Cómo es heredar miles de millones a los veinte

tyler huang billionaire

A una edad en la que la mayoría de lxs adolescentes juegan futbol o intercambian cartas coleccionables, ​​Tyler Huang ya estaba involucrado en el negocio de su padre, quien compró un club de futbol británico. Si quisiera, su familia podría hacer de Londres un Monopoly, tirar los dados y comprar propiedades. En caso de que no te hayas dado cuenta, Tyler es increíblemente rico.

Huang tiene una vida de ensueño, pero tiene la impresión de que no es real. “No es tan agradable como parece. El dinero puede resolver muchos problemas externos, pero no resuelve los internos”, dijo.

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“La gente dice que tengo suerte de tener dinero; y sí, no digo que no. Sé que tengo una vida con la que muchxs sueñan, pero está mal valorar a una persona por la cantidad de dinero que tiene”.

Huang, de 23 años, heredó una fortuna de miles de millones este año después de la muerte de sus padres. Pero si te cruzaras con él en la calle, verías a un joven como cualquier otro, con Crocs y la cabeza agachada viendo su teléfono.

Huang creció en Knightsbridge, Londres, en una casa con vista al Hyde Park. “Fui criado por amas de llaves y niñeras”, dijo. Pasó su infancia aislado, lejos del mundo exterior, en las lujosas casas y aviones privados de su familia. “Cuando era niño, nunca jugaba con juguetes”, me dijo. “Mi papá coleccionaba coches y yo pasaba mi tiempo con él. Buscábamos autos antiguos juntos”.

Huang no tenía una, sino dos tarjetas AMEX Centurion, una de las tarjetas de crédito más exclusivas del mundo: “Mi mamá me dio una para emergencias y mi papá me dio la otra para cualquier otra cosa que quisiera”.

Aunque parece que Huang tuvo el privilegio de poseer tal cosa, él cree que darle a un adolescente un poder adquisitivo ilimitado no es la mejor idea.

“Ojalá no hubiera crecido con esas tarjetas porque así hubiera aprendido a apreciar el dinero y a las personas de manera diferente”, dijo. Recuerda una llamada telefónica con su padre cuando tenía 16 años. “Me llamó una mañana cuando tenía resaca y ambos nos reímos de todo el dinero que había gastado el fin de semana. No recordaba nada de lo que hice, pero al parecer me emborraché y alquilé un yate en Bangkok”.

Huang no recuerda esto con una sonrisa o una sensación de satisfacción, sino con vergüenza. “Uno pensaría, como adolescente, que es genial poder comprar lo que quiere, sin mirar el precio, pero en realidad da miedo”, dijo. Además, vivió toda su vida rodeado de cámaras de vigilancia. “Sabía para qué eran: a mis padres no les gustaba llamar la atención, pero siempre había una sensación de peligro”.

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Tyler de niño.

Huang siempre estaba preparado para un secuestro o un robo. Sus choferes estaban entrenados para escapar de los posibles delincuentes y, si quería comprar helado, tenían que ir con él. “Es terrible vivir eso cuando eres niño. Siempre te sientes diferente a los demás”, dijo.

Aunque Huang no se da cuenta de esto, es obvio que es extremadamente raro formar parte de la categoría de gente rica a la que pertenece su familia. Aun si ganara cien mil dólares al año, le tomaría diez mil años convertirse en multimillonario. Al hablar con Huang, me fue imposible no preguntarle: ¿es ético tener tanto dinero cuando tantas personas en el mundo están luchando por sobrevivir?

“No, no lo es, aunque algunxs en mi familia no estarían de acuerdo”, dijo. “Tienes la sensación de que tienes que ayudar a lxs demás, pero también existe la presión de que no es tu dinero, sino el de tus padres”.

Stephen Goldbart, cofundador del Money, Meaning & Choices Institute y autor de Affluence Intelligence, dijo que era normal que los herederos de grandes fortunas vivieran con culpa. “Las personas que reciben algo que todos quieren se sienten culpables. Piensan en lo que hicieron para merecerlo. Por eso, a veces tener mucho dinero puede sentirse como una carga”.

Huang siente que su madre midió el valor de su vida principalmente por su rendimiento académico. Preocupada de que a su hijo no le importaran sus estudios, lo envió a un psiquiatra, donde le diagnosticaron depresión clínica, autismo y síndrome de Asperger. Huang dijo que su madre interpretó los diagnósticos a su gusto. Pensaba que el autismo significaba que era especial, pero rechazaba el diagnóstico de depresión por ser “vago y difícil”.

Tras el diagnóstico, su madre lo envió desde Londres al Instituto Le Rosey en Suiza, el internado más caro del mundo. Para tener una idea de cómo es estudiar allí, de enero a marzo la escuela se traslada a un campus especial de invierno en las montañas de Gstaad, donde los estudiantes toman clases de esquí cuatro veces por semana.

Una vez más, Huang no cumplió con las expectativas de sus padres y fue trasladado a la Anglo-Chinese School en Singapur. Debido a las conexiones de su familia, ni siquiera tuvo que hacer examen. Por supuesto, su comportamiento no cambió. Siempre que decepcionaba a sus padres, la depresión se intensificaba.

La psicóloga Suniya Luthar, cofundadora e investigadora de Authentic Connections y profesora emérita del Colegio de Profesores de la Universidad de Columbia, dijo que muchos niños de familias adineradas sienten la necesidad de ocultar su depresión. Y también sus padres.

“Hay varias razones por las que esto sucede, pero una sería que a los padres les aterroriza admitir que su hijo sufre tanto. Entonces, temen que los diagnósticos repercutan en el rendimiento académico y la carrera del niño”, explicó.

En otras palabras, los padres a menudo no quieren que sus hijxs tengan un historial de trastornos mentales y medicamentos antipsicóticos que puedan obstaculizar sus carreras. Sobre todo porque forman parte de un grupo de personas que tiene la opción de trabajar en la política.

Lxs psicólogxs escolares, consejerxs y trabajadorxs sociales han informado que los padres que se consideran ricos muchas veces se muestran a la defensiva cuando diagnostican a sus hijxs. El estudio de 2020 “Desafíos en las escuelas de alto rendimiento” encontró que estos padres eran más propensos a demandar a las escuelas para evitar que se diagnostiquen los trastornos mentales de sus hijxs.

“Se avergüenzan”, dijo Luthar. Huang me confirmó que no podría haberlo dicho mejor.

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En la Anglo-Chinese School, cuanto más estudiaban, más se divertían los estudiantes. Todos bebían champán caro, se iban de compras con los choferes, y su agenda estaba llena de fiestas.

Muchxs de lxs compañerxs de Huang caminaban por los pasillos y admiraban sus árboles genealógicos y los premios que recibieron sus padres y abuelos. Pero la mayoría de estxs niñxs tenían una identidad clara desde el nacimiento: tenían que seguir los pasos de sus padres, por lo que siempre eran controladxs.

Aunque estas instituciones tienen sus propias presiones, Huang reconoce que ofrecen oportunidades que son inaccesibles para otrxs niñxs. La mayoría de las escuelas no cuentan con salas de conciertos, centros náuticos ni establos para caballos. Rara vez tienen menos de diez estudiantes en una clase y no ofrecen costosas sesiones de cata de vinos. Lxs niñxs comunes comen en el comedor de la escuela, mientras que lxs estudiantes de Le Rosey tienen una servilleta con su nombre y son atendidxs por los mejores chefs del mundo.

Cuando Huang terminó la escuela, se unió al ejército en Singapur porque era obligatorio. Pero a la edad de 19 años, los médicos encontraron un tumor de grado 4 en su cerebro y fue relevado del servicio militar. No quiso compartir su diagnóstico con sus amigos, por lo que todos pensaron que había logrado salirse del ejército gracias a las conexiones de sus padres.

Después de este incidente, Huang comenzó a mostrar interés por la arquitectura. Por un tiempo, sus problemas mentales disminuyeron, pero luego volvieron a aflorar.

Huang perdió a su hermano en un accidente automovilístico en 2017, su madre murió de cáncer en 2020 y su padre en otro accidente automovilístico en febrero de este año. Su depresión está peor que nunca. Abandonó su carrera de arquitectura, porque sus problemas de salud ya no le permitían trabajar. El cáncer de Huang es terminal, pero sigue recibiendo tratamiento y superó el período de cinco años que los médicos le habían dado.

Toma tres pastillas en el desayuno, 12 en el almuerzo y ocho en la cena. Su rutina es la misma todos los días: después de despertarse, pasa el menor tiempo posible en su apartamento de Singapur. Sale a la calle para escapar de los pensamientos oscuros en su cabeza. Le gusta pasar tiempo en lugares públicos. Uno de sus lugares favoritos es un bar en una azotea, donde se sienta y trabaja en su laptop.

Una noche, tuve una videollamada con él mientras estaba allí, rodeado de platillos de ostras, escalopes y botellas de champán. El sol se estaba poniendo y parecía una forma ideal de pasar la noche.

“No lo es. Estoy solo, siempre estoy solo”, dijo Huang.

Las personas con dinero se obsesionan con la soledad. Goldbart dijo que es un síntoma de riqueza heredada, una ramificación psicológica de hacerse rico de la noche a la mañana.

“El dinero es como el combustible de un cohete. No sabes adónde te llevará. Depende de quién esté al mando. A corto plazo, parece afortunado, pero a la larga, solo acentúa los problemas que ya tenías”, dijo Goldbart.

Huang siente que sus amigxs no lo entienden. ¿Cómo podría deprimirse alguien que gasta miles de dólares en ropa? Pero Goldbart dice que es normal que las personas que han heredado repentinamente una gran cantidad de dinero gasten grandes cantidades de dinero. “Pierden el piso y cuando regresan a la realidad se dan cuenta de que no han lidiado con el impacto del dinero en su salud mental”.

“Me gusta tener cosas de marca, pero no se puede tener una relación significativa con una camiseta Givenchy”, dijo Huang.

Cuando Huang habla de sus padres, usa el presente. Hay momentos en los que se estremece, como si recordara que ya no están con él.

“No es que sea frío ni descuidado, pero si proceso sus muertes, me volvería loco”. Por esta razón, Huang finge que sus padres están de vacaciones.

No solo los extraña —se refiere a su madre como “una mamá tigre” y a su padre el “jefe de la chequera”— sino que se le parte el corazón cuando piensa que nunca más podrá abrazarlos. Aunque tiene una vida lujosa, Huang solo quiere amor y afecto.

Huang logró encontrar consuelo en sus padrinos, que son la familia que siempre ha querido. Para ellos, el tiempo de calidad que pasan con la familia es más valioso que un Rolex.

Sus padres le implantaron la idea de que su depresión era una debilidad o, en palabras de su madre, “una limitación emocional”. Una vulnerabilidad que debería cubrirse con una armadura. “Hasta hace poco, había vivido con una máscara frente al mundo. Escondía mis emociones. Escondía mi verdadero yo”, dijo Huang. Con los años, se fue acostumbrando a la máscara, pero se vino abajo tras la muerte de su padre.

“Decidí contarles a mis amigos y familiares sobre mi depresión, pero la mayoría no me creyó. Lo escondí durante tanto tiempo que les parece extraño escuchar de repente que estoy deprimido”.

Le pregunté a Huang qué coche conducía. Dijo que tenía un Land Rover, pero que ya no podía conducir debido a problemas de salud. Le pregunté si alguna vez tuvo un súpercoche, como un Ferrari o un Lamborghini.

Pareció casi decepcionado con la pregunta y finalmente dijo: “No. En ese tipo de coches no caben todos tus amigos”.