Comida

El DF en diez tragos

La premisa sonaba más o menos sencilla y bastante divertida: probar diez de los tragos más famosos de la Ciudad de México para después hacer un recuento con Julio Martínez Ríos para Puentes. Me lancé a beber a distintas lugares, desde pulquerías del centro, el bar de Sanborns y sus tragos multicolor, un par de cantinas de la vieja escuela, hasta la central del mariachi en el DF. De todo un poco, pues.

Sirva esto de testigo del momento en que mi hígado redujo su expectativa de vida en búsqueda de aquello que quita la sed chilanga.

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Mr. Pink, Limantour

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Mr. Pink en Limantour. Todas las fotos son de la autora.

Cuenta la leyenda que este trago lo inventó uno de sus fundadores –Rodrigo Maceda–, y es junto con la Margarita al Pastor, uno de sus tragos más famosos. Tiene ginebra, jarabe de romero hecho en casa, limón verde, albahaca, jugo de toronja y una rama de romero. Es un cóctel muy fresco, que se toma muy fácil y que es prácticamente imposible que a alguien no le guste. Un obligado del bar que ocupa el lugar 47 en The World’s 50 Best Bars.

Curados, Salón Casino. “La catedral del pulque”

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Curados de pulque, en Salón Casino.

La familia de mi papá es de Tlaxcala, uno de los principales estados productores de pulque en México, así que ya había bebido este fermentado. Pero nunca llegó a ser mi bebida favorita. El pulque es una bebida tradicional, se bebe desde antes de la Conquista; aunque con el auge de la cerveza en México, el pulque quedó relegado. Hasta hace poco, cuando surgió de nuevo en bares de barrios high end, como la Roma. En el DF comenzamos a ver la proliferación de las “nuevas pulquerías” que experimentan con diferentes ingredientes para hacer curados (pulque blanco mezclado con frutas, verduras o semillas).

Por recomendación de un amigo, fui al Salón Casino para probar un par de curados, de entre las 8 opciones que hay. Probé el clásico de piñón, ahora consumido por la chaviza, y el de mango con chamoy, aunque me gustó mucho más el primero.

El Salón Casino se surte de tres tinacales distintos en la Ciudad de México –Colonia Doctores, Iztapalapa y San Pedro Mártir–, de los cuales vende 25 mil litros de pulque a la semana.

Clamatoño, La Casa de Toño

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Clamatoño en La Casa de Toño.

Lo que empezó como un humilde restaurante que el buen Toño armó en el garaje de su casa, con un anafre, un comal y la ayuda de su mamá y su abuela, hoy es un emporio de catorce restaurantes en la Ciudad de México. Las largas filas que están afuera de cada sucursal son el mejor indicativo de que ahí todo está bien, pues cumple con la máxima del mexicano: que sea bueno, bonito y barato. Aunque su especialidad son los pozoles, las quesadillas, sopes, tostadas y su perfecto flan de la abuela, hay una bebida que bien vale la pena la visita, el Clamatoño. Consiste en un clamato preparado con salsas de la casa y la cerveza que a cada quien se le antoje, resultando en una bebida increíble que es el complemento perfecto de cualquier antojito mexicano.

Tepache, Marilyn Abarrotes

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Tepache, de Marilyn Abarrotes.

Otra de las bebidas chilangas en peligro de extinción. Es un fermentado de frutas, principalmente de piña y naranja. Es una prueba del ingenio mexicano para reducir el desperdicio de alimentos, pues en lugar de tirar a la basura la cáscara de la piña, se hace de ella una bebida refrescante, dulce y astringente —aunque otros tepacheros utilizan la piña completa y no solo la cáscara—.

Los amigos de Marilyn Abarrotes hacen tepache para acompañar las tortas que sirven en su rinconcito del Mercado del Carmen. Para hacerlo, mezclan la cáscara de piña con jugo de naranja y agua durante dos días. Después añaden piloncillo y dejan fermentar un par de días más. Lo más importante del proceso es cuidar que la temperatura sea estable todo el tiempo, de lo contrario se convertirá en vinagre.

Bata Blanca, El Sella

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Bata Blanca en Bar El Sella.

En la colonia Doctores está una de las cantinas donde mejor se come y se bebe. Fue creado por inmigrantes asturianos hace cinco décadas y desde entonces su chamorro se convirtió el favorito de los comensales, entre los que siempre ha habido médicos, enfermeros y estudiantes de medicina (por su ubicación). A parte del chamorro —limpio, en tacos—, uno puede ordenar lo que sea porque todo está rico.

Estos asturianos son inventores de una bebida maravillosa: el agua de horchata con vodka, apodada por los doctores como ‘Bata Blanca’. Es grandiosa, resbala fácil y es el mejor acompañante para una tarde de dominó, en compañía de los parroquianos que visitan el lugar desde hace años.

Ponche de granada, Salón Tenampa

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Ponche de granada, de Salón Tenampa.

Aunque ha visto mejores años, el Tenampa sigue siendo una parada obligada para cualquier turista y chilango, es nuestra central del mariachi y es de donde hay que ir a echarse un tequila alguna vez en la vida.

Desde 1925 sirven su bebida emblemática, el ponche de granada, una importación de Jalisco que se hizo famosa en el Tenampa. Es una mezcla de jugo de granada, tequila y nuez picada que se sirve en un jarrito. La verdad, no me gustó nada, pero por lo menos ya taché esta experiencia en mi lista de “cosas que hay que hacer antes de morir”.

Sangría, Sanborns

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Sangría, en el bar de Sanborns.

El bar de Sanborns es como el Triángulo de las Bermudas, una vez que entras no podrás salir. Para quienes no lo conocen, se trata de una cadena de tiendas mexicanas fundadas a principios del siglo pasado que lo tienen todo, hasta restaurante y bar.

Su bebida insignia es la Sangría, una mezcla de jugo de limón, jarabe natural, agua mineral, vodka y vino tinto. Es la cosa más refrescante, y que más rápido te empeda, del mundo. Es gloriosa. Además, mientras bebes tu chupito, de cortesía te darán un caldito de camarón, taquitos de pollo y los tradicionales cacahuates y chicharrones.

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Gomichelas, Gomitas Bar

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Gomichelas, de Gomitas Bar.

Creo que esta es una de las aportaciones más bizarras que hemos hecho al mundo, es algo que sólo se le pudo ocurrir a alguien pacheco. La idea es: servir una michelada –cerveza con jugo de limón– en un vaso escarchado con chamoy y chile piquín. Pero eso no es todo, la pièce de résistance es echarle un buen numerito de gomitas enchiladas al vaso. Sonaba algo espantoso, pero puedo decir que le encontré el atractivo después de un día de muchísimo calor.

Bull, Cantina Dos Naciones

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Bull, en la cantina Dos Naciones.

Si un lugar ostenta a la entrada un letrero que dice ‘Museo de Tragos y Arrabal’, por supuesto que no dudas ni un momento en entrar, ¿verdad? La Dos Naciones es una de las cantinas tradicionales del Centro Histórico, no sólo porque en ella puedes echarte un bailongo con las ficheras –señoritas que mediante el pago de una ficha bailan contigo una pieza–, sino porque está al lado de uno de los mejores puestos de tacos de suadero del DF: Los Cocuyos.

El mejor plan es pedirte alguno de los tragos emblemáticos de las cantinas como el Bull –vodka, ron, fernet, cerveza y limón–, y luego sales a echarte unos taquitos y regresas para echarte un par de tragos más.

Mezcal, Alipús Endémico

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Mezcal de Guerrero, en Alipús Endémico.

Antes el mezcal era visto con malos ojos, como una bebida que sólo consumían unos cuantos y que además te ponía pacheco, por lo que era casi “del diablo”. Afortunadamente de unos años para acá el mezcal ha recuperado su buena reputación, en parte gracias a proyectos como el de Los Danzantes, quienes hace veinte años apostaron por producir un mezcal oaxaqueño de buena calidad. Después de disfrutar de su éxito, hicieron Alipús, que podría definirse como su lado B que produce y distribuye mezcales de otros estados del país, y otros destilados de agave como el sotol, la raicilla y el bacanora.

Alipús Endémico es un lugar en la Condesa donde pueden probarse todos los destilados de agave que producen, a la par que se comen buenos tacos y antojitos oaxaqueños para hacer la experiencia más amable. Yo me eché uno de Guerrero, fuerte y alcoholoso. No me lo pude terminar, por más que ame el mezcal. A estas alturas ya había bebido demasiado alcohol.

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Definir una ciudad por los tragos que se empinan sus habitantes es complicado. Si la tarea se concentra en solo diez opciones, la cosa es arriesgada; pero si esto debe hacerse en una semana, la misión se convierte en una completa locura.

Recorrí muchos kilómetros. Fui en búsqueda de las legendarias “aztecas” —las famosas gomichelas del DF— sólo para encontrar que ya no existen; bebí pulque hasta que mi panza inflada no aguantó más —me enteré muy tarde de que con un poco de bicarbonato pude evitar que el pulque se siguiera fermentando en mi estómago—; comprobé que los tacos de Los Cocuyos son una gloria para comer entre tragos; y me hice amiga del viejito bartender que me atendió en el bar de Sanborns.

Pero todo por un precio muy alto: quedé asqueada del alcohol. Jamás pensé que sucedería algo así. En serio, aún ahora, semanas después de LA hazaña, veo un trago y prefiero beber agua mineral.

Quizás me estoy sugestionando, o tal vez mi hígado descubrió una voz propia y me dice una y otra vez: “Issa, por vida tuya, tienes que parar”. Pero, si se me cruza un curadito de piñón en el camino, no le voy a hacer el feo.

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