Teniéndole miedo al miedo

La imagen de una pelea  en Nueva York durante la Guerra Civil. Imagen vía Wikimedia Commons.

No estoy seguro de en qué momento Estados Unidos empezó a tener miedo. Quizá las tribus indígenas de las planicies gastaban tardes enteras acurrucados en sus tipis, contando historias sobre criaturas demoníacas de la noche, o quizá los nómadas que lograron cruzar el estrecho de Bering estaban huyendo de algo. Cualquiera que fuera el caso, para el momento en el que llegó la población blanca del otro lado del océano a juzgar a las mujeres  por brujería, y a convencerse a sí mismos de que  todos los nativos tenían un pacto con el diablo, el miedo ya estaba establecido como la regla general en el país, y desde entonces no lo ha abandonado. El himno nacional, así como todo lo que aprendes en la primaria, son mentiras; Olviden lo de valiente y lo de libre, Estados Unidos es la tierra de los aterrorizados, de los perpetuamente miedosos.

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Esto puede verse como una generalización injusta y simplona, pero es difícil dar otra explicación al hecho de cómo respondieron hace unas semanas los gobernadores de Nueva York y Nueva Jersey, Chris Christie y Andrew Cuomo, frente al primer caso de Ébola registrado en Nueva York. Primero anunciaron que todas las personas pertenecientes al cuerpo de salud que regresaron de trabajar en el continente africano iban a ser puestas en cuarentena por 21 días, una medida que tomaron, al parecer, sin pedir la autorización de la casa blanca. La primera afectada de esta medida fue la enfermera Kaci Hickox, la cual fue detenida el viernes después de aterrizar en Nueva Jersey, y escribió sobre su confusa experiencia con las autoridades en el diario Dallas Morning News.

«Me preocupa la forma en la que los trabajadores de la salud van a ser tratados en los aeropuertos, cuando declaren que estaban en África combatiendo el Ébola. Me asusta que, como a mí, lleguen y vean un montón de desorden, pánico y cuarentena».

«Me senté completamente sola en la carpa de cuarentena, a pensar en todos los compañeros y colegas que iban a volver a Estados Unidos a enfrentar este mismo problema. ¿También los iban a hacer sentir como criminales y prisioneros?».

Para la noche del domingo, y tras grandes oleadas de críticas, Cuomo y Christie estaban deshaciendo sus acciones de la única manera en la que los políticos con experiencia pueden hacerlo. El gobernador anunció que a los trabajadores como Hickox se les iba a permitir pasar la cuarentena en sus casas y que serían compensados económicamente por el Gobierno por cualquier pérdida que hayan tenido tras tres semanas de arresto domiciliario. A esto se le sumó un gran elogio a los voluntarios que ayudaron a los enfermos y necesitados en África occidental, por su «valor» y «compasión».

El Ébola no es contagioso a menos de que el infectado esté manifestando los síntomas, y solo ha habido cuatro casos en tierra estadounidense (En este momento un niño de cinco años, cuya familia apenas regresó de Nueva Guinea está siendo valorado en Nueva York). La efectividad de las cuarentenas no está respaldada por la ciencia, declaró el departamento de Salud al Washington Post. A su vez, el presidente Barack Obama ha instado a la gente a que detenga el pánico en masa y a los Estados afectados a parar las cuarentenas forzadas, pero esto no ha parado a Connecticut, Illinois y Florida de seguir el ejemplo de Nueva York y Nueva Jersey de aislar a los médicos y enfermeros; A su vez, el Estado Mayor Conjunto también ha propuesto poner en cuarentena a todas las tropas que regresen de países africanos afectados por la enfermedad. Ningún personal del Pentágono tiene la autorización de tratar con alguien infectado de Ébola, a pesar de que los médicos no aprueban esa medida; pero los detalles no importan, lo importante es que el miedo está a cargo en este momento, y el miedo consigue siempre lo que quiere.

​Si el Ébola no existiera, los estadounidenses encontrarían otra cosa a que atribuirle su pánico constante. Quizá no es un punto de vista muy imparcial, pero ¿Qué se puede esperar de un país que tiene una constante escasez de munición, y que compra balas en masa? ¿Donde los políticos se la pasan llenando de miedo a la gente en contra de una población fundamentalista que se encuentra a medio mundo de distancia, como si fueran a conquistar Europa? ¿Donde el Gobierno ha instaurado medidas de seguridad invasivas y molestas en los aeropuertos para tranquilizar a los viajeros nerviosos? ¿Donde ese mismo Gobierno recolecta toda la información que puede sobre todas las personas, sin revelar qué es lo que hace con esa información, a menos de que algo sea filtrado a la prensa? ¿Donde la gente tiene miedo de vacunar a sus hijos porque no confía en la ciencia? ¿Donde hace no mucho los protestantes se manifestaron en contra de la mera existencia de las mezquitas?

​​Algo de miedo es razonable, por supuesto, y es hasta saludable. Si compartes una línea de bolos con alguien contagiado de Ébola, tienes derecho a sentirte asustado, por más irracional que sea. En varios puntos y lugares a través de la historia, fue completamente entendible sentir que la existencia estaba pendiendo de un hilo; pensemos en los países africanos azotados por guerras civiles, en los cacicazgos polinesios, donde la muerte parecía la única opción, o las pestes en Europa, que dejaban las calles infestadas de cadáveres y de ratas. Pero Occidente en general se encuentra a salvo. Estados Unidos se encuentra separado de sus enemigos por océanos, y tiene el armamento suficiente para mandar a volar cualquier nación que intente siquiera amenazarlo. Los porcentajes de crimen han ido disminuyendo generación por generación, y a estas alturas, no hay una amenaza latente.

​​Hay cosas por las cuales preocuparse: el cambio climático, o la transformación de varios barrios en tugurios, pero también nos estamos preocupando por escenarios que realmente no son más que ficción. Una encuesta reciente demostró que los norteamericanos no solo estaban preocupados por el incremento del nivel del mar, sino por el colapso económico, las protestas en masa, una epidemia mortal, otra guerra mundial, la escasez de petróleo en el mundo, y hasta el Apocalipsis bíblico. Es decir, mencionen una crisis, no importa qué tan remota sea, y los estadounidenses van a explotar de pánico.

En la mayoría de los casos, preocuparse por algo que muy difícilmente va a pasar y que igualmente no puedes controlar es algo contraproducente y una pérdida de tiempo, pero hay veces donde el miedo puede ocasionar un desastre. A nivel macro, podemos tomar como ejemplo la invasión de Irak, una guerra basada en los miedos mal infundados de las terribles armas de Saddam Hussein. A nivel micro, podemos encontrar los casos de niños de Ruanda siendo sacados de clase en colegios estadounidenses, o niños de Senegal siendo golpeados y llamados «Ébola».

La frase de Franklin Roosevelt que habla acerca de que a lo único que le tenemos que tener miedo es al miedo mismo puede sonar a una frase para calmar los ánimos cuando la bolsa baja, depende de dónde se le mire. O pueden tomarlo como una verdad; el miedo nos hace hacer cosas estúpidas, y algunas veces las autoridades, actuando dominados por el miedo, esparcen más el miedo entre la gente y crean un ciclo perpetuo de ira y pánico.

​Este fenómeno no es nuevo, ni es particular en Estados Unidos. Pero es difícil no sentirse frustrado por la manera en que los políticos prohíben los viajes a África occidental, o la manera en la que los medios ahogan al público asustado con preguntas inquietantes. Los líderes y los medios, los que se supone deben ser los más maduros, son a menudo los más ansiosos por difundir terror, por decirle a la gente que deberían estar asustados, que la parte más animal de sus cerebros es la que tiene la razón.

​No hay una prescripción o una póliza que haga que la gente sienta menos miedo. Más allá de poner las palabras «Don’t Panic» en la portada de cada libro, y volver mandatorio en los medios la transmisión de imágenes tranquilizadoras de gente estando bien, no hay mucho más por hacer frente a la predilección por el miedo. La única cosa que podemos hacer es reunir esfuerzos para calmarnos de una puta vez. No más tweets cargados de terror sobre titulares en las noticias para desinformar a la gente. No más reclamos de la gente esperando que los mandatorios electos «hagan algo» cada vez que hay una micro crisis. Tenemos que ser conscientes de nuestra capacidad de ver brujas, escenarios malévolos y terroristas superpoderosos en todos lados, y aplacar estos impulsos cuando aparecen en nuestras mentes.

​Debemos saber cómo ser escépticos de los titulares que anuncian «pánico» y «epidemias», y nos dejarnos manipular tan fácil de los escenarios que imaginamos. Recordemos siempre que la gente que esparce el miedo o es estúpida o tienen un motivo oculto para hacer esto, y es de ellos, y no de la situación como tal, de los que nos tenemos que preocupar.

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