Dios bendiga este puteadero

Este lunes, me monté en un Transmilenio por la Caracas y me bajé en la salida sur de la estación Calle 22, como lo hacen la mayoría de bogotanos que van para donde las putas. Era la última parada de un recorrido en busca del secreto esotérico de los puteaderos: me llevó por 3 calles de putas, 8 prostíbulos y una plaza de mercado que se especializa en yerbas y esencias.

El recorrido empezó con una foto. «Esto lo ponen detrás de las puertas en los lugares de chicas», me decía un par de semanas Carlinstick, nuestro community manager, mientras me pasaba su celular. En la pantalla había 3 estampillas religiosas puestas patas arriba,escoltando a una veladora encendida sobre el fondo de una pared resquebrajada. «Creo que lo ponen para atraer clientes, pero esa foto es como de hace 4 años, no sé si todavía lo sigan haciendo».

Videos by VICE

Un par de horas más tarde, estábamos sentados en la barra de Pussy’s House, un prostíbulo que en los últimos 5 años ha dejado de ser el roto que Carlinstick conoció para convertirse en uno de los chochales más frecuentados de Chapinero, averiguando si la práctica seguía vigente. Era miércoles en la noche y la clientela del lugar estaba dividida en dos: los que ordenaron botellas de ron y aguardiente y se sentaron a beberlas en su mesa, alentados y ayudados por varias chicas, y los que, como Carlos, Cope y yo, nos sentamos frente a la pasarela con una lata de Poker en la mano a disfrutar, al menos lo que pudiéramos, del show de striptease gratuito.

Una mujer treintañera y con celulitis se esforzaba por no soltar un bostezo mientras se quitaba la ropa al ritmo de I love rock n´ roll. Al comenzar la segunda canción, y estando ya en ropa interior, el DJ tomó el micrófono para recordarle a la mujer que ya iba siendo hora de quitarse «todo, todito». La mujer accedió de mala gana y el striptease continuó, a pesar de que muchos de los espectadores tuvieran más ojos para el video de la jovencita rubia que estaba siendo penetrada en todas las pantallas del lugar, que para la flácida y agotada mujer que bailaba desnuda a centímetros de sus narices. No encontramos estampillas ni velas detrás de la puerta del lugar. Tampoco en en la pasarela, ni en la discoteca que está en el piso de arriba de la pasarela, ni en ninguno de los dos niveles de habitaciones que había sobre la discoteca. Las mujeres que atendían la barra tampoco dieron razón por ningún aguero y, cuando un tipo con un reloj del diametro de una bola de tennis se levantó de su mesa para avisarle a todo el mundo que tenía «un Porsche parqueado ahí afuera», entendimos que en este hipermercado del sexo no había lugar para supercherías.

Estuvimos en otro par de prostíbulos antes de dar con el amuleto y lo encontramos detrás de una puerta sin nombre que escupía neón rojo sobre la calle 49, unos metros arriba de la Caracas. Estaba la vela (o mejor dicho, su cadáver de cera derretida pegada al suelo), tres estampillas (dos de ellas alusivas a Santa Marta, vencedora de los hombres y abogada de lo imposible, y la tercera invocando a LaMano Poderosa) y, junto a ellas, un vaso de agua lleno de monedas.

El jalador nos invitó a ignorar la barra vacía del primer piso y a seguir al segundo nivel para darle un vistazo a la acción. Sin compromiso. El amuleto tenía una deuda grande con este sitio: una sola mesa estaba ocupada, y en ella cinco hombres compartían media botella de aguardiente. El show de striptease, además, venía incluído en la tarifa de 55 mil pesos que pagaron por ella. Al terminar el show, otras cuatro chicas llegaron a la mesa para acelerar el consumo. Una, quizas la más jovén y guapa, no tenía ningún dedo en su mano izquierda. La mutilación, lejos de ser un obstáculo, resultaba muy útil a la hora de espantar los avances de los clientes manilargos. Me acerqué a un hombre cincuentón, canoso y de bigote, que parecía ser el motor detrás de este prostíbulo, y le pregunté por el vaso, las velas y lo demás, y el tipo me contestó con toda la amabilidad de quien trabaja en la industria del servicio al cliente:

-Ese es un rezo que pone ahí el dueño del sitio para llamar la plata. Las chicas, nosotros y él, todos vamos poniendo ahí nuestras moneditas. Cuando se llena vamos y entregamos todas esas monedas en una parroquia.

– ¿Y yo también puedo poner ahí una moneda?

-¡Claro! Cualquiera puede dejar su monedita, lo que no puede hacer nadie es sacarlas.

-¿Por qué?

-Vea, donde usted llegue a sacar una de esas monedas, la vida le va a pegar una arrastrada que ni le digo.

Estaba cansado, tenía hambre. Hace rato habían tocado las 12, y el Porsche del hombre del reloj grande probablemente ya había vuelto a ser un Volkswagen. Tanta Poker en lata a 3 mil pesos me había hinchado el estómago y adelgazado la billetera. Además, no podía parar de pensar en la puta manca ni de tocarme los dedos de la mano izquierda. Había tenido suficiente por hoy, pero antes de salir,dejé una moneda en el vaso. Solo por si las moscas.

***

La Bonita queda en la carrera 17 con calle 67. Estuve allá el viernes pasado, y al entrar me encontré con una sala limpia e iluminada artificialmente, que resultaba un agradable refugio del sol quema retinas de las 3:30 pm. En el lugar hay unas 10 sillas de cuerina blanca. El día anterior un cliente se había quedado pasmado en una de ellas, con las babas escurridas y la cara verde, «quién manda a ese man chutearse tanto», le decía una de las chicas al tipo que atiende la barra mientras recordaban el incidente. Cuando se percataron de mi presencia, ordené una cerveza y les pregunté por el buda de 60 centímetros que nos acompañaba en la barra.

«¿Eso? Pues eso lo pone ahí el dueño como pa’ decorar», contestó el tipo mientras me pasaba la cerveza. «Normal, como todo», agregó la mujer. Me senté y pronto llegaron, una por una, las chicas a presentarse. Cuando pasaron todas, el tipo vino a preguntarme con cuál quería hablar. Naturalmente, pedí a la que todo le parece normal. Pero como no recordaba su nombre, solo atiné a pedir «la del jean», y me encontré hablando con una chica que parecía mucho menos experimentada. Sin mayores preámbulos, le pregunté por el buda:

– Eso lo ponen ahí para la buena suerte. Cuando les pagan, las chicas van y le pegan al buda con los billetes.

– ¿Y funciona?

– Sí, claro.

– ¿Y qué pasa si uno no lo hace?

– Pues nada

La conversación murió poco después de esas palabras. Me tomé mi cerveza solo, pero antes de terminarla pude ver a la chica que todo le parece normal cerrando el trato con un cliente. El tipo subió por unas escaleras y antes de seguirlo, la mujer se detuvo frente al buda, tomó uno de tres pequeños frascos rojos que estaban junto a la estatua, vertió un poco del contenido en la yema de su índice, se pasó el dedo detrás de las orejas, y entonces sí subió las escaleras. Me acerqué al Buda y detallé los tres frascos. «Esotéricos Lumí» era la marca. «Llama Clientes», «Garrapata» y «Destrancadero», los nombres. «Normal, como todo», pensé.

***

Una búsqueda en Google de «Esotéricos Lumi» me llevó hasta la Plaza de Mercado Samper Mendoza, en la calle 23 con carrera 26. A diferencia de la vecina Plaza de Paloquemao, la de Samper Mendoza se especializa en yerbas y esencias. Era lunes por la tarde y la plaza estaba casi vacía. El local de «Esotéricos Lumi» estaba cerrado, pero estaban abiertos los de la competencia. Decidí preguntar en uno atendido por una señora cuarentona, cuya bata blanca le daba un aire de farmaceuta. La mujer vendía las mismas esencias, costaban 1.100 pesos cada una y le pedí que me explicara cuál era su utilidad:

– Destrancadero y Llama Clientes sirven casi para lo mismo. Son para traerle buena suerte a un negocio. Garrapata, como su nombre lo dice, es para atraer cosas y que se queden pegadas a uno.

-¿Y las usan mucho las prostitutas?

-Sí, pero no solo ellas. Las usan también los dueños de tiendas, restaurantes y muchos otros negocios.

-¿Y cuáles otras usan las prostitutas?

-Bueno, ellas como tienen tantos clientes y lidian con tantas cosas buscan mucho también la bretónica, que es una planta que se usa mucho para hacer limpiezas y espantar malas energías.

-Y digamos que yo me quedó pegado a alguna chica por culpa de la Garrapata, ¿eso tiene algún antidoto?

-Jajaja. No, eso no funciona así. Estas son creencias. Ya para usted tener ese dominio sobre alguien, necesita hacer más cosas y ayudarse de un brujo.

-¿Y usted conoce alguno?

-Yo hace años que dejé de recomendar gente. La mayoría de esos tipos lo que son es unos habla paja y unos aprovechados.

-¿Y de dónde vienen estas creencias?

-La mayoría vienen de Venezuela.

Antes de despedirme de la farmaceuta esotérica, me fije en una caja amarilla que tenía expuesta en su exhibidor. Decía Pólvora Venezolana y nada más.

***

El mismo olor a Palo Santo quemado que reina en la Plaza Samper Mendoza me recibió en Atunes, un restaurante- bar- show- prostíbulo del barrio Santa Fe. El lugar es amplio y agradable, el volumen de la música es sorprendentemente bajo y en algunas paredes, siempre bajo el neón azul y verde, hay dibujos de delicadas mujeres desnudas en sepia. Las chicas que trabajan allí son menos delicadas que esas, pero más que las que había visto en otros lugares. Esperan de pie en la pista a que algún cliente las invite a su mesa. A veces la inseguridad ni siquiera nos deja a los hombres saludar a una puta. Por eso, muchos clientes prefieren pedirle a un mesero que les traiga a esta, a esa o aquella.

Otra Poker (esta vez en botella, gracias a dios) y me senté en una mesa a hablar con una pereirana de dudosos 22 años que se hacía llamar Vanessa. De no ser porque llenó su culo con una cantidad de silicona suficiente para pegar todas las instalaciones navideñas de Unicentro, Vanessa podría ser considerada una mujer hermosa: es rubia, de ojos verdes, nariz diminuta y labios carnosos. Antes de venir a mi mesa, se paseaba confiada por toda la pista. Se nota que aquí no le va nada mal.

Igual que a todas las putas, mi nombre también le pareció divino a ella. Charlamos un rato y luego le pregunté por sus supersticiones: «Yo supersticiones no tengo ninguna. Como todo en la vida, este trabajo tiene sus malos días. Pero no hay necesidad de andar creyendo bobadas para salir de esos malos ratos. Eso pasa y ya. Lo que sí soy es muy devota. Todos los días hago el rosario. Lo pongo en Youtube y ahí lo voy rezando mientras me arreglo. Pero yo lo hago porque me gusta y me da paz interior. No me parece que uno deba andar pidiéndole a dios que le mande plata».

La cosa es muy distinta cuando uno pone un pie afuera del lugar. Sin importar la cantidad de carros y motos que haya en la zona, nadie pasa a más de 5 kilómetros por hora por las calles del Santa Fe. Las prostitutas esperan en la calle frente a las recepciones de los moteles con bastante piel expuesta. Estas son menos delicadas que las de los cuadros en sepia, que Vanessa y que todas las demás que yo hubiera visto hasta ahora. Aquí las chicas no quieren hablar de nada que no sea «subir a la pieza». Pero tras mucho buscar, di con tres mujeres que accedieron a contarme acerca de sus supersticiones.

Ellas estaban bien al tanto de todos los agueros que yo había conocido hasta el momento y eso que, según ellas, ni siquiera eran las más supersticiosas. «O si no, vea como tienen ese cuarto de allá», me dijo una mientras señalaba una puerta cerrada al interior del motel frente al cual conversábamos. Bajo la puerta, alcancé a ver el destello de varias velas en la oscuridad. «¿Y ahí quién se queda? «, les pregunté. «Unas venezolanas», me contestó la mayor y la más escotada.

Las tres callejeras (como se les conoce en el mundo de las prostitutas) no solo confirmaron varios de mis hallazgos hasta el momento, sino que también aportaron uno nuevo: «¿Sabe yo qué hago cuando tengo unos de esos días salados que uno se va a la casa sin nada?», me dijo la más joven, «Cuando llego, me orino las piernas». «Claro, eso sirve, ¿No ve que eso tiene amoniaco? «, agregó la del escote que revelaba medio pezón, frotándose los dedos frente a la nariz.

El vinculo entre prostitución y brujería viene de muchos siglos atrás. En su investigación acerca de la historia de la prostitución en el país vasco la autora Charo Roquero afirma que, con el estallido de la Inquisición española durante los siglos XVI y XVII, prostitutas y hechiceras fueron metidas en una misma bolsa. Y desde entonces no parecen haberse separado mucho.

¿Qué si son supersticiosas las putas? Claro que sí. Lo que no sé es si, en general, sean más supersticiosas de lo normal. Un patrón emerge en mi recorrido: entre más precario era el prostíbulo y más bajas eran las tarifas, más supersticioso resultaba el establecimiento y las chicas. A veces,las más jóvenes y atractivas parecían no creer en nada a parte del poder de Whatsapp.


Creo que, por más de que lo neguemos, la mayoría de nosotros tenemos nuestros propios fetiches: un par de medias de la fortuna, un atrapasueños sobre la cama (el crucifijo de la nueva era), un billete viejo en la billetera o, en mi caso, una ruta predilecta. Es más, estaría dispuesto a apostar que en este momento, en alguna parte del mundo, el presidente de alguna compañía maldice en voz alta porque no encuentra sus mancornas de la buena suerte. Lo que dudo mucho es que esté dispuesto a orinarse la piernas si no las encuentra. A todos nos gusta sentir que alguien (o algo) nos toma la mano. La diferencia está en la fuerza con la que cada uno se aferra.

Thank for your puchase!
You have successfully purchased.