Medio Ambiente

Los espectáculos numéricos del calentamiento

Google maps foto satelital

El hambre de un dragón tarda en despertar, pero luego es difícil saciarla.

Ursula K. Le Guin

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Ver la destrucción frente a pantallas en sofás cómodos da la impresión de que la ciencia ficción reina en el planeta Tierra. Los fenómenos naturales parecen increíbles efectos especiales que tiñen de rojo paisajes convertidos en fuego, aguas desbordando las ciudades o el viento arrasando cualquier solidez construida. Los incendios que han ocurrido de manera violenta y progresiva en la Amazonía o que la última semana van invadiendo Europa, superan la fantasía de la catástrofe retratada en distopías ficcionales, donde no hay fuerza humana que los detenga. Este espectáculo se vuelve más estridente con los alarmantes datos que presenta el IPCC (Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático): no habrá ningún lugar en el planeta que esté a salvo. Si bien estos datos medibles son importantes –aunque la magnitud de sus números difícilmente cabe en nuestras mentes- hay algo que también está en juego y que no abarcan los reportes de experticia científica como éste: la narración y la pregunta por el lugar de la humanidad en un enorme mundo vivo.

San José del Guaviare, Guaviare, Colombia. 2.285784, -73.231436

La década decisiva

Quien vive cerca de la tierra y la trabaja, quien investiga acerca del cambio climático, o meramente ve noticias,  no necesita leer el resumen de cuarenta páginas del informe del IPCC para sentir el clima más caliente, las tierras menos fértiles o las aguas de los ríos y las lluvias inestablemente destructivas. Lo fascinante y aterrador de estas investigaciones radica en conocer cifras que difícilmente caben en nuestra cabeza, números milenarios que superan nuestra propia existencia como especie. Las escalas de tiempo con las que nos dota este documento parecen propias de un espectáculo sin precedentes, una serie de récords peligrosos para la vida en el planeta.

Rio Branco, Acre, Brasil. -9.853890, -67.680196

Para comenzar con acentuaciones magistrales, desde hace dos millones de años, el nivel atmosférico de dióxido de carbono no ha alcanzado tan estrepitosas cantidades. Por ello, no sorprende que las temperaturas que registran esta última década superan a cualquier cantidad estimada desde hace 650 siglos. Este calor ha estado disolviendo los glaciares y poniendo en peligro a todas las regiones costeras y a las islas del mundo, y dicho derretimiento no ha sido detectado en los últimos 2000 años. El aumento excesivo de metano en la atmósfera, un gas que tiene la capacidad de calentar el planeta 80 veces más que el dióxido de carbono, no ha sido registrado hace ocho mil siglos. Este gas es ocasionado por la agroindustria y ganadería insostenibles que causan deforestación de millones de hectáreas de bosques, actividades económicas que también son grandes autores de los incendios forestales.

Don Martín, Coahuila, México. 24.492777, -100.6598434

En un reporte de la NASA en 2018, Europa estuvo denominado como el continente menos afectado por los fuegos que arrasaban en las regiones tropicales. Hoy, esta historia es distinta. Francia, Turquía, Italia, Grecia, Rusia, todos con fuegos alimentados por las olas de calor. En la región Yakutia en Siberia, que posee la ciudad más fría del mundo por vivir alrededor de los cincuenta grados bajo cero, los incendios ya quemaron más de 1,4 millones de hectáreas. Esta desaparición de bosques implica un detrimento a la salud humana pues posibilita el incremento de zoonosis, la transmisión y contagio de virus y patógenos portados por animales al ser humano.

Resulta difícil encontrar la cordura entre estas cifras abismales, imaginarse la vastedad contenida en milenios. Pero hay algo que sí es posible comprender: el informe establece que, inequívocamente, las actividades económicas humanas son las causantes de este abrupto calentamiento. Sin embargo, pareciera que políticos y magnates archivan en el cajón de sus olvidos informes como este.

San José de Maipo, Región metropolitana de Santiago, Chile. -33.710516, -69.907680

Las pensadoras norteamericanas Anna Tsing y Donna Haraway llaman a los últimos ciento cincuenta años como “La Gran Aceleración”, un tiempo dominado por intereses económicos humanos insaciables y sueños de industrialización sostenidos con la explotación voraz de la corteza planetaria. Esta extracción ha sido imparable: el bullicio de los motores sin descaso, la rapidez como gran moral y la naturaleza reducida a recursos bajo los parámetros de la acumulación y la riqueza.

Además, el reporte presenta otras conclusiones para guiar el advenimiento planetario. Pronostican que, a pesar que ahora mismo se detendrían las emisiones de carbono y metano, algo que está lejos de pasar, el clima tardaría entre 20 y 30 años en volver a tener una cierta estabilidad. También recalca que para mantener temperaturas que eviten ruinas humanas –por debajo del 1,5 grados- se requiere que todo el planeta, no sólo los países ricos que son grandes responsables del desequilibrio, emitan cero emisiones al menos una década antes a 2050.

Pailon, Bolivia. -17.476051, -62.434926

Existe otra alerta: si las acciones humanas perpetúan sus actuales ritmos, para 2100 tendremos un aumento de 3 grados. Esto resultaría en un ambiente casi invivible en grandes regiones de la Tierra por las asfixiantes olas de calor, continuos incendios arrasadores, tierras inertes para la agricultura, la furia del agua y la lluvia inundado sin distinciones geográficas. Estos fenómenos ya están mostrando su potencia imparable sobre el mundo, pues no hay estructura que detenga la fuerza extrema de la naturaleza. Los arrecifes de coral no podrían existir en un planeta 3 grados más caliente y con esto también moriría la pesca que está bajo su sustento; tampoco la Amazonía podría sobrevivir por mucho tiempo en ese calor garrafal.

Mientras más tardamos en dejar de calentar el planeta, una puerta de salida se va cerrando, una chance que sólo estará disponible ahora. En un mundo de este talante, los grandes expertos de la geo ingeniería –que muchas veces recogen su financiación de las industrias petroleras–  podrían implementar inmensas máquinas no probadas para absorber carbono de la atmósfera, tecnologías que pueden favorecer a ciertos climas del mundo y desolar a otros.

Este informe avalado por 195 gobiernos y basado en más de 14.000 estudios podrá ser una de las guías durante la Cumbre del Cambio Climático (COP26) en Glasgow en la que deberían tomarse, en noviembre, drásticas decisiones. O al menos esa sería la esperanza, una de aquellas que pertenece a la fe sin materia porque desde los Acuerdos de París en 2015 los cambios no han sido sentidos, vistos ni implementados. Las economías continúan arrasando sin precedentes.

Los límites de esta ciencia

Si el mundo se calienta un grado y medio más en los próximos treinta años,  tendríamos que preparar una orquesta al estilo de Wagner, con mezclas de un frenesí de arrepentimientos y vastas nostalgias mientras buscamos el imposible de volver a lo que perdimos. Informes como este no relatan estas pérdidas y peligros sino en entidades cuantificables, cuya aproximación no detona la belleza, complejidad y encantamiento que es posible construir con los múltiples seres que habitan con nosotros en la Tierra.

En La mano izquierda de la oscuridad, la escritora Ursula K. Le Guin otorga al mundo natural la condición de sujeto: el frío, las montañas, las tormentas, el clima; todos atraviesan y moldean la vida en el planeta Invierno. El fuego hace, el río inunda, el viento viaja, el mar crece. Sus personajes, Genly Ai y Estraven, van recorriendo las enormes montañas de Invierno, un lugar gélido a decenas de grados bajo cero como la cotidianidad más caliente. Navegan por la nieve y el frío con la única certeza que morir puede ser lo más seguro ante la rudeza del entorno. En las noches heladas y casi sin comida, su sabiduría sobre el clima, la nieve y el viento es un salvavidas en medio de la tempestad que van cruzando. La disposición y la sorprendente adaptación por realizar algo que nunca habían estado cerca de imaginar, hicieron que el escape fuera posible frente a todo pronóstico.

Su historia exhibe que el conocimiento y la ciencia sobre un planeta vivo requieren respeto, admiración y una vasta sensibilidad.

Hablar de la tierra sólo como una cuestión de números y catástrofes advenideras, como lo hace el reporte del IPCC, deteriora las relaciones particulares, cercanas y localizables con la naturaleza, y es indiferente a la pregunta sobre el lugar de la humanidad en el planeta, desprendiendo al humano de vínculos sensibles con el mundo. Todo sistema racional (como estas investigaciones científicas), dice el biólogo Humberto Maturana, está fundado en las emociones, pues la razón existe como una justificación, un dote de sentido a aquello que nos atraviesa en la matriz de la emoción. Existen varias propuestas que tratan de sentir y pensar distinto para actuar y construir formas de vida sostenibles. Por ejemplo, las filosofías del buen vivir (Ecuador) o Vivir Bien (Bolivia) están basadas en el pensamiento y prácticas indígenas quechuas y aymaras que han sostenido una relación armoniosa con la Tierra. El movimiento del Decrecimiento (Degrowht) en Europa busca introducir economías donde el crecimiento no sea el objetivo último de la producción. Los activistas globales por el cambio sistémico tratan de mostrar que la solución al cambio climático no empieza por soluciones individuales, sino por un reajuste común de las dinámicas socioeconómicas y culturales. En general, estas propuestas, que son algunas entre muchas, no sólo muestran datos, ellas evocan el replanteamiento del problema del calentamiento: se pregunta cómo la humanidad puede construir de forma sostenible su vida en el planeta.

Sin embargo, la ciencia parece ciega al sentir, una habilidad esencial para este presente en vilo. La evaluación física del clima puede reducir a la Tierra a sus componentes contables y separados. Godofredo Pereira, en su investigación sobre las fronteras subterráneas, relata que la ciencia es también un motor de la acumulación, donde el mundo es visto como un problema de código y de manejo de data. Los cálculos enormes a los que llega el reporte, pendulan entre un arduo trabajo de investigación y cifras convertidas en espectáculo alarmador, que no capturan las íntimas relaciones del fenómeno de la vida.

Los datos climáticos, con sus alarmas frenéticas, parecen incapaces de hablarnos de un mundo donde los humanos no somos los únicos agentes ni protagónicos del cambio, somos también receptores, estamos afectados por nuestro lugar porque somos parte de él. La naturaleza nos invade, nos provoca, nos perturba, nos cuestiona. Los motivos científicos y sus explicaciones para probar que el cambio climático es un problema están más que dados, requerimos las formas, de nuevas relaciones con un mundo fantásticamente dinámico, nuestras narraciones sobre la vida importan, al igual que la manera en que las expresamos. Ahí está, el límite de una ciencia fría de grandes datos.

En este interludio de la espera por el devenir de nuestro futuro como especie, los debacles climáticos harán que prestemos más atención al mundo y, con esto, a una nueva forma de pensar nuestra vida en él, y no sólo con una numerología calculadora.

Imágenes de Alejandra Vargas: @finding.maps