LGTB de su carácter político, reivindicativo, violento y disruptivo. Cuanto más diferentes nos creamos entre nosotros, menos objetivos comunes por los que luchar en paralelo tendremos. Esto lleva a la pérdida progresiva del interés en lo político, mientras que la vigencia de los criterios comerciales y económicos relacionados con el colectivo se mantiene intacta.

En este mismo sentido, se normaliza que algunas de las orientaciones sexuales históricas, relegadas a un plano secundario —como es el caso del lesbianismo y la bisexualidad— aún tengan que reclamar sus espacios dentro de la propia lucha. Mientras tanto, otras, que responden a criterios de lo más personales e individualistas, y que ni siquiera deberían formar una orientación sexual, dado que ya se engloban en otras tengan una visibilidad insólita por su rentabilidad económica, como podría ser el caso de la “bearsexualidad”, que aglutina simplemente una serie de preferencias estéticas, pero cuya bandera lleva ya unos años colgándose en Chueca.

Quizás, en el 50 aniversario de los disturbios de Stonewall, deberíamos reivindicar, sí, que el sistema se acostumbre a lo queer, pero también impedir que se lo apropie y lo manipule según sus intereses económicos. Y quizás para eso deberíamos relativizar la importancia de un matiz.

Sigue a Javier en @javiersimlope

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