Abriendo a patadas las puertas de la percepción

Por causas ajenas a mi voluntad tuve que ausentarme del Primavera Sound poco antes de la actuación de Glenn Branca, y me jodo, pero me consuelo pensando que al menos estuve presente en su prueba de sonido—bajo un sol castigador que me pasó factura, eso sí—y vi desde lugar privilegiado las gesticulaciones de Branca articulando el sonido de su banda, sus ires y venires sobre el escenario, intercambios de opiniones con técnicos y músicos y, de propina, a una de las más prominentes y esquivas figuras del ¿rock? de vanguardia y la clásica contemporánea, un hombre para quien volumen, densidad y potencia son materias académicas, cabrearse como una mona porque los amplificadores no eran los que había pedido y el volumen general no era, ni de lejos, tan descomunal como él tiene por costumbre. Agotado su tiempo de

soundcheck, Branca, con más dudas que certezas, nos recibió en su camerino derrumbado en una silla de cámping y con aspecto de cargar el peso del mundo sobre sus espaldas.

«¿Tú cómo lo has oído?», me preguntó de buenas a primeras. Embarullado al principio, Glenn, pero al final bien. «¿Y de volumen?» Flojo para mi gusto, no te voy a mentir. Glenn pone cara de circunstancias y se enciende un pitillo. Está contrariado y lo puedo entender. Tengo delante al tipo que, con la guitarra como principal instrumento y el volumen excesivo como uno—aunque no único—de sus grandes recursos expresivos, redujo a escombros los conceptos de rock y punk con su grupo Theoretical Girls en la Nueva York de finales de los 70, se desvinculó de la no-wave casi antes de que ésta naciera, contribuyó espiritualmente a la formación de Swans y Sonic Youth—tanto Michael Gira como Moore y Ranaldo aprendieron unas cuantas cosas, que aún aplican, a su paso por el ensemble de Branca—y se ha pasado tres décadas creando sinfonías que, ya las interprete una orquesta o un ensemble de cuatro, seis, dieciséis o, no me lo invento, cien y hasta doscientos guitarristas, pasan sobre el oyente como un rodillo. Y hete aquí que, a su paso por Barcelona para presentar The Ascension: The Sequel, un trabajo que renueva lo expuesto en The Ascension (1981), los amplis le pirulean y lo que debería ser una barahunda atronadora no pasa de aplacado rumor. ¡Ánimo, tío!

«Recibí el encargo del Barbican Centre, en Londres, de componer una pieza en homenaje a Steve Reich por su septuagésimo cumpleaños», explica Glenn. «Yo estaba en Bélgica con mi obra para cien guitarras [Symphony No. 13 – Hallucination City], iba justo de tiempo y decidí llamar a varios amigos de Nueva York con los que había trabajado anteriormente para que interpretaran la pieza, compuesta para cuatro guitarras, bajo y batería. La misma instrumentación que en The Ascension. Y sonaba de la hostia. Quedé encantado y pensé que, en lugar de volver a hacer una obra para 12, 14 ó 100 guitarristas, podía seguir en esa dirección, con el mismo núcleo reducido de músicos y mejores instrumentos que entonces. Me puse a componer y los temas surgieron así, un poco más rock, como en The Ascension. Ahora bien, cuando ese disco se publicó, nadie consideró que aquello fuera rock ni nada parecido. No se percibió así en 1981«.

Con esas, resulta paradójico que a Branca, por haber hecho de la guitarra su instrumento de elección y profesar afición por el volumen exagerado, se le tienda a ver como un músico rock mondo y lirondo. Una concepción errónea, reductiva y, para él, frustrante. «A lo largo de mi carrera he hecho música para orquesta, un medio que me interesa; el problema es que la escena orquestal no está interesada en mí. Cuando una orquesta ha interpretado una obra mía ha sido porque yo lo he pedido. No fue hasta hace dos años que empecé a recibir encargos para componer música sinfónica; en concreto, de la St. Louis Symphony Orchestra. En fin, que he compuesto mucha más música para guitarras que para instrumentos acústicos, y gran parte de ésta no ha sido muy escuchada, ni grabada de un modo profesional«. Puede que eso haya influido en la percepción que se tiene de ti, Glenn. «En realidad me da igual. Sólo me importa la opinión de quienes realmente les gusta lo que hago. Los demás es probable que no me hayan escuchado ni una puñetera vez. No saben quién soy. No hay sello discográfico ni entidad comercial que pueda ganar mucha pasta con mi música, y yo, desde luego, no voy a cambiar para resultarle más atractivo al público pop. No es un problema sólo mío; en Nueva York hay miles de grupos haciendo música buena y original, pero que no es pop. No logran hacerse oír. Nadie les va a hacer caso, porque no van a generar dinero«.

Siempre ha sido así, apunto. En los 80, los sellos no tocaban a los grupos no-wave ni con un palo. «¡Cierto! Sólo cuando Nirvana pegaron fuerte empezaron los sellos a contratar a cualquier grupo, a condición de que pareciese underground o alternativo. Eso duró tres o cuatro años. Muchos grabaron un disco que jamás llegó a publicarse. Los sellos los ataban con un contrato y dejaban su disco olvidado, y ellos ya no tenían la oportunidad de grabar en otro sitio. Los sellos se preocuparon de que nunca fueran oídos, porque no quieren que se repitan los años 60. Y no quieren que vuelva a suceder algo como el punk. No quieren nada que no puedan controlar«. ¿Sugieres que la industria del entretenimiento observa directrices de tipo político? «¡Por supuesto! La música de los 60 cambió el mundo. Y el punk lo había empezado a cambiar, pero lo atajaron. Por mucho que me gusten, los Sex Pistols la cagaron siendo demasiado ofensivos. La gente les vio como yonquis y chalados cuyo único discurso era ‘Deestrrroy!’, lo cual no era cierto. Claro que eran unos yonquis, pero no más que mucha gente. Yonquis los hay en todas partes. Muchos ejecutivos discográficos son yonquis«.

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Glenn Branca, en directo en el Primavera Sound, buscando una moneda que se le ha caído.

Branca, que afirma actuar en directo sólo para «poder permitirme el hábito de quedarme en casa, con papel y bolígrafo, componiendo música en mi escritorio; nunca me ha interesado ser una estrella y salir de gira«, no comulga con la práctica, tan común hoy en festivales, de presentarse tocando enterito «el disco famoso». «No. Tocaremos The Ascension: The Sequel porque es el último, no porque tenga un significado especial«. Y añade: «No hay un sólo artista que no sea famoso por un numero reducido de obras. Warhol hizo muchas cosas, no sólo pintar una lata de sopa. Y Beethoven compuso cientos de obras, no sólo la 5ª Sinfonía. Es un problema habitual con el que todo artista debe convivir, pero yo me niego a participar. Cierto, muchos preferirían que subiera a tocar el primer The Ascension, el que conocen, el que les resulta familiar, pero eso a mí no me interesa. Tocaré lo que quiera y cuando quiera, y eso no va a cambiar«.


Y otra cosa niega de raíz: que el estilo personal de un instrumentista, ya se llame Z’ev, Page Hamilton o Lee Ranaldo (que «tenía un estilo antes de entrar en mi grupo y otro después«, y ya no suelta prenda) tenga efecto alguno en su música. «En absoluto. En una orquesta, es el director el que determina el tempo y cómo la orquesta se va a equilibrar. El estilo de un músico no influye en cómo suena una sinfonía de Beethoven. También mi música es así. Lo llamo ‘improvisación estructurada’. Doy a los músicos información e instrucciones, y ellos hacen elecciones, pero son tan menores que no afectan a la obra. Por ejemplo: mi obra Lesson No. 1…» Tu primera obra, ¿no? «No, la primera que salió en disco. La primera que compuse fue Instrumental for 6 Guitars, nunca se ha publicado. Bien, Lesson No. 1 se tocó en directo 50 ó 60 veces por muchos músicos distintos, y reto a cualquiera a que me diga la diferencia entre una interpretación y otra«. Da igual, entonces, que en el grupo esté Jimi Hendrix o Sid Vicious… «Lo que cuenta es que el músico esté interesado en lo que yo hago. Sólo trabajo con personas que crean en ello. Aportar un estilo concreto de tocar no implica aportar intensidad, compromiso, poder y fuerza, que es lo que yo necesito«.

Una pregunta distendida. ¿Alguna vez te ha gritado algún ceporro ‘oye, que tienes la guitarra desafinada’? Respuesta: más o menos. «En 1984 dimos un concierto en Ámsterdam, como parte de un festival televisado para todo el país. Estábamos en el mismo cartel que una orquesta sinfónica. Nosotros interpretábamos Symphony nº 4 y los músicos de la orquesta se negaron a tocar diciendo que estábamos desafinados, cuando lo cierto es que Symphony nº 4 está basada en la afinación de la serie armónica. Se construyeron varios instrumentos para esta obra, instrumentos que se pudieran afinar exactamente en los siete primeros parciales de la serie armónica, físicamente más afinados que el temperamento justo«. Lo siento, Glenn, me he perdido. «Cualquier musicólogo te lo podría decir. Antes de un concierto pasábamos horas afinando los instrumentos con un aparato de ondas sinusoidales. La afinación era perfecta». Me da que esos señores no habían oído hablar de Tony Conrad o La Monte Young. «Probablemente no. Pero eso sucedió hace mucho tiempo, ahora la gente está más educada. Mi problema no son los músicos sino los administradores musicales, que son todos unos viejos pedorros. No tengo un graduado en música, me he abierto paso por mis propios medios. No he estudiado con ellos, ni con sus amigos, ni con compositores famosos. Hasta Philip Glass y Steve Reich fueron a Juilliard. Y Glass estudió en París con Nadia Boulanger. Es decir, que Glass, para ellos, tiene las credenciales correctas. Yo no. Lo único que tengo es mi música, y eso no es suficiente. Como en cualquier campo, hay que jugar según sus reglas. Si te gradúas en Harvard, enseguida tienes empleo en una gran corporación«. Y si estudias en Juilliard… «Tienes un puesto asegurado en una orquesta«.

Tuve, tiempo atrás, la cassette que Roir editó en 1983 de Symphony No. 1 (Tonal Plexus). Ya no la tengo, pero recuerdo un texto impreso en la carpetilla cuyo título era algo como «La ambición de ser monumental». Antes de poder preguntarle si ese lema sigue teniendo para él validez en 2011, Branca hace una mueca. «Eso era un artículo que salió en el NY Times. No tuve nada que ver, ni lo vi hasta que salió el disco. ¿Ambición de ser monumental? No, es ridículo. Tenía 29 años cuando empecé a hacer esta música, ya no era un niño. Mi ambición siempre ha sido hacer música que estimulara a la gente más de lo que cualquier otra cosa haya podido hacerlo, excepto quizá el sexo. Y que fuera entretenida. Yo considero que mi música es entretenimiento, pero no de la clase que la mayoría de la gente considera como tal. Muchos ni siquiera saben que algo así puede existir. Mira, las ideas nuevas no pueden existir sin nuevas ideas, ¿me entiendes? Alguien tiene que hacer algo que inspire la idea de que tú también puedes hacer algo. Eso quiero yo, abrir puertas. De eso ha ido siempre mi trabajo. Sigo queriendo que el mundo cambie, porque vivimos en un mundo terrible y feo en el que se procura que la gente sea cada vez más estúpida. No estamos más que unos pasos más allá de la edad de piedra. ¡Imprime eso! ¡Imprímelo!«

El concierto de Glenn Branca, por lo que me cuentan, salió de perlas, y él acabó con una sonrisa de oreja a oreja. Y yo que me alegro.