Malasaña está viviendo un momento de explosión emprendedora inaudita: hay una tienda que apuesta por el vintage para homeless (o eso parece), otra que vende suvenires del barrio con camisetas tributo a Rosa Chacel (¡Rosa Chacel!) y hasta una no-tienda (no conozco la manera de entrar y solo he visto a su dueño tras una cortina) en la que venden pequeñas piezas decorativas de siglos pasados a precios populares.
Pero, al ser crítico gastronómico (cocinatis.com, gastronomistas.com, Oído Cocina de Yahoo!), me ha llamado especialmente la atención el caso de Miguitas: este negocio dedicado a la creación repostera para mascotas apareció hace unos meses en la calle San Vicente Ferrer. Predije que no iba a tener éxito alguno. Oh, muchachos, cómo me equivoqué. Ya se han trasladado a una tienda más grande en la que han colocado como reclamo sus cupcakes/muffins para perros, tan monos y coloridos. Como le pasaba a Jean Paul Sartre cuando cruzaba un puente y pensaba que nada le impedía tirarse, no hay obstáculo que se interponga entre nuestro deseo de hincarles el diente y la feliz realización de esa fantasía. Una cata de dulces para chuchos.
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Estas delicadas piezas de repostería se venden al precio de 3 euros, uno más que cualquier cupcake para humanos del barrio, y hay dos modelos: el que entra por los ojos gracias a su cobertura rosa y una graciosa huella coronando una magdalena de manzana y miel; y otro, de apariencia más rústica, que tiene “de todo”, tal y como nos cuenta el dependiente. Esto significa harina, plátano, zanahoria, hígado, manzana… Miguitas es un negocio dog oriented desde el minuto uno y, para recitarnos los ingredientes, la persona que nos atendió utiliza el método del olfateo. De azúcar nada de nada, a los perros les sienta fatal y les puede provocar obesidad, diabetes e incluso ceguera. No solo del cupcake vive el perro burgués: también hay macarons, galletitas y pasteles de cumpleaños. Se envían a toda España. Estamos ante un negocio próspero, nivel franquicias de yogur helado.
Antes de pagar, no podemos dejar de preguntar por las “astas de ciervo” que se venden al lado de la caja. “Son astas reales, llegadas del norte de Europa. Durante el apareamiento, los animales las pierden y se comercializan como limpiadientes para perros. Empiezan comiéndose el tuétano de dentro y luego roen la queratina que recubre el asta hasta que pueden llegar a otro trozo de tuétano. Duran semanas y semanas”. Un palulú interminable por 5 euros.
Llegamos a casa con nuestros dos cupcakes. Ponemos Doggystyle de Snoop Doggy Dogg y comenzamos con la cata.
1. Cupcake ‘rústico’
Apariencia visual: Es como si hubiéramos juntado un paquete de galletas María, harina integral y trozosrandom de fruta en la túrmix durante cinco segundos y luego lo hubiéramos metido en un molde redondo y lo hubiéramos aplastado. Es de color marrón claro.
Aroma: Huele a canela. Sin duda. Un generoso y afrodisíaco aroma inunda nuestra pituitaria y nos anima a hincarle el diente.
En boca: Con el primer mordisco nos metemos en la boca una estructura pastosa y con tropezones, donde, además de manzana empastada, nos topamos con trozos de zanahoria cruda, plátano y, sí, hígado de pollo. Es algo densísimo, nuestros dientes y lengua lo empujan hacia la garganta, pero el sabor de la pasta de hígado lo devuelve a la entrada. Bordeamos la arcada. Continuamos, poco a poco y ensalivando como si un Jemer Rojo nos estuviera apuntando con una uzi, lo logramos meter en el estómago. Hemos vencido. Para el segundo mordisco, esquivamos el hígado y la cosa se hace ligeramente más digerible. No podemos continuar. Tardaríamos semanas en comérnoslo entero. Y si, como en mi caso, odiabas el fuagrás de pequeño, es un GRAN reto.
Posgusto: Bebemos agua. En gran cantidad. Seguimos teniendo en la boca un amplio recuerdo a hígado con canela. No es agradable. Quizá para tu cocker Toby sí, pero no para nosotros.
2. Cupcake ‘Miguitas’
Apariencia visual: Bastante agradable. Hay una base de ¿magdalena? redonda, encima de la que se asienta la cobertura rosa con una huellita negra en medio.
Aroma: También a canela, pero menos. Nos viene un olorcillo juguetón a miel.
En boca: Nos lo llevamos a la boca e intentamos morder. Negativo. Segundo intento: imposible. Es durísimo, pero no duro nivel turrón de Alicante. Va mucho más allá. Cogemos varios cuchillos afilados, tanto de hoja normal como de sierra. Lo descascarillamos, pero no llegamos a partirlo. Es como si estuviera hecho de adamantium. Como no podemos tragarlo, lo lamemos un poco, pero no sabe a nada. Debe ser el postre para el asta de ciervo. Como pisapapeles no tiene precio.
Posgusto: Entre mordisquear el primero y lamer el ‘Miguitas’ se nos ha quitado el hambre. El recuerdo de la cremita de hígado de pollo dentro del rústico nos revuelve el estómago. Posponemos lo de comer para mañana. Hoy ya va a ser imposible.