FYI.

This story is over 5 years old.

Salud

Lo que aprendí de la depresión tras hacer la transición

Aunque no cambiaría nada, hacer la transición presentó problemas totalmente inesperados.
la sombra de una persona
Afbeelding vía Getty Images 

Este artículo se publicó originalmente en VICE Países Bajos.

TRANS es una revista neerlandesa anual sobre la identidad de género íntegramente creada por personas trans. El siguiente texto es el extracto de un número reciente de la revista.

Mis primeros recuerdos se remontan a cuando era un chiquillo. Me tumbaba en la cama, convencido de que en cualquier momento me crecería un pene. Todos mis hermanos tenían uno, por lo que estaba convencido de que el mío aparecería pronto. Recuerdo que todas las mañanas retiraba las sábanas y miraba hacia abajo solo para comprobar que nada había cambiado. “Quizá mañana por la noche”, intentaba convencerme.

Publicidad

Cuando me hice más mayor, finalmente entendí que o naces con un pene o sin él. Pese a todo, no perdí la esperanza de que por la noche me creciera un pene y cada mañana seguía decepcionándome al comprobar que no era así.


MIRA:


Todo cambió la mañana del 12 de enero de 2017, en un hospital de Belgrado, en Serbia. El día antes había ingresado para someterme a la parte final de una operación de faloplastia, una intervención mediante la cual se construye un pene para las personas trans. En cierto modo, esa mañana sentí como si por fin me hubiera crecido un pene durante la noche.

No es fácil describir lo feliz que me sentí. Después de 20 años sintiéndome incompleto, considerándome a mí mismo una especie de monstruo, finalmente pude librarme de aquella carga. Siempre he explicado la aversión que sentía hacia mi vulva diciendo que era como si tuviera una herida abierta entre las piernas, en lugar de genitales. Y he tenido que vivir con esa idea de mí mismo durante dos décadas. Por eso, pese al dolor del posoperatorio, estaba eufórico. Son esos pequeños gestos rutinarios —notar un bulto cuando me pongo la ropa interior, orinar de pie, rascarme los huevos— los que hacen que se me acelere el corazón de alegría.

"Siempre he explicado la aversión que sentía hacia mi vulva diciendo que era como si tuviera una herida abierta entre las piernas, en lugar de genitales"

Cualquiera imagina que, después de la operación, viví como en una nube. A fin de cuentas, el sueño de toda una vida se había hecho realidad. Sin embargo, lo que sentí fue totalmente lo contrario a eso: caí en una profunda depresión.

Publicidad

Cuando volví a casa para recuperarme, estaba solo; mi perro se había quedado con mi novio para que yo tuviera tiempo para descansar. En ese estado de soledad, me invadió una tristeza muy profunda. Me echaba a llorar desconsoladamente hasta que no me quedaban lágrimas que derramar. Al cabo de unas horas, telefoneaba a mi novio, presa del pánico, y le pedía que volviera a casa enseguida con mi perro. Ni yo mismo sabía lo que quería. Lo único que tenía claro es que necesitaba tener a alguien a mi lado. Me alegro que mi novio cogiera el teléfono ese día, porque lo único en lo que yo pensaba era en saltar desde la ventana de mi casa, en un cuarto.

Durante el periodo de después de aquello, el que por entonces era mi novio no podía hacer mucho por ayudarme. De hecho, nadie podía. Ya no estaba en tratamiento con ningún psicólogo o psiquiatra y me pasaba el tiempo solo en casa, con mi perro. Me costó siete meses aceptar que ese era el cuerpo con el que pasaría el resto de mi vida. No sé muy bien cómo se produjo esa aceptación; lo único que hacía era repetirme una y otra vez que ya era tarde para cambiar las cosas. Supongo que esas palabras me ayudaron a encontrar un poco de paz.

Fui infeliz durante toda mi infancia. Los psicólogos y terapeutas que me trataron durante esos años atribuían mi depresión a la disforia de género. Por aquel entonces, acepté que, pese a que era infeliz, cuando cumpliera 16 años podría empezar a tomar hormonas masculinas y a los 18 me operaría de los pechos. Siempre había un siguiente paso, una excusa que me impedía ser feliz en el momento, y me obligaba a pensar que después de ese paso la vida mejoraría automáticamente aunque fuera un poco.

Publicidad

Pero la vida no mejoró cuando di ese último paso físico. De repente, me di cuenta de que el proceso había terminado. Siempre tendría que cargar con mi pasado, con esos primeros 14 años de mi vida como chica. Con el hecho de que no puedo tener erecciones ni generar semen y de que siempre voy a tener que dar explicaciones a mis nuevas parejas. Tampoco podré traer una criatura al mundo.

Tuve que aceptar que soy transgénero, por mucho aspecto de hombre cis que tenga. Es algo que debí haber hecho hace mucho. Si, a los 14 años, hubiera pasado menos tiempo preocupado por resultar convincente como chico y me hubiera dedicado más a aprender a aceptar mi cuerpo, tal vez nunca hubiera sufrido la depresión tras la operación.

"Tuve que aceptar que soy transgénero, por mucho aspecto de hombre cis que tenga"

En aquella época me resultó muy duro aceptar la realidad después de que una psicóloga me dijera —a un inseguro adolescente transgénero de 15 años—, literalmente, que “nunca llegaría a ser un hombre de verdad”. Me fui hecho una furia y sintiéndome totalmente incomprendido. Hoy, creo que entiendo lo que quería decirme la psicóloga. Solo intentaba protegerme de la depresión que sufriría ocho años más tarde.

He contactado por internet con muchas personas trans que han pasado por lo mismo. Puede ser durísimo aceptar la realidad de que, pese a someterte a una transición con éxito, no vas a ser exactamente igual que un hombre cis al que se le ha asignado el género masculino al nacer.

Publicidad

Quiero dejar claro algo: si pudiera retroceder cinco años en el tiempo, habría vuelto a someterme a la transición. No me arrepiento en absoluto de haberlo hecho. Era un proceso necesario para sentirme completo y dueño de mi cuerpo.

Mientras tanto, las cosas están mejorando y estoy aprendiendo a aceptar mi cuerpo. Me ayuda saber que la gente me percibe como a un hombre. Puedo estar en una sauna sin que me miren con extrañeza o compartir cama con otro hombre sin que se dé cuenta de que soy trans. Mi pareja tampoco tiene ningún problema al respecto y mi vida sexual es normal.

Durante la transición, vivía aferrándome a la visión de un futuro imaginado. Ahora he aceptado la realidad de ser transexual. Mi cuerpo está en mucha más consonancia con mi identidad de género, pero también me he dado cuenta de que, aunque más o menos he alcanzado mi objetivo físico, siempre tendré deseos incumplidos, pero eso forma parte de la vida misma.

Suscríbete a nuestra newsletter para recibir nuestro contenido más destacado.