Historia del dopaje en los Juegos Olímpicos: la decadencia moral del deporte

En los orígenes de la humanidad, los dioses estaban en un permanente “agón”, es decir, el destino se jugaba en la contienda de sus fuerzas. Pasó un tiempo para que el río Alfeo fuera testigo del renacimiento del “agón” originario, ahora en forma de pruebas humanas: los primeros Juegos Olímpicos. La antigua disputa de las deidades transmutaba en disciplinas como el boxeo, la gimnasia, la lucha libre, el pentatlón, el decatlón y el lanzamiento de la jabalina y el disco, donde los hombres emulaban las gestas divinas. En cada uno de esos encuentros, por naturaleza, había vencedores y vencidos.

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Casi tres mil años después, apelando a una linda aspiración —la hermandad de los pueblos— y a su interpretación del espíritu olímpico de los griegos, el Barón Pierre de Coubertin, fundó las olimpiadas modernas bajo el siguiente precepto: “Lo importante no es vencer sino participar”. Sin embargo, la trampa a través del dopaje, desde tiempos remotos cuestiona la sentencia de Coubertin: la aspiración frenética al triunfo por sobre el espíritu de la competencia tiene alcances que degeneran una y otra vez cualquier constructo moral. Píndaro, Galeno, Pausanías y Filóstrato, entre otros, dan cuenta en su literatura de la multiplicidad de sustancias que se usaban en la antigüedad y del rol preponderante que cumplían médicos y hechiceros en el trasfondo de las competiciones. En su tratado “Gimnástico”, Filóstrato agrupa a prostitutas y atletas a la vanguardia en el uso de hechicería y sustancias. La aspiración al triunfo y su correlato —navegar las dulces aguas de la gloria—, han amenazado desde siempre el supuesto carácter deportivo y su honorabilidad.

Los delgados límites morales del triunfo como forma o fondo en el deporte se hicieron más frágiles con la entrada del siglo 20, y muchas veces recibieron el trato de asunto de Estado, tanto en la promoción de su actividad en la vida pública, como en la lucha por el triunfo y sus oscuros métodos. En el caso ruso, la asunción de Lenin al poder y la creación de la URSS permitió que el líder impusiera su convicción en torno a que el ejercicio mental y físico eran necesarios para darle vigor a una revolución recién parida. Las extensas diagonales del alfil, la parsimoniosa y disciplinada verticalidad de los peones o el liderazgo libertario pero organizado de la reina, eran para Lenin el motivo por el que el ajedrez representaba delicadísimas metáforas del incesante avance del socialismo, profecías que podrían generar en el pueblo el movimiento neuronal necesario para entender, amar y pertenecer a la revolución.

En los Juegos Olímpicos de Berlín 1936 realizados en plena Alemania Nazi pre II Guerra Mundial, Goebbels fue mandatado por Hitler para registrar cada segundo de la gloria deportiva, y así construir una épica en torno a los triunfos alemanes que fuese asociada por la población a una supuesta grandeza que emanaba del proceso político. La competitividad natural de cada individuo también ha hecho su contribución, siendo las ansias de victoria de cada atleta un impulso fundamental para hacerlos buscar en la medicina y farmacología moderna estímulos que hagan que sus cuerpos logren superar los límites de lo imposible.

La obsesión por el triunfo en la actualidad es delatada en el informe elaborado por Richard McLaren, que muestra como el entramado dirigencial ruso se involucró en una operación que bien podría ser una saga de novelas thriller: la sistemática manipulación de resultados de exámenes anti-dopaje para encubrir a quienes habrían recurrido a sustancias prohibidas para potenciar su rendimiento. El llanto de la saltadora con pértiga Isinbayeva, la furia del Presidente Putin —que acusa persecución política— y la decepción de decenas de competidores rusos inhabilitados para la carrera por la medalla de oro, son un elemento más para una historia que confirma que ni el ineludible paso del tiempo y todas las transformaciones que trae consigo en la existencia humana han podido hacer desaparecer el oscuro impulso que emerge del deseo de victoria más allá del bien y el mal.