Noche habanera

Fotos por Hans Máximo-Musielik. ANTITURISTA es presentado por Interjet.

Noche de Gala en El Myxto
Jovellar 3 e/ Oquendo y Marina,
Centro Habana.

Seis noches a la semana se llama G, pero la noche que lo visito en El Myxto, uno de los bares LGBTQI más nuevos y populares de La Habana, lo observo convertirse en Gala.

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“Gala es más sexy, entregada y atrevida”, me explica quien todavía es G: calzoncillo café, pelos lacios relamidos, la cara empastelada con los primeros embarrones de maquillaje.

A los 18 años, G se dio cuenta de que algo en él era distinto: sentía unas ganas tremendas de vestirse de mujer. 16 años más tarde, sentado en un banquito, se prepara para ser la estrella de esta noche.

Atrás está Victoria, 66 años, lista para ayudar a Gala con su peinado. Tiene dedos anchos, manos callosas de tres décadas como cocinera. También: boca rojísima, peinado secretarial. Victoria me cuenta que ser trans en Cuba era muy duro: “Nos perseguían, nos acosaban. Estaba prohibido ser trans. A algunas compañeras las metieron a la carcel”.

Gala se prepara para brillar en el Myxto.

Ahora eso ha cambiado: Cuba tiene una legislación avanzada en materia de derechos gays, e incluso ofrece cirugía de reasignación de sexo gratuita (eso sí, la lista de espera es muy larga).

G termina de maquillarse los brazos y el pecho. Con la peluca peinada y el atuendo casi completo, la forma de hablar y los ademanes de G empiezan a cambiar: su voz se vuelve más aguda, sus modos más histriónicos. En sus ojos brilla una coquetería que es casi fiereza.

Abajo, su público la espera. Entre columnas pintadas de negro y bombillas fluorescentes, el público de El Myxto — extranjeros rodeados de jóvenes efebos, mujeres con camisas musculosas, algún famoso diseñador de moda— aguarda con expectativa.

Es casi medianoche cuando la veo bajar por las escaleras para tomar el escenario. Se apodera del micrófono y suenan las primeras notas musicales. Ya no es G sino Gala. La transformación está completa. La noche en el Myxto apenas comienza.

Dos enamorados pasean frente a la Plaza de la Juventud, Vedado.

Jardines de 1830
Malecón esquina 20, Vedado.

Ignora a los pingueros de la puerta. Ignora las largas y caóticas filas para comprar cerveza. Ignora incluso a la turista extranjera de 60 que le lame la lengua a un musculoso cubano con 40 años menos. Enfócate mejor en lo que tienes frente a ti: una banda en vivo, decenas de cuerpos que giran bailan se agolpan sudan y sudan en este patio, en medio de esta casa, en medio de esta isla, al lado de un castillo, a un ladito del mar: ruido y oscuridad.

Los Jardines de 1830 —el patio del restaurante que se llama igual— no es ningún secreto. Es un sitio concurrido y el calor que ahí hace es digno de un sauna. Pero eso no quita que sea un lugar estupendo para bailar un martes o jueves por la noche, o para sentarse a mirar el mar con una cerveza mientras una banda toca a la distancia.

Aquí la única pretensión es pasarla bien.

Submarino Amarillo
Calle 17, esquina Calle 6, Vedado.

Durante décadas fueron muchos los gobiernos —desde Moscú hasta La Habana— que le temieron al rock: su altisonancia, libertinaje y espíritu rebelde representaban una amenaza para los anhelos de cohesión social entre ciertas ideologías. Por ello el rock se mantuvo durante años subterráneo, oculto. En Cuba eso empezó a cambiar en los 90: sitios como el Patio de María trataron de construir, al margen de espacios oficiales, puntos de encuentro para la escena roquera. Pese a todo, los esfuerzos no terminaron por fructificar.

El rock siempre ha tenido una historia de controversia con sus patrocinadores. Si en otros países los roqueros han sucumbido a los fabricantes de patinetas, en La Habana el rock ha sido oficialmente abrazado por el Estado que alguna vez lo intentó callar.

El Submarino Amarillo simboliza esta “amistad” entre Estado y bandas de rock. Aquí se toca rock cubano de martes a domingo. El lugar, decorado con temática Beatle, pertenece al Ministerio de Cultura y no tiene empacho en decir que sólo permite “ritmos suaves”. Del otro lado de la calle está Maxim Rock, otro sitio del Estado, pero donde se admiten “ritmos fuertes”.

El guitarrazo y la altisonancia ya tienen lugar (oficial) en La Habana.

Un trovador y sus versos en el Malecón nocturno.

Casa de la Música de Miramar
Ave. 20 No. 3308 esq. 35, Miramar.

Que las gorras beisboleras, las rastas y la mezclilla no te hagan sospechar: la nueva generación de músicos cubanos ya no viste guayabera, ni pasea por la calle con sus requintos, ni toca las maracas siguiendo el compás de un contrabajo.

Pero eso no significa que aquí no suene la salsa: la Casa de la Música busca ser el escaparate de nuevas propuestas con anclaje en la rica tradición de la música cubana.

Este sitio es ideal para bailar hasta tarde (o hasta temprano, dependiendo si asistes al primer concierto de la noche o al segundo). El ambiente es auténtico, y la pretensión es mínima. Todos bailan fenomenalmente, pero nadie se fija si tú lo haces mal. La gente viene a divertirse.

Los viernes por la tarde el público está compuesto por estudiantes universitarios con ganas de olvidarse de los trabajos finales, parejas jóvenes vestidas con su mejor ropa, burócratas ansiosos por desfogarse tras una larga semana de atender sus ventanillas. Este viernes no es la excepción. A medio concierto de su banda, El Niño y La Verdad, el cantante Emilio Frías pide un aplauso para el recién fallecido Juan Gabriel y el público corea “Se me olvidó otra vez”, luego la solemnidad del acto es interrumpida por “El baile de la palangana” y cuatro chicas del público suben al escenario para demostrar la velocidad de sus caderas.

Trompetista en plena cadencia en el Malecón.

Malecón

El Malecón no es una simple calle. Decir que es una banqueta sería un insulto. Tampoco se trata de un muro donde las olas revientan. El Malecón es algo más: el ágora de Cuba. También es un atardecer a las 6:36 de la tarde. El sol, una pupila roja, sumergiéndose en el Caribe. Unas horas más y esto será el corazón de la ciudad.

A la altura del Hotel Nacional, el Malecón es un cuadro costumbrista de La Habana: se bebe ron directo de la botella, los adolescentes se enfrascan a besos, los vendedores de maní ofrecen cucuruchos calientes para los borrachos, los policías regañan a quienes llevan cervezas en botella de vidrio (las de lata son las únicas aceptables).

Entonces la fiesta se desborda: los cantantes tocan trova, los adolescentes bailan breakdance, muchachas negras de cuerpos ay candela perrean al ritmo del reguetón que brota de sus celulares.

El Malecón es La Habana convertida, cada noche de fin de semana, en pista de baile: una fiesta multitudinaria.

ANTITURISTA es una colaboración entre VICE e Interjet. Viaja a Cuba y piérdete en el goce.