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Identidad

Entrevistamos a Masha de Pussy Riot sobre su nuevo libro

La activista Maria Alyokhina fue encarcelada durante 21 meses en una remota colonia penitenciaria situada en los Montes Urales. Aquí nos explica por qué su libro 'Riot Days', que detalla su experiencia allí, es un acto vital de revelación de la verdad.

"Si oyes a alguien hablar sobre el tratamiento humanitario de las mujeres en las prisiones rusas, es absolutamente mentira", dice Maria Alyokhina, también conocida como Masha, una de las tres integrantes del colectivo artístico ruso Pussy Riot. Masha nunca pensó que acabaría hablando sobre el sistema penitenciario de su país, pero una sentencia de dos años de prisión más tarde aquí está, a punto de reescribir lo que conocemos sobre las prisiones de Putin con el esclarecedor libro Riot Days.

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El 21 de febrero de 2012, Pussy Riot interpretó la canción de protesta "Punk Prayer" que llevaban meses ensayando dentro de la trampa para turistas que es la Catedral de Cristo Salvador de Moscú. La canción instaba a la "Virgen María, Madre de Dios" a "hacerse feminista". En pocos instantes fueron expulsadas por un guardia de seguridad. Cuando volvieron a casa abatidas, no pensaban que el vídeo de 40 segundos de su actuación que acababan de subir a las redes sociales fuera a importar a nadie.

Entonces empezaron las llamadas de amigas y compañeras activistas. "Deberíais manteneros apartadas durante algún tiempo", dijo una. Otra les apremiaba: "Tenéis que esconderos". Finalmente, el grupo se vio obligado a huir. Masha se despidió de su hijo de dos años en la puerta del colegio y se instaló temporalmente en una serie de apartamentos situados cada vez más lejos de la capital conforme iban pasando los días, tirando su tarjeta sim por el retrete cada dos días y concediendo una entrevista por Skype a Al Jazeera en el lavabo de un Starbucks.

El 3 de marzo de 2012 fue arrestada y más tarde condenada por "vandalismo motivado por odio religioso" y trasladada a una prisión de alta seguridad para mujeres en la ciudad de Berezniki, situada al norte de Rusia, en los Montes Urales, donde cumplió 21 meses de su condena de dos años. Su libro Riot Days, parcialmente escrito en la cárcel, se promociona como una autobiografía, pero en realidad es la primera documentación exhaustiva del abuso que sufren las mujeres en las prisiones rusas, carente de todos los trillados recursos actuales que se emplean en los libros de memorias.

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Pussy Riot en directo

"El libro es un acto feminista", me explica Masha entre incontables descansos para fumar cuando nos reunimos en una cafetería de Londres junto al Támesis. "Sabía que tenía la fuerza suficiente para combatir el abuso que sufría, pero las otras mujeres no podían, aunque no era culpa suya. Este libro pretende decir, 'Puede que no tengáis armas o dinero, pero seáis quien seáis, tenéis una voz'. Es un libro sin barreras, para cualquier mujer que se haya visto atrapada en una situación de inferioridad y haya sufrido abusos por culpa de ello".

El listado de violaciones de los derechos humanos que experimentó en la prisión es interminable. "Al principio me enviaron a vivir en aislamiento. Tenía un libro, que trataba sobre legislación de las colonias penitenciarias. Lo leí capítulo por capítulo, porque todos los guardias y los jefes decían que estaba quebrantando la ley. Y conforme fui leyendo el libro me di cuenta de que eran ellos quienes estaban quebrantando la ley, que yo tenía muchos derechos. Y maldita sea, debía intentar luchar por ellos".

Empezó a escribir sobre los abusos a las presas para el periódico ruso Trud y para que el Comité de Chechenia para la Prevención de la Tortura lo incluyera en sus investigaciones. Tras dejar claro que estaba más que feliz de iniciar una pelea, los guardias convirtieron su vida en un infierno. "Todo empezó con los registros desnuda. Suceden quizá a las 6 de la mañana y son humillantes. Lo hacen para que sepas que no eres nadie, que no eres más que una pequeña pieza del sistema". Los exámenes ginecológicos forzados eran peores. "Decían que pensaban que llevaba artículos heréticos metidos en el culo y la vagina y yo tenía que agacharme desnuda. O sea, ¿en serio?".

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Su aislamiento de las demás presas ―impulsado por las autoridades― constituyó una de las pruebas psicológicas más duras. "Difundían rumores sobre ti para que otras mujeres te odiaran. Abusan de otras mujeres, les deniegan el acceso a las visitas, las llamadas y el correo, todos los derechos legales, y dicen: 'Esto es por el mal comportamiento de Masha', así que las demás mujeres no te hablan por temor a poner en juego su propia seguridad".

El abuso contra Masha continuó aumentando. "Hablé a varios defensores de los derechos humanos acerca de que las mujeres no disponían de mantas para calentarse. Después de aquello los guardias observaban y controlaban todo lo que hacía, grabando en vídeo todos mis movimientos. No grababan a nadie más. Es el principio de Maquiavelo, separar para vencer. Pero yo no pensaba rendirme. ¡Ahora quiero ver esas grabaciones!".

Una autoconfianza como la suya a menudo se etiqueta bajo ideas románticas como la mujer punk o rebelde, pero Masha también es una activista que defiende los derechos humanos, con la capacidad ganadora de compensar su pragmatismo con activismo. Tras unos meses en la cárcel, llevó a los guardias abusivos ante los tribunales y ganó el primer caso contra funcionarios de prisiones en toda la historia de su colonia penitenciaria.

"Aquel momento fue muy gratificante. Quería mostrar a las demás internas que tenían derecho a enfrentarse a la mierda que se les estaba arrojando. Un tercio de toda la población penitenciaria femenina está ahí por culpa de la violencia doméstica", afirma. "No hay organizaciones benéficas en Rusia que ayuden con ese problema, no hay una red de apoyo. Así que después de incontables abusos, es común que las mujeres maten a sus maridos. Entonces toda la familia las repudia, pierden su casa y lo pierden todo".

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Para cuando esas mujeres ingresan en prisión, apenas les queda ya espíritu de lucha. "Solo quería mostrarles que no deberían tirar la toalla". Sus compañeras sabían que serían castigadas si le daban las gracias, pero recibió un montón de sonrisas amistosas y cigarrillos extra después del juicio.

Según Pavel Chikov, director del grupo a favor de los derechos humanos con sede en Moscú Agora, el tiempo de condena de Masha no es algo inusual. De hecho fue relativamente suave. "Maria se enfrentó a la vida de una mujer normal en las prisiones rusas. Lo que es más, tuvo suerte de ser una presa VIP con visitas y un amplio interés del público por su caso y su personalidad", afirmó Chikov.

Foto © Albert Wiking, Fundación We Have A Dream, cortesía de Penguin Random House

"Fue muy dura para la administración de prisiones, mostrando una ausencia total de miedo y una disposición absoluta a luchar por sus derechos", añadió. "La mayoría de prisiones rusas han visto muy pocos cambios desde los tiempos de los gulags, en la década de 1930. La inmensa mayoría de las mujeres no tienen visitas, abogados, coraje y, claramente, no cuentan con la atención del público. Trabajan 12 horas al día, no tienen acceso a agua caliente y tampoco a las necesidades higiénicas y médicas básicas".

Masha ve el tratamiento de las presas como un reflejo del estatus de las mujeres rusas dentro de la sociedad: "Putin recientemente afirmó que el lugar de las mujeres es en la cocina, preparando puto borscht". Tras salir de prisión, lanzó MediaZona, una agencia de noticias que saca a la luz y lucha contra las injusticias y las violaciones de los derechos humanos, como el caso de dos presas con cáncer ―representadas por la organización a favor de los derechos de los presos Zona Prava―, a quienes se les ha negado la libertad a pesar de estar realmente graves.

No parará hasta que el tema del abuso hacia las mujeres encarceladas llegue hasta la opinión pública mainstream. "Sabemos mucho menos acerca de las mujeres en el sistema penitenciario que acerca de los hombres", indica Masha, "y yo quiero cambiar eso".

Riot Days de Maria Alyokhina, está a la venta desde el pasado 14 de septiembre.