El silencio se hizo en la sala mientras el fiscal leía el diario del acusado: “Tomar una buena posición y meterle una bala en la cabeza al príncipe Carlos. Está protegido, pero no demasiado. Sacrificaría mi vida por ese disparo. Matar a Carlos y después a Guillermo para que Enrique sea rey. Muerte a los tiranos”.
Con pruebas como ésta, Mark Colborne, de 37 años, lo tiene difícil para salir absuelto del juicio que se celebra estos días en Londres. Hace un año fue detenido por planear un doble asesinato contra el heredero de la corona y su primogénito. Su motivación: ninguno de los dos es pelirrojo, como él, y como Enrique, tercero en la línea de sucesión. Como los verdaderos arios. Los únicos que, a su juicio, merecen ocupar la corona británica.
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La ira de Mark Colborne iba más allá del magnicidio. Según el fiscal, preparaba un atentado en masa para vengarse de la sociedad que se burló de él por ser pelirrojo desde que era un niño. Para ello había buscado explosivos en Internet y llegó a adquirir ingredientes para fabricar cianuro. Todo, hasta que su hermano descubrió lo que tenía entre manos: leyó sus anotaciones y encontró máscaras, trajes de protección y material de laboratorio. Y decidió avisar a la policía.
La caza del pelirrojo
El proceso contra Mark Colborne se enmarca en un fenómeno circunscrito casi exclusivamente a los países de raíz anglosajona: el acoso a las minorías pelirrojas. Escocia e Irlanda lideran el ranking mundial de población pelirroja, con un 13 y un 10 por ciento, respectivamente. En EE.UU., el dato se sitúa en el 6%. Fue allí donde, a raíz de un episodio de South Park en el que se los tildaba de desalmados, se produjeron una serie de ataques y palizas a adolescentes pelirrojos en California.
Mientras tanto, en Inglaterra, los datos contribuían a levantar suspicacias contra ellos: el año pasado, un estudio publicado en el diario conservador Breitbart llegó a la sorprendente conclusión de que el 70% de los ingleses convertidos al islamismo radical eran pelirrojos, lo que les llevó a elaborar un titular tan amarillista como cruel: “Los pelirrojos se sienten atraídos por el Islam radical”.
El camino opuesto del tomado por Colborne lo encarnan personajes públicos como Louis Evans. Al igual que Mark, sufrió acoso escolar en el colegio donde estudió, en Lowestoft, al este de Inglaterra. Sus compañeros le llamaban despectivamente rusty (oxidado). Se reían de sus pecas y de su tez blanca. Las chicas no querían ni acercarse a él. Pero Louis dejó atrás la adolescencia y su rostro cambió de manera tan radical como su consideración social. Hoy, con 22 años, es un modelo de éxito por el que suspiran las adolescentes y los diseñadores de éxito. Ha desfilado en la Semana de la Moda de Londres, ocupado las páginas de revistas como Vogue y aparecido en una campaña de la BBC. Su próxima parada: la Semana de la Moda de Milán, el próximo mes de junio.
En España, donde el porcentaje de pelirrojos apenas roza el 1% -algo más en la cordillera cantábrica- discriminar a alguien por el color de su pelo suena casi inverosímil, y el orgullo ginger se lleva a gala como una celebración de la diferencia, algo especialmente palpable en webs como pelirrojos.org o blogs como Rincón Rojelio.
“Nunca he tenido el más mínimo problema, más allá de que en el colegio me llamaran zanahorio”, bromea Ramiro McTersse, director del programa de Radio 3 Bandera Negra. Su apellido delata su ascendencia escocesa. De hecho, estudió en el sur de Inglaterra de los 11 a los 15 años, en plena preadolescencia. “Allí sí noté cierto racismo”, recuerda, “pero no especialmente con los pelirrojos, sino hacia todo lo que fuera diferente: negros, hindúes…” La clásica crueldad infantil.
La realidad es que señalar y perseguir a los pelirrojos es una costumbre que viene de antiguo. Los romanos estaban convencidos de que traían mala suerte, y la Biblia asociaba al pelo rojo a una marca de Caín, presente en los personajes que consideraba malvados, como Judas Iscariote: Martin Scorsese dio buena cuenta de ello caracterizando (y tiñendo) a Harvey Keitel en La última tentación de Cristo, donde encarnaba al discípulo más díscolo y besucón.
La Inquisición condenó a la hoguera a no pocos pelirrojos, de los que se pensaba que eran endemoniados que habían robado el fuego del infierno. Y todo ello a pesar de que la universidad de Barcelona demostró que los neandertales eran pelirrojos, al menos en su mayoría. Quizá toda esa historia de odio e incomprensión explica la sed de venganza de Mark Colborne. O quizá es que, por una mera cuestión de probabilidad genética, de cuando en cuando aparece un personaje con una idea descabellada y el cabello de color anormalmente rojizo.