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violencia machista

Tres hombres me pegaron por responder a un baboso en la calle

Lo peor es que la Justicia ni siquiera lo considera violencia de género.
Todas las fotografías por la autora

De vez en cuando me gusta desconectar del buenrrollismo instagramero y pasarme por la cuenta de @machismocallejero a ver con qué gilipolleces tenemos que lidiar las mujeres en nuestro día a día. No sé si lo hago porque me apetece enfadarme o para ganar fuerzas cuando debo enfadarme de verdad. Por si no la conocéis, en ella se publican cada día fotos y vídeos de agresiones machistas: vemos piropos callejeros, estadísticas sobre violaciones o situaciones dignas del siglo pasado en la televisión. A veces publican alguna reacción poderosa en la que la mujer sale ganando, pero estas son las que menos.

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Fue en uno de esos días cuando me encontré con la cara de Susu Queen adornada con un morado todavía fresco en el ojo derecho. En la descripción de los pantallazos, contaba cómo varios hombres habían decidido emplear su mañana del sábado en pegarle varios golpes en la cara después de que ella le respondiera a un baboso que la miraba con lascivia. El detonante fue que ella les llamó machistas. Pero lo peor no fueron los golpes, sino que este tipo de agresiones no son consideradas violencia de género. ¿Por qué?

Una rápida búsqueda en Google me da la respuesta en el artículo 1 de la Ley Orgánica 1/2004 de Medidas de Protección Oficial contra la Violencia de Género: “La presente Ley tiene por objeto actuar contra la violencia que, como manifestación de la discriminación, la situación de desigualdad y las relaciones de poder de los hombres sobre las mujeres, se ejerce sobre éstas por parte de quienes sean o hayan sido sus cónyuges o de quienes estén o hayan estado ligados a ellas por relaciones similares de afectividad, aun sin convivencia”. Es decir, que si el agresor no tiene o no ha tenido una relación romántica con la víctima, a pesar de que se trate de un delito machista, la justicia no lo enmarca dentro de esta ley.

“Mierda”, pensé. “Esto me podía haber pasado a mí”. Contacté con ella para que me contase con detalle cómo había ocurrido la escena, y aunque se vio dispuesta a hablar, las secuelas de los golpes aún retumbaban. “Todavía estoy bastante tocada por la circunstancia, y me da vértigo hablar de ello aunque diga que sí a hablarlo y todo”, me escribe. Pide por favor que le plantee las dudas con delicadeza, pero cuando le pregunto si se haría una breve sesión de fotos, accede a hacerla en el lugar de los hechos. “Hoy ya he pasado dos veces por allí”, comenta, y quedamos en la zona de Villaverde Bajo, a las afueras de Madrid.

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Cuando nos vemos, la foto tiene 16.960 “me gusta” en Instagram. “No me esperaba para nada lo que ha ocurrido”, reconoce. “De repente lo empezaron a repostear un montón de cuentas que ni siquiera tienen que ver con el feminismo”. Dice que lo que más valora del alcance de la publicación es que completas desconocidas le han escrito para ofrecerle su apoyo o hablar sobre lo que ha ocurrido. “Me siento abrumada por toda esa gente, pero supongo que es positivo porque al final es el apoyo de un montón de personas”.

La cotidianidad de la historia fue lo que despertó la empatía en tantísimos usuarios. “Yo salía de mi casa un sábado por la mañana, me iba a teñir el pelo a casa de una amiga que vive por aquí cerca y llevaba… Bueno, es absurdo lo que llevaba puesto, ¿no?”. Sí. Tan absurdo que lo voy a obviar. “Se me quedó mirando durante un montón de rato un señor mayor con cara de baboso asqueroso, que lo ves y dices: ‘Por favor, por lo menos cierra la boca’”. Hasta aquí, cualquiera de nosotras es capaz de imaginar la escena, y no porque nuestra creatividad sea desbordante, sino porque desde la adolescencia debemos lidiar con personajes así prácticamente a diario.

“Estas situaciones me dan mucho asco porque ya no es uno, es que son un montón de gente por el camino”, explica Susu, y me cuenta que, como acostumbra a hacer, decidió responderle que le dejara de mirar, a lo que el señor reaccionó con los clásicos insultos de rabo ofendido. Cuando le pregunto por qué responde ella a los babosos, me dice claramente: “Porque no soy una cosa, así de sencillo”.

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En la calle, dos hombres más la estaban escuchando, y murmuraron algo sobre lo exageradas que son las mujeres. Susu tampoco iba a callarse esta vez: “A ver si vais a ser un poquito machistas”, les respondió. Y durante el resto del camino que ella continuó hacia delante, le siguieron gritando y llamándole feminazi, puta y bollera. “No creo que me estuvieran persiguiendo, yo creo que vivían en la misma dirección hacia donde iba, pero sí me estaban amedrentando”. Uno de ellos se acercó a apenas cinco centímetros de su rostro. Ella, asustada, le empujó para apartarlo de su lado, y fue entonces cuando empezaron los golpes.

“Llamar a alguien machista no se puede considerar un insulto para provocar una reacción desmesurada”, explica el abogado Enrique Robayna. “

Ahora, si la reacción de esta persona es atacándola o coaccionándola de alguna manera, como hicieron al invadir su espacio personal, es un delito tipificado en el Código Penal”. No como violencia de género, pero sí como coacción. Y si como consecuencia de esta acción que ejercita el sujeto sobre la víctima se produce alguna lesión, estaríamos ante un caso de lesiones leves.

Susu se ríe cuando me cuenta que sus agresores se enfrentaron justo a este delito. “No tengo ni idea de qué tiene que ocurrir para que sean lesiones graves, ¿que me maten, o algo?”. Uno de los primeros puñetazos que le propinaron fue directo al ojo derecho, clavándole las gafas de vista en el pómulo. Cuando ella se agachó para recogerlas del suelo, volvieron a golpearla. Fue entonces cuando un hombre de un comercio cercano que veía la escena se los quitó de encima. “Que es lo guay, o sea, encima de mí te abalanzas, ¿pero un tío te aparta y te quitas? ¿Cómo te funciona el cerebro?”, comenta Susu irritada.

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Cuando consiguieron apartar a la pareja de hombres, ella intentaba detener una fuerte hemorragia que no sabía determinar de dónde venía cuando otro hombre, posiblemente familiar de los otros agresores, se le abalanzó al grito de “hija de puta”. El testigo que antes la había socorrido volvió a hacerlo. Quizás yo tenga la piel muy fina, pero ¿cómo es posible que golpear en la cara reiteradas veces a una persona no sea considerado un delito de lesiones graves?

“Es fundamental lo que pone el parte médico”, explica Robayna. “Si el parte entiende que no hay rotura, sino que fue una simple fisura y que la fisura no necesita una intervención médica, sino que es reposo y que cura con el tiempo, es un delito leve”. Es decir: tres señores deciden pegarle varios puñetazos en la cara un sábado por la mañana a una mujer solo porque ella les ha llamado machistas, y no solo no se considera violencia de género, sino que la propia violencia que ejercen sobre ella también se considera leve. ¿Me puedo bajar de la vida? Gracias.

“Si le hubieran roto la nariz, probablemente les hubieran condenado con años de cárcel”, asegura el abogado. Antes de hacer la denuncia, Susu decidió ir primero al hospital para recibir el parte de lesiones de un médico forense. “En el centro no vieron rotura en la radiografía, me dijeron que quizás habría una fisura, pero no se puede hacer nada. Observarla un tiempo, ibuprofeno y hielo”. Acudir a la policía con un parte médico es fundamental, pero en los delitos penales, la denuncia del ofendido es obligatoria para que haya acción penal. “En estas situaciones, el único que está capacitado para denunciar es el ofendido”, explica Robayna.

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“Ellos me denunciaron a mí por agresiones cuando yo no les llegué a tocar. ¡Por agresión física!"

Susu volvió a tener fortuna en su desdicha cuando la policía encontró a los sospechosos mientras la atendían los del SAMUR. “En un delito flagrante, en el mismo momento se avisa a la policía y se detiene a los sospechosos por medio de unos procedimientos que se llaman de juicio rápido”, explica Robayna. Y tan rápido: el juicio de Susu se celebró al lunes siguiente de la agresión. “Cuando se comete el delito, se detiene a los que lo han cometido y si ha habido denuncia previa, en 48 ó 72 horas ya va a haber un juicio”.

En el juzgado, los acusados contaron su versión de la historia. “Ellos me denunciaron a mí por agresiones cuando yo no les llegué a tocar. ¡Por agresión física!”, me cuenta Susu indignada. Cuando uno de ellos aseguró que ella les había insultado, la jueza explicó que las agresiones verbales no se consideran en el Código Penal. Además, el hombre que la ayudó testificó a su favor. “Si no hay testigos habrá que estar al acto del juicio oral a las preguntas que formulen cada una de las partes y ver si entran en contradicción para determinar quién verdaderamente dice la verdad”, dice Robayna. “Pero es más complicado”.

Gracias a que se pudo contrastar la versión de Susu, la sentencia le fue favorable. Aunque tampoco sé hasta qué punto se puede considerar favorable el hecho de que sus agresores salieran del juzgado con un delito de lesiones leves y sin que fuera considerado violencia de género. “La indemnización fue irrisoria”, me cuenta Susu. Insiste en que el dinero no le importa. “Simplemente buscaba justicia y que por lo menos se supiera que ha ocurrido y quiénes son. Ahora tienen antecedentes, pero vamos, que le van a tener que pagar más al estado que a mí, que es lo gracioso”.

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Según ella, la indemnización que le tuvieron que pagar es mucho menor a una multa por tenencia de estupefacientes, e incluso menor a una multa por beber en la calle. Es decir, que a los ojos de la ley, mejor será que le pegues una paliza light a tu vecino el que pone Camela en bucle cuando se ducha a que te pillen de botellón en las fiestas de tu pueblo.

Yo he tenido que pagar 50 euros por beber unas latas en la Plaza San Ildefonso como buena malasañera de palo, pero hubieran sido 100 si no la hubiera abonado las 48 horas posteriores a la recepción de la multa. No me imagino qué cantidad ha podido recibir Susu por dejarle un morado en el ojo durante varias semanas y el susto en el cuerpo por otras tantas.

“La pena que marca el Código Penal para lesiones leves son una multa al agresor que puede oscilar de uno a tres meses, y va desde 3 euros como mínimo por día a 200 euros”, me explica Robayna. Es decir, que, si el juez decide condenar a los acusados a un mes de multa, podrían haber pagado un total de 90 euros. “Para la pena de multa se tiene en cuenta la capacidad económica del delincuente o del agresor, aunque el máximo por día siempre va a ser 200 euros”. Sin embargo, si este tipo de delito se considerase violencia de género, aunque la pena económica fuera la misma, se podría aumentar hasta seis meses de multa.

"Tienes miedo de contestar, porque dices: ¿y si me vuelve a pasar?”

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Sigo dándole vueltas a por qué la ley no considera estos delitos violencia machista. “Tenga en cuenta que la Ley de violencia de género española es de las más avanzadas a nivel europeo”, asegura Robayna. Pues estamos apañadas. “Básicamente porque lo que trata de defender es a la mujer que desde el siglo XIX y hasta finales del siglo XX, se consideraba que tenía que estar en casa bajo la concepción antigua de la familia y de la posesión. Lo que se ha tratado de solventar es, por ejemplo, los asesinatos de mujeres en el seno familiar, que antes no se consideraban violencia de género”. Así que la justicia aún tiene que adaptarse a lo que la sociedad entiende hoy por violencia machista.

Robayna cree que lo complicado en esta situación es cambiar la ley en el Derecho penal, porque en muchas situaciones, como lo fue el caso de La Manada para uno de los jueces, no queda lo suficientemente claro si una acción está motivada por el machismo o no. “Con el tiempo cambiará la percepción de la sociedad ante estos incidentes, al igual que como con el acoso”. ¿Estaremos dispuestos entonces a modificar la ley? ¿Es realmente necesario, o bastará con que los jueces y juezas sepan identificar la violencia de género cuando la ven?


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Hasta que esto ocurra, Susu no piensa callarse. Confiesa que la primera vez que recibió un piropo callejero después del incidente, se quedó clavada en el sitio y tuvo que volver a su casa temblando. “Es que encima tienes miedo de contestar, porque dices: ¿y si me vuelve a pasar?”. Pero la siguiente vez que le ocurrió, decidió reaccionar: no dejará de responder por miedo. “Decidí publicar el post de Instagram para ayudar a no sentirse tan sola a la gente que le haya pasado esto. Que no estamos solas”.

Repite esto último como un mantra, y recuerda cómo antes se preguntaba si estaba exagerando al responder a los hombres que la piropeaban por la calle. “No, no estamos exagerando. Citando a Pamela Palenciano, yo he venido a incomodar y espero haber incomodado a alguien, especialmente a los hombres: chicos, si os molesta que una mujer os diga que una actitud vuestra es machista, es porque aún no os habéis bajado de vuestro privilegio”.

Tras acabar la entrevista, vuelvo a casa en metro. A un chico de un grupo de tres se le ocurre decirme “adiós” cuando voy a salir. Le quiero responder algo que le avergüence, pero estoy pendiente de que no se cierren las puertas en mi cara y solo se me ocurre hacer como que paso a su lado y decirle casi gritando, muy cerca y dando un pisotón en el suelo, como para asustarle: “¡Adiós!”. Pero por lo general, nadie se espanta ni se avergüenza con las despedidas.

Camino lamentando mi lentitud de reflejos, rabiando por dentro y pensando en qué hubiera hecho Susu.

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