En tiempos de hartazgo por el futbol moderno, el Atlas de Argentina nos muestra que el amor puro por el juego todavía existe. Enfrentaron a River Plate, perdieron y aquí sí: lo más importante fue competir.
Wilson Severino es su nombre. Es normal que no lo conozcas porque jugaba en Atlas, equipo de la Primera D, la última categoría del futbol argentino, y se retiró de las canchas en mayo del año pasado. Si fuera por amor al juego, se hubiera quedado, pero el futbol a ese nivel no alcanza para sostener a una familia y menos cuando se tienen 37 años encima.
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“Soy hincha de River”, declaró sin pena ni temor hace unas semanas, cuando volvió a atarse los botines para jugar con el “Marrón”, sobrenombre del Atlas. Lo hizo solo porque la suerte lo puso de nuevo en las canchas, el sorteo de la Copa Argentina enfrentó a los equipos de su vida: al que le entregó sus mejores años y al que ha admirado desde siempre. Severino fue referente de Atlas, anotó 109 goles en 258 partidos, su petición al técnico y al presidente fue jugar ese partido a manera de despedida. Entrenó dos semanas y se preparó mentalmente para el día que quizás nunca creyó vivir y ocurrió el martes.
Para River Plate era un partido más. Su rival batalla en canchas de tierra, los Millonarios han enfrentado al Barcelona en el Mundial de Clubes. La obligación era pasarles por encima. Atlas fue fundado en 1951 con el único fin de competir en el Campeonato Infantil Evita; el plan creció y fue afiliado a la AFA en 1964 y desafiliado por falta de cancha cuatro años más tarde. Ricardo Puga fue el principal impulsor del proyecto que debía sacar a los jóvenes de la calle y él mismo, con carretilla y cemento inició la construcción del estadio que lleva su nombre.
Desde que juega en la Primera D nunca ha conseguido ascender, ha estado cerca. Sus historias de vida los unen al futbol por amor, la necesidad es un factor, pero en esa categoría el esfuerzo no entrega a manos llenas. Es un equipo que comparte barrio con el Club Alem, al que sigue la mayoría de los habitantes de la ciudad General Rodríguez.
Si crees que la quinta división es lo peor que le ha pasado al Atlas, falta mencionar que han sido desafiliados por la AFA en varias ocasiones; su historial cuenta bienvenidas y despedidas. ¿El motivo? Eran demasiado malos incluso para ese nivel de competencia. En 2004 fue la última vez y curiosamente, Wilson Severino los condenó todavía vistiendo la camiseta rival, la del Central Ballester. Atlas necesitaba ganar y el gol del empate fue suyo.
La suerte comenzó a cambiarles en 2006, cuando Fox Sports tocó a su puerta en busca de la historia romántica que los ha escrito, la de un equipo que juega por puro amor al futbol. La serie se llamó “Atlas, la otra pasión” y tras más de una década al aire, su último episodio se transmitió el 24 de julio pasado. “Es un titán que tiene el mundo sobre sus hombros”, decía el presidente del club.
El reality show sedujo a Nike para patrocinarlos con uniformes, al fin tuvieron equipación adecuada en los entrenamientos y espectadores de varios lugares de Latinoamérica en las tribunas debido al impacto mediático de su nombre. El marketing funcionó, ya no son anónimos, pero el proyecto futbolístico se ha quedado corto para conseguir el ascenso.
La idea del programa fue de Maximiliano Ambrosio, él cazó la historia, participó en la producción, en la conducción y se quedó enganchado al equipo que hace un par de años lo nombró presidente. “Atlas despertó pasión en mí, hizo que mi trabajo trascendiera de lo televisivo”, declaró en entrevista para Rock N’ Ball. Sumó a su equipo al periodista Claudio Destéfano, encargado ahora de las estrategias comerciales. Quieren que el Atlas sea el segundo equipo de cualquiera en Argentina y extender la fama al continente, a cualquier sitio que ha tocado el reality. El partido ante los Millonarios era la ilusión de todos.
El martes, ante 20 mil personas, en el Estadio Padre Martearena, se encontraron. Vistieron una camiseta conmemorativa con una banda que cruzaba el pecho, un homenaje al rival.
La expectativa era la derrota… o un milagro. “Es una motivación enfrentar a River una vez en la vida”, dijo César Rodríguez, quien se sienta en el banquillo para dirigir y también está listo para entrar al campo si lo necesitan. River no los destruyó, pero ganaba 2-0 a cinco minutos del final, cuando la ansiedad se apoderó de Wilson. El técnico le ordenó calentar y los nervios del jugador eran tales que, antes de ingresar, lo abrazó con fuerza mientras lloraba emocionado.
Severino pisó la cancha y lo primero que hizo fue acercarse a Leonardo Ponzio, mediocampista de River: “¿Loco, te puedo abrazar?” La respuesta no esperó: “Sí, vení acá, negro”. La imagen es inverosímil para casi cualquier aficionado al futbol, el equipo va abajo en el marcador, quedan un par de minutos y el referente abraza al rival con lágrimas en los ojos. River Plate anotó un gol más y se acabó, Atlas fue eliminado de la Copa Argentina en 32vos. El resultado fue lo de menos esa noche en Salta.
Wilson dice que sentía que su corazón explotaba con cada paso en la cancha, hasta se sintió preocupado por ese latido acelerado. A la cancha lo acompañaron sus recuerdos, los de la infancia: “entré a la cancha con mucha gente detrás de mí”. La emoción apenas lo dejó hablar frente a las cámaras, el equipo triunfante no era el objetivo, él lo fue: “Se lo dedico a todos los que la luchan todos los días, que trabajan para llevar el pan a su casa y luego buscan hacerse un lugar en el mundo del futbol”, declaró luego de agradecer a su familia y a los compañeros de la Unión Ferroviaria. Ese lugar al que pertenecía cuando era muy joven y las necesidades en casa lo llevaron a barrer las vías y ayudar en las reparaciones, a donde volvió una vez retirado para encargarse del área deportiva.
Como un niño y sin importarle nada, Severino fue al vestidor de River Plate para pedirle la camiseta al defensor Jonatan Maidana. Cuenta que tuvo que hacer fila igual que otros, la obtuvo y no entregó la suya a cambio porque el club nunca ha tenido para darse el lujo de intercambiar camisetas. “Tenemos una para todo el año”, dijo a Rabona una vez que los días han pasado y la calma ha vuelto.
Los jugadores deben enmendar las roturas de su uniforme, intentar limpiar las manchas y si no, cubrirlas con las manos al momento de la foto al inicio; pero dice que eso los hace valorar más los colores que visten. Esa noche, el delantero Julio Gauna se llevó a casa cuatro camisetas del rival, aunque para cambiarlas debió comprar primero las del Marrón.
El partido ante los Millonarios tuvo tercer tiempo, ocurrió en el Hotel Sheraton. Los clubes habían planeado la reunión, pero los jugadores no lo sabían. La plantilla de Atlas abordó el autobús y siguieron a River Plate. Ahí, entre empanadas, pizzas, ensaladas y algunas cervezas, convivieron los equipos, alargaron el sueño y ya planean que sea costumbre: “Somos anfitriones, no locales. Queremos ganar, pero también queremos recibir bien a los demás clubes”, dijo una de las autoridades del “Marrón”.
El potrero, su escape desde los primeros años de trabajo con los ferroviarios, ha llenado la vida de Severino tras la despedida de las canchas y no hay planes de dejarlo. Quiere hacer una carrera como director técnico e instruir a los jóvenes para “hacerles sentir el futbol”, antes que ofrecerles jugosos contratos en clubes extranjeros.
En medio de su popularidad fugaz por este partido, Wilson Severino confesó que su hijo no le perdona la renuncia que implicó ser jugador: “Le pido perdón a mi hijo porque me perdí 13 años de su vida para dárselos al futbol. Y no me lo reprocho, pero yo le pido disculpas. Ojalá algún día me entienda”.