El 14 de agosto de 2012, Suzanne Hollifield —una veterana agente que llevaba 22 años trabajando en el Departamento de Policía de Houston― vio un vídeo que recordaría durante el resto de su vida profesional. Un investigador sobre crueldad animal miembro de PETA, alertado por un preocupado ciudadano, había subido el material a una cuenta segura de YouTube para que Hollifield pudiera verlo. Nada de lo que Hollifield había vivido en sus dos décadas de servicio en la policía la había preparado para lo que vio a continuación.
En el vídeo, puede verse a una mujer en una cocina torturando a un cachorro mezcla de pit bull hasta la muerte. Golpea repetidamente al perro con un mazo para carne, le arranca una patita y después le practica cortes en la cabeza y el cuello. Tras 13 minutos de tortura sin sentido, decapita al cachorro. Finalmente orina sobre su cuerpo sin vida.
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Hollifield vio varios vídeos más en el ordenador de su trabajo aquel día. En todos ellos una mujer ―a veces vestida con lencería y una máscara de carnaval― cometía actos depravados de crueldad animal sobre pequeños e indefensos animales, y el hombre que había tras la cámara la incitaba a continuar.
Había uno en que se veía a un niño quemando un gatito con un soplete, riendo y mirando a la cámara
“No puedo olvidar el dolor y la agonía que vivió cada uno de aquellos animales durante la grabación de esos vídeos sin sentido”, escribe Hollifield en un email a Broadly. “Los sonidos del sufrimiento se han quedado grabados a fuego en mi mente y en mi corazón para toda la vida”.
Los vídeos que vio Hollifield pertenecían a un género extremo de porno llamado aplastamiento de animales. Normalmente los vídeos de aplastamiento de animales incluyen pequeños animales vertebrados que son torturados hasta la muerte, generalmente para regocijo sexual del espectador. Algunas variantes menos extremas pueden incluir el aplastamiento de insectos u objetos inanimados. Casi siempre ―como la mujer de la máscara que aparecía en los vídeos de Hollifield― es una mujer la que perpetra los aplastamientos.
Crear y distribuir vídeos de aplastamiento de animales está solo prohibido por ley de forma específica en EE. UU. mediante la Ley de Prohibición de Vídeos de Aplastamiento Animal, introducida por el Presidente Obama en 2010. Grecia es el otro único país que cuenta con una ley específica que prohíbe el aplastamiento animal. Pero en la mayoría del resto de naciones esta práctica está cubierta por leyes generales contra la crueldad animal.
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Resulta casi imposible cuantificar el tamaño y el alcance de la industria del aplastamiento de animales. Se trata de una industria que opera fuera de la ley, a menudo en la dark web, a lo largo y ancho de países y continentes. Y, con mucha frecuencia, la carga de encontrar e identificar a los individuos responsables recae sobre los activistas a favor de los derechos de los animales: las mismas personas que invierten sus carreras personales y profesionales en defender los derechos de estos mismos animales. El desgaste mental de una labor así puede ser enorme.
“Probablemente lo peor que he visto son animales quemados vivos”, afirma Mike Butcher, inspector jefe de la Unidad de Operaciones Especiales de la Real Sociedad Británica para la Prevención de la Crueldad contra los Animales (RSPCA, por sus siglas en inglés). Butcher lleva la última década dirigiendo los esfuerzos de esta asociación benéfica británica, centrada en el bienestar animal, hacia la obstaculización de la explosión de vídeos de crueldad animal. “O animales introducidos en un microondas hasta que mueren. A veces los hierven vivos. Había uno en que se veía a un niño quemando un gatito con un soplete, riendo y mirando a la cámara. Creo que fue grabado en algún lugar del este de Asia”.
Los vídeos de aplastamiento de animales están diseñados para provocar gratificación sexual en los espectadores
Aunque hay individuos en todo el mundo que torturan animales indefensos hasta la muerte e incluso pueden llegar a grabarse a sí mismos mientras lo hacen, los vídeos de aplastamiento de animales cuentan con una perturbadora característica adicional: todos ellos están diseñados para provocar gratificación sexual en los espectadores.
“Se han realizado muy pocas investigaciones en torno a los fetiches de aplastamiento en particular”, confirma el Dr. Mark Griffiths, psicólogo que trabaja en la Universidad Trent de Nottingham y uno de los pocos expertos en el área de la crueldad animal extrema. “Yo lo he bautizado como “zoosadismo por poderes”, en el sentido de que se trata de sadismo ejercido por humanos sobre animales. Según mi opinión, sobre todo son hombres los que se sienten sexualmente excitados viendo a mujeres aplastar animales. Las mujeres no se sienten sexualmente atraídas por el fetiche, pero lo hacen por motivos económicos”.
Pero no todo el mundo que es filmado abusando de animales online es un monstruo. Algunas personas son obligadas a cometer actos atroces de violencia a causa de su desesperada situación de pobreza o por coacción física. La pareja filipina Dorma y Vicente Ridon fueron condenados a cadena perpetua en 2014 por obligar a chicas jóvenes ―algunas de ellas víctimas del tráfico de personas― a torturar y matar animales en grabaciones que se vendían por internet. Destrozaron perros, pincharon a monos en los ojos con zapatos de tacón y desgarraron el cuerpo de serpientes. Una de las niñas solo tenía 12 años de edad.
Identificar a la mujer de la máscara y a su cómplice masculino se convirtió en la principal prioridad de Hollifield en los días siguientes al 14 de agosto. PETA le proporcionó datos muy valiosos: un número de teléfono que se creía relacionado con los dos sujetos. Estaba vinculado a dos personas que estaban, según los registros telefónicos, fuertemente conectadas entre sí. Hollifield buscó fotografías de los individuos. “La fotografía de la mujer que obtuve de la base de datos era claramente de la mujer que aparecía en los vídeos de aplastamiento”, explica. La investigación avanzó deprisa. Tan solo 27 horas después de ver las imágenes, dos individuos fueron arrestados.
Ashley Richards, nativa de Houston y por entonces de 24 años de edad, se declaró culpable de todos los cargos relacionados con producir y distribuir vídeos de aplastamiento animal y fue condenada a una década en prisión. Su cómplice, Brent Wayne Justice, tomó la estúpida decisión de representarse a sí mismo durante el juicio penal. Tal y como lo expuso el Houston Press, Justice “decidió cavar su propia tumba”.
Sean cuales sean tus gustos o inclinaciones, internet puede ayudarte a encontrar a personas con tu mismo fetiche
Durante el juicio, el acusado alegó que el pit bull mutilado en el vídeo fue asesinado de acuerdo con el rito kosher (un incrédulo rabino testificó en el tribunal que “no existe ningún ritual judío para la matanza de perros”). El juez no se dejó impresionar por esta alegación y condenó a Justice a 50 años de cárcel.
“El caso de Houston demuestra que los criminales violentos que acaban con la vida de animales pueden esperar pagar con su libertad”, comenta Stephanie Bell, investigadora sobre crueldad animal en PETA. Por supuesto, no todo el mundo que abusa de animales es condenado a 50 años de cárcel: si Justice no hubiera rechazado ser representado por un abogado posiblemente habría cumplido una condena de diez años como su cómplice, en lugar de enfrentarse a la perspectiva de pasar medio siglo en prisión.
El aplastamiento de animales no se encuentra en los sitios de porno mainstream y me intriga saber cómo consiguen los activistas a favor de los derechos animales rastrear este tipo de contenidos. En realidad, las organizaciones de gran magnitud como PETA recurren a iniciativas más pequeñas como Animal Beta Project, que fue la que atrajo por primera vez la atención de sus investigadores hacia el caso de Houston.
Una vez localizados los vídeos, es preciso estudiarlos en busca de pistas que puedan conducir a los responsables. Comprensiblemente, Bell se muestra reticente a revelar sus secretos. “A menudo existe suficiente información en los vídeos como para localizar el paradero de los sospechosos”, afirma.
Internet —y la dark web en particular— es lugar de encuentro para narcisistas y sádicos torturadores de animales. “Es como un feliz coto de caza para trolls, personas que buscan llamar la atención y crueles extremistas”, indica Butcher. Y a menudo los investigadores pueden perder su valioso tiempo investigando bulos.
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Recientemente, explica Butcher, siguieron la pista de un joven que presumía online de cometer actos extremos de abuso animal, pero el muchacho no había llevado a cabo realmente los crímenes. “Acabó llorando como una Magdalena. Solo quería llamar la atención y parecer un tío más duro de lo que es en realidad, pero si llevas eso un poco más allá ―al extremo radical de la búsqueda de atención―, hay personas muy, muy crueles que suben sus vídeos a la web”.
Aunque no puede culparse a internet de la explosión de contenidos sobre abuso extremo hacia los animales ―estos putos desquiciados de mierda siempre encontrarán una forma de hacer lo que sea que hacen los putos desquiciados de mierda―, el mundo online puede tener un efecto legitimador y propiciador. “Internet es capaz de unir a las personas que tienen una forma parecida de pensar”, afirma el Dr. Griffiths. “Sean cuales sean tus gustos o inclinaciones, internet puede ayudarte a encontrar a personas con tu mismo fetiche”. Dicho esto y teniendo en cuenta lo excepcional del fetiche con el aplastamiento de animales, estos vídeos han proliferado más por motivos comerciales que sexuales.
Mientras investigaba para escribir este artículo me topé en Google con capturas de pantalla fácilmente accesibles extraídas de los vídeos de los casos de Houston y Filipinas. Eran espeluznantes, imposibles de mirar, en serio. Comento a Butcher que la carga psicológica que deben soportar los investigadores sobre crueldad animal encargados de revisar los vídeos en busca de pruebas debe de ser inimaginable.
Está completamente de acuerdo con que algunas personas no están capacitadas para hacer este tipo de trabajo. “Conozco a un agente de policía que tuvo que salir de la habitación porque no era capaz de ver un vídeo, que básicamente mostraba cómo destripaban vivo a un animal”, afirma. “Acabas insensibilizándote un poco”, añade como quitándole importancia (algo típicamente británico). “El equipo acaba bromeando un poco acerca de lo que acaba de ver”.
“De lo contrario, nos volveríamos locos”.