Este artículo aparece en “El número del agotamiento y el escapismo ” de nuestra revista. Subscríbete aquí.
Estados Unidos está en la antesala de la adicción. Según el Instituto Nacional para el Abuso de Drogas, hubo 72.000 muertes por sobredosis en 2017, más de 49.000 de ellas provocadas por opiáceos. En octubre de ese mismo año, el Presidente Trump elevó la crisis de los opiáceos a la categoría de emergencia de salud pública. Ya ha declarado ese estado de emergencia en dos ocasiones ―en enero y en abril de 2018―, pero hasta ahora eso no ha supuesto gran cosa más allá de eso: retórica bravucona con poca acción.
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En julio de 2018, la senadora de EE. UU. Elizabeth Warren escribió una carta abierta a su administración, criticando sin rodeos su intento de enfrentarse al problema e insistiendo en que una y otra vez habían fracasado a la hora de alcanzar sus objetivos. Desde entonces se han puesto en marcha muy pocas medidas tangibles para tratar de frenar el acceso y sin duda puede preverse lo poco efectivas que serán. Mientras tanto, el ansia de los consumidores por conseguir la droga ―y su lucha por salir de ella― es algo que continúa existiendo.
Neal Catlett, un adicto a los opiáceos en recuperación de 38 años residente en Lexington, Kentucky, tiene algunas ideas menos tradicionales que ofrecer: ¿podría existir una droga que “despertara espiritualmente” a quienes están sufriendo? ¿Podría el veneno de sapo ser el antídoto que ayude a Norteamérica a librarse de su dependencia?
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Conocí a Catlett a finales de agosto de 2016, cuando estaba informando sobre una manifestación de protesta en conmemoración del “Día de la Concienciación de la Sobredosis” en Nueva York y me invitó a acompañarle a una “ceremonia” a la que iba a asistir ese mismo día en el West Village. La ceremonia incluía fumar el veneno psicodélico de un sapo del Desierto de Sonora que, de forma similar a la ayahuasca, es conocido por ayudar a la gente a librarse de la drogodependencia.
Naturalmente, la curiosidad se apoderó de mí. Nos reunimos con su “cuidador”, un hombre que viaja por todo el mundo para administrar el veneno. No era la primera vez que Catlett asistía a una de esas ceremonias y afirma que esta toxina ha contribuido a su curación, hasta tal punto que tiene la intención de fundar clínicas donde otras personas puedan probar los alucinógenos que le salvaron la vida.
A lo largo de siete meses, visité a Catlett en Lexington y fotografié su día a día, mientras se dedica a buscar la salvación y a tratar de ayudar a otros adictos y a quienes simplemente sienten curiosidad por el viaje espiritual.









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