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El Editorial VICE

El Bronx era más que droga (y por eso algunos lo extrañan)

OPINIÓN | Hasta hoy muchos chirris sienten que el sector era el único lugar donde se sentían personas. ¿Cuál es la alternativa?

Hace exactamente un año, el alcalde de Bogotá, Enrique Peñalosa, acabó con la 'olla' más grande del país. Al Bronx, sin embargo, ya antes habían querido eliminarlo. El 1 de abril de 2013, el presidente Santos, su ministro de Defensa y el entonces alcalde Petro se lo tomaron y encontraron 12.000 dosis de basuco, 60 kilos de cocaína, 50 de marihuana, tres armas de fuego, etcétera, etcétera, etcétera.

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"Una fábrica del crimen", dijo Santos desde un tarima improvisada sobre la carrera 15 bis con calle 10. "Les he dado instrucciones al ministro de Defensa y al señor director de la Policía para que en un término de 60 días me acaben con esas 'ollas'" sentencio parado frente la entrada principal del Bronx.

El presidente cañaba.

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Tres años después, Peñalosa volvió a tomarse el Bronx y encontró licor adulterado, drogas, 14 armas (tres de fuego y 11 neumáticas) y "la cantidad de basura que produce un municipio de 10.000 habitantes en un mes".

Pero esta vez sucedió algo distinto. La policía y los vecinos empujaron a la gente que residía en el Bronx hacia el occidente de la ciudad, precisamente por la misma ruta que sigue el popó de la ciudad. La alcaldía también envió una tropa de bulldozers para demoler la infraestructura de la 'olla' y diseñó una estrategia de comunicación que puso los detalles más escabrosos del Bronx en la parte ancha de todos los diarios del país.

"Una fábrica del crimen", declaró en 2013 Santos y luego pidió "que en un término de 60 días me acaban con esas 'ollas'". Estaba cañando.

A medida que la gente iba conociendo las historias de los adolescentes y chirretes que vivían en el Bronx, la indignación comenzó a correr por la calles de Bogotá, o al menos por sus redes sociales.

Pero, paradójicamente, los adolescentes de los guetos de Bogotá y los habitantes de calle (las dos poblaciones rescatadas del Bronx) guardaban una especie de duelo por la extinta 'olla'. Y lo guardaban por algo que nadie se atreve a mencionar públicamente, pero que es necesario decir. A menos que haya una intervención humanitaria seria que les ayude a transformar sus vidas a largo plazo, los chirris de Bogotá necesitan una olla.

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Noventa días después del operativo, los chirris expulsados del Bronx seguían "contenidos" en un caño por la policía. Desde este lugar y sin soltar la pipa de basuco, en ningún momento le exigían a la ciudad ser reinstalados en el Bronx o en algo equivalente. "Lo que queremos es un coffee shop. ¿Sí sabe? Un lugar donde (uno) puede estarse y consumir tranquilo", me dijo una vez uno de los voceros de una población sorprendentemente organizada.

Mientras tanto, los adolescentes de los barrios pobres de la ciudad le rendían tributo a la memoria del Bronx a través de los grupos de Facebook que habían creado para encontrarse en la zona. El Bronx y su creciente popularidad entre los menores de edad fueron en buena parte un fenómeno de redes.

¿Por qué alguien extrañaría un lugar en que la tortura y la explotación sexual habían sido supuestamente el plato del día?

La explicación más goda y conveniente es decir que, esclavizados por la droga, los chirris y los adolescentes no saben lo que les conviene. Pero esto no es tan sencillo. Y creo que podemos aprender mucho más de la forma como hoy añoran al Bronx quienes lo conocieron por dentro que de las versiones amarillistas de lo que allí sucedía.

Podemos aprender mucho más de la forma como añoran al Bronx quienes lo conocieron por dentro que de las versiones amarillistas de lo que allí sucedía.

"Esto es más que droga", me dijo un funcionario de la personería que acostumbraba hacer trabajo de campo con la gente del Bronx. Se refería a que, más allá de la "fábrica del crimen" y el expendio de drogas (que lo era), el Bronx también era un tejido social.

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No es casualidad que en el Bronx hayan terminado juntos los chirris de la calle y chinos de los guetos. Por ser pobres y excéntricos, ambos se han quedado por fuera del circuito de asuntos tan sencillos como obtener servicio a la mesa o saludar y ser saludados. Y pasemos a cosas menos sencillas: ambas poblaciones han sido y siguen siendo blanco de una matanza que algunos han decido llamar 'limpieza' y que se da en medio del silencio de las autoridades y la opinión pública. Matan a uno por semana.

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Un año después de la intervención del Bronx, en Bogotá existe la misma demanda de drogas y zonas de despeje moral. Y no lo digo yo. La semana pasada, la alcaldía celebró el aniversario del operativo desarticulando nuevas 'ollas' que habían surgido de las disidencias del Bronx.

El Fumas, un adolescente que trabajaba como cajero en uno de los expendios del Bronx, me decía que la zona era el único lugar en que los chirris se sentían personas. El propio Fumas asegura no haber sido "nadie" hasta que conoció la 'olla'.

Hay algo que debemos tener claro: en Bogotá seguirán existiendo muchas ollas, y la gente seguirá extrañando a la más grande de todas. Y esto será así por mucho tiempo si no entendemos que los chinos de los guetos y los chirris de la calle necesitan un lugar en el que puedan sentirse como personas.

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* Este es un espacio de opinión. No representa la visión de Vice Media Inc.


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