Ya nadie te pregunta por qué eres vegano. Antes era una pregunta a la que la gente necesitaba respuesta antes de poder seguir hablando contigo: ¿Qué motiva esa agresiva decisión vital? ¿Crees que los animales no deberían ser comida? ¿O que deberíamos reducir la huella de carbono? ¿O simplemente eres un hípster que ha cambiado su personalidad por una dieta de base vegetal?
En 2018, apenas quedaba gente que necesitara una explicación, porque sea cual sea, no es tan interesante. A nadie le importa, excepto a mi abuela, que está condenada a no entender por qué no le pongo leche al té.
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El veganismo, como palabra, como concepto, perdió mucha de su carga excepcionalmente rápido. Su imagen pública ha experimentado grandes transformaciones en los últimos años. En 2014, el veganismo se consideraba la cumbre de la pretensión. En 2016, escribí un artículo para VICE sobre que el veganismo se asociaba erróneamente con comer sano y con el bienestar: en ese momento cultural, el veganismo se veía como un reflejo de las hermanas Hemsley: delgadas, privilegiadas, blancas e irritantes, cuando en realidad muchos veganos son todo lo contrario.
En 2017, el veganismo estaba en auge y, por ejemplo en Londres, se inauguraron muchas cadenas de comida basura vegana como el Temple of Seitan (el Templo del seitán), que abrió en Hackney; un restaurante pop-up Club Mexicana abrió su primer local fijo; la conocida cadena estadounidense By Chloe se lanzó al mercado británico y Veggie Pret se estableció de forma permanente en Shoreditch.
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Este año, el veganismo se volvió completamente mainstream. Para muestra, Lewis Hamilton o will.i.am, paradigmas de lo convencional, que se volvieron veganos, o los 3,5 millones de veganos que hay solo en el Reino Unido. En ese país, por ejemplo, todos los supermercados se han adaptado, para beneficiarse, por supuesto, del dinero vegano. Se lanzaron nuevas líneas y productos para el Veganuary más grande de la historia. Yo misma critiqué algunos de estos productos en su momento por ser demasiado caros o por no saber prácticamente a nada. Aun así, ahora puedes ir a cualquier supermercado decente y comprar queso vegano.
Esta evolución implica que, por primera vez, al menos para aquellos que tienen treinta años o menos, el veganismo tiene poco peso moral. No tiene un gran significado, no supone ninguna limitación ni sacrificio. No te señala como un “tipo” de persona ni como parte de una subcultura. Ni siquiera implica tener ningún tipo de creencias, aunque es posible que eso sí ocurra.
Búscalas y encontraras pruebas de esto a diario, especialmente si llevas tiempo siendo vegetariano o vegano. Los hombres “masculinos” se autodenominan “flexitarianos” o dicen que están intentando ser veganos, algo por lo que antes le habrían tachado de débiles o femeninos. Aún más curioso es que los antiguos carnívoros han dejado de golpe los productos de origen animal. Hace un par de años, lo normal era hacer una transición de comer carne a ser pescetariano o vegetariano y luego ya pasar a ser vegano si habías llegado hasta ese punto sin sufrir demasiado.
Por otro lado, las apps de citas específicas para veganos nunca llegaron a despegar. Ahora resultan vergonzosas por encarnar un tipo de veganismo que ya estaba pasado de moda cuando estas apps salieron. Era un veganismo que implicaba martirizarse y tener un sistema de creencias que fuera el abanderado de tu vida, porque tenía que ser así: no podías salir a cenar sin dejar a los camareros descolocados y sin enfadar a tus compañeros de trabajo y conocidos por el hecho de que habías decidido hacer tu vida más difícil de forma voluntaria.
Sin embargo, en 2018, ¿por qué vas a tener que recurrir a las apps de citas para veganos —por mucho que te guste su foto de perfil de “come coños, no animales”— cuando todo el mundo de tu edad tolera el veganismo y la mayor parte de la población vegana tiene tu edad? (El 42 por ciento de lo veganos tienen entre 15 y 34 años). Puedes encontrar a alguien en Tinder, en Instagram o… en la vida real.
Lo que resulta extraño es que, a pesar de que el veganismo ya está normalizado, 2018 ha sido el año en el que el activismo vegano ha aumentado su moralismo. PETA siguió con sus actividades reivindicativas. Lucharon para que el mono que se hizo un selfie sin querer tuviera los derechos de autor. Querían erigir un monumento en la carretera para las langostas que murieron en un accidente de tráfico. Afirmaron que la leche es un “símbolo de la supremacía blanca” y se vistieron con trajes de vaca al estilo de El cuento de la criada para poner de relieve la “violencia y violación” a las que se ven sometidas las vacas cuando ordeñan a diario. Hace poco hicieron una tabla con expresiones antiespecistas, en la que sugerían que cambiáramos refranes como “agarrar el toro por los cuernos” por “agarrar la rosa por las espinas”, o “ser un conejillo de indias” por “ser un tubo de ensayo”.
En una publicación de blog adjunta llegaron a decir que llamarse “cerdo” o “vaca” es tan ofensivo para los animales como lo para el ser humano al que va dirigido el insulto. A pesar de ser intencionado e irónico, puesto que nadie en su sano juicio apoyaría esto, el mensaje principal es que los animales no solo merecen que les traten bien, sino que merecen el mismo trato que los seres humanos.
Al mismo tiempo, Wesley Omar, un activista vegano, se hizo relativamente famoso en Reino Unido por robar un cerdo de una granja y llevárselo a un refugio y, este mismo mes, Jordi Casamitjana protagonizó el momento vegano del año al denunciar en los tribunales que era víctima de una discriminación (unos tribunales que van a decidir si el veganismo se considera una creencia filosófica similar a la religión).
Casamitjana representa todo lo que la gente odia del veganismo: es la típica persona blanca que lleva gorros “veganos” y no es capaz de llegar a un acuerdo con nadie. Si consigue ganar en los juzgados (algo que, seamos sinceros, es bastante probable viendo la lista de requisitos que tiene que cumplir el veganismo para ser considerado una creencia filosófica), su victoria legitimará el veganismo de por vida. Sin embargo, también provocará las burlas de gran parte de la población, pero no cabe duda de que el hecho de que el veganismo se considere un sistema de creencias le dará alas.
Con todo lo que se les ha menospreciado (yo la primera), PETA cuenta con un historial lleno de éxitos con este tipo de activismo tan ambicioso y agresivo. En 2016, un encargado de prensa me dijo: “Estés o no de acuerdo con ellos y a diferencia de otras organizaciones, PETA nunca tiene miedo a los titulares de la prensa, ya sean buenos o malos. A decir verdad, en PETA no hemos venido a hacer amigos, sino a crear debate. Somos un grupo protesta, aunque seamos una organización benéfica”.
El portavoz señaló a la piel como ejemplo donde los preeminentes y controvertidos anuncios de PETA —¿os acordáis los de “Prefiero ir desnuda que llevar pieles” en los que salían famosas desnudas?— acaban derivando indirectamente en un apasionado cambio en la opinión pública. Hacen que la gente se moleste y abren un debate: es marketing viral básico.
Está claro que el veganismo se va fracturando a medida que crece. A grandes rasgos, parece que cada vez hay menos veganos moralizadores y más veganos que simplemente lo son, contentos con sus quesos veganos y sus nuggets de pollo falsos. El veganismo ya no es algo que se tenga que defender hoy en día. Hay todo tipo de productos de reemplazo, de restaurantes y de cafeterías veganas; la gente ya no ve los productos animales como parte esencial de una dieta; hasta tus amigos y tu pareja hacen eso de “ser vegano”.
¿Por qué eres vegano? Pues porque puedes.
Este artículo se publicó originalmente en VICE UK.