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Estambul se convirtió en un lugar inquietante durante la víspera del fallido golpe el 15 de julio de hace un año. En aquellos aterradores días la gente estaba asustada de dejar sus apartamentos. Los trenes subterráneos se habían convertido en lugares peligrosos, mientras que la gente evitaba calles concurridas, así como teatros, galerías y mercados.
En aquel momento, los ataques terroristas casi se habían convertido en algo cotidiano en la ciudad. Militantes de grupos armados como el Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK, por sus siglas en turco) o Estado Islámico (EI) azotaban fuertemente la ciudad de Estambul: autos bomba estallaban afuera de estadio de fútbol, un yihadista de EI siguió a unos turistas judíos antes de matarlos con un explosivo unido a su cuerpo, y un triple ataque suicida en el principal aeropuerto de la ciudad que resultó en la muerte de 42 personas.
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Así que cuando los soldados aparecieron en el Puente del Bósforo, el cual conecta a Estambul por sus partes europea y asiática, la mayoría de los habitantes pensaron que se trataba de un despliegue preventivo contra un posible ataque del PKK o EI. Sin embargo, la realidad era otra, ya que un tercer grupo había planeado algo un poco diferente: se trataba de un golpe en contra del Estado turco, el cual pretendía desmantelarlo en su momento de mayor vulnerabilidad.
En los 12 meses siguientes, Estambul ha estado tratando de componerse. Semanas después del fallido golpe, el presidente turco Recep Tayyip Erdogan declaró estado de emergencia, permitiendo la presencia de policías antidisturbios y miembros del equipo SWAT en las plataformas de trenes y en plazas de la ciudad, demás de otorgarles facultades de interrogación.
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Fuimos testigos del anuncio presidencial en Taksim Square, rodeados por cientos de ciudadanos que llevaban banderas y un sentido de propósito compartido. Pero ese ambiente fue sustituido rápidamente por un sentimiento de encierro mientras una nueva época de paranoia, ansiedad e incertidumbre comenzaba. Fueron semanas de purgas masivas, cuando miles de servidores públicos fueron acusados de tener lazos con los Gulenistas —miembros del grupo religioso acusado de orquestar el golpe— y fueron sacados de sus casas y puestos bajo custodia. Mientras las búsquedas continuaban, los mentes acusadas de estar detrás de todo, incluyendo a un misterioso “imam” llamado Idil Oksuz, estuvieron escondidos.
Entre las purgas masivas, la esfera pública alejada de la política. Desde febrero pasado, Estambul se ha convertido en un lugar más seguro y calmado, aunque también callado, casi silencioso. Esto ha hecho que sea difícil llevar a cabo ataques terroristas en la ciudad, pero también ha dificultado otras acciones políticas, como los ataques con cañones de agua a activistas LGBT en mes pasado.
Los artistas de la ciudad y escritores han estado sintiendo agudamente la atmósfera de la ciudad después del intento de golpe.
“El fallido golpe ha tenido efectos secundarios para los profesionales del arte, como depresión, miedo y ansiedad”, dijo Azra Tuzunoglu, quien dirige la galería de arte contemporáneo más importante de la ciudad, PILOT. “Últimamente hemos visto mucha gente dejar sus trabajos y cerrar sus galerías para buscar un futuro mejor en otra parte. Por otro lado, esta situación también ha generado energía nueva entre la gente de medio para producir más, hablar más, colaboraciones y unidad”.
Para la mayoría de la sociedad —la madre ansiosa, el jubilado temeroso, aquel que desprecia la violencia pública y el terror— el estado de emergencia parece haber llegado como una buena noticia. En los últimos seis meses, los días de terror en Estambul parecen haber quedado detrás; los ataques suicidas en medio de multitudes parecen haberse convertido en un recuerdo lejano. La ciudad volvió a ser lo que era: un lugar para turistas y buscadores de placer; ya no en un objetivo para militantes o conspiradores.
“Gracias a Dios el golpe falló y se declaró estado de emergencia”, expresó Betul Kayahan, periodista partidaria del presidente Erdogan. “Aquella noche fue un shock o quizá un trauma para muchas personas, pero logramos superar la terrible experiencia con el estado de emergencia. Ahora todo es normal en nuestra vida diaria, como antes. Las personas van a su oficina, los niños corren felices en los parques de juegos, las tiendas abren y hay comida… La vida continúa”.
Sin embargo, la realidad es distinta para los periodistas cuyas vidas han sido arruinadas por la persecución. Ahmet Sin, quien dedicó su vida a exponer el trabajo secreto de la organización de Fetullah Güllen, teólogo, erudito del Islam y fundador de el movimiento “El Servicio”, terminó tras las rejas. Mientras tanto, su libro The Imam’s Army, se ha convertido en un libro básico para entender el movimiento de Güllen.
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