“Éramos una pareja feliz. Nos veíamos lo justo”. La frase podría ser el título de un libro de autoayuda para volver con tu ex –”aún te quiere pero necesita su tiempo” sería el subtítulo–, pero en realidad es el titular con el que Irene* me anuncia que no está llevando del todo bien lo de compartir tiempo y espacio 24/7 con su novio. “Las puyas se acumulan más que la ropa sucia. Esto no acabará bien”, asegura un poco más adelante. El documento con la narración ocupa más de un folio y estamos, si los pronósticos se cumplen, en los días iniciales de esta crisis.
El único consuelo que le puedo ofrecer es que estamos todas más o menos igual: la cuarentena nos ha pillado por sorpresa. Igual que no sabíamos que un virus podía paralizar el mundo entero, tampoco contábamos con tener que sobrevivir a un encierro indefinido con personas a las que queríamos y creíamos conocer, medio irritados, medio paranoicos. Esto parece una Isla de las tentaciones a la inversa: encerrados a solas con nuestra pareja y dentro de un piso de 50 metros cuadrados sin balcón.
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Por supuesto, ya conocíamos sus defectos, pero para qué enfadarse si nos veíamos un rato para cenar después de un día de trabajo interminable, y eso con suerte, pensábamos. Hasta ahora el sistema nos parecía mucho más molesto que nuestros compañeros: estábamos demasiado cansados como para discutir por qué otra película de Tarantino significaba demasiadas películas de Tarantino.
“En 60 horas atrapados en casa hemos discutido sobre temas importantes: qué hacer con el aceite sobrante de la paella, cómo se tienen que tender las camisetas para no dejar marcas, por qué tiene que ir con los cascos puestos conectado a La Sotana riéndose solo pero sin oír nada de lo que le digo, por qué tiene conversaciones de curro a todo volumen (no ve lo imposible que es concentrarse y leer así), cómo se reciclan los envases y las bolsas de plástico y quién se lleva la palma a peor actor en la tercera temporada de Élite”.
“La atracción sexual desaparece cuando te imponen al humano con quien tienes que retozar”
Irene continúa desvelándome estos pequeños detalles, molestias sin importancia, enfados que se olvidan en un minuto. Venga ya, cómo te vas a enfadar por eso, nos afearía ese típico amigo conciliador en el grupo del WhatsApp cuando le contásemos que estamos a punto de arrancarnos las pestañas por estas tonterías.
“En Twitter decían: después de esta, baby boom o divorcio boom. Pues follar, hemos follado poco. Vaya, nada. La atracción sexual desaparece cuando te imponen al humano con quien tienes que retozar. Y un confinamiento en pareja es eso: un matrimonio forzado”, prosigue Irene. “En serio: mismo hombre, mismo pijama, mismo fondo, 24/7. Libido escaleras abajo”. Porque claro, todas hemos visto la advertencia, el titular:”Número récord de solicitudes de divorcio en las últimas semanas en la ciudad china de Wuhan”. Estamos alerta porque sabemos que el amor puede durar lo que dure el coronavirus y no hay nada peor que un precedente para replantearse si queremos tanto alguien como para que se deje las gotas de pis en la tapa del váter.
Si no que se lo digan a Cynthia, que convive con un novio hipocondríaco. “Le regaño mucho porque está todo el día cantándome las noticias, en plan, ‘están diciendo que eso de que no afecta a los jóvenes no es tan verdad’”, cuenta entre la desesperación y la risa, “yo le he dicho ‘mira, no me digas nada más porque me agobio muchísimo, suficiente es la situación’. Así que ha decidido contárselo a mis amigas, les dice que yo le regaño, incluso las llama por la noche”.
Pero el miedo de su pareja va más allá: le pide que, por favor, no salga a aplaudir al balcón y que vaya a comprar lo mínimo posible. “Me lleva dando largas con bajar tres días seguidos. Me dice, ‘No, no, mejor mañana’”, explica Cynthia, que finalmente ha ido al supermercado porque necesitaba comer. “Me ha puesto papel dentro de la bufanda para que hiciera de barrera y cuando he subido ha echado todo lo que llevaba puesto a lavar, el abrigo, los guantes, hasta los calcetines. Luego se ha dedicado durante una hora a desinfectar todos los productos de la compra, con sus plásticos y sus envoltorios, y en esas estamos, sobreviviendo al apocalipsis… No creo que esto acabe en divorcio, pero a lo mejor me tiro por la ventana”.
Lo cierto es que la tensión y distensión por las noticias del coronavirus también es motivo habitual para las peleas de pareja. “Nosotros nos hemos enfadado porque yo tenía el nivel de paranoia precoz, hace más de una semana empecé a estar muy preocupada, y no me entendía, pensaba que estaba haciendo el ridículo yo, que estaba exagerando”, me dice Sara*, que ahora se siente satisfecha porque su novio le ha reconocido que, al fin y al cabo, tenía razón: nada como compartir la angustia por el contagio para dejar a un lado los conflictos. “Según han avanzado los días hemos visto todos que la situación es muy difícil y muy chunga, así que se ha rebajado la tensión porque los dos estamos en el mismo nivel de preocupación y eso ha hecho que mejore nuestra relación”.
“Ayer le afee que se pusiese su ropa más fea solo porque estábamos en casa”
Continúo preguntado y me encuentro casos que, aun siendo más o menos extremos, repiten el mismo patrón: nos queremos pero, ¿por qué ensucia tanto? ¿es que no puede dejarme ni un rato a solas? ¿Realmente necesitamos “rutinas de ejercicio”? Es más: ¿realmente necesitamos un Excel para organizar nuestras rutinas?. Así ha sido para Carlos*, que ha tenido pequeños desencuentro con su pareja porque “la casa se ensucia más y ella se pasa el día con la fregona para arriba y para abajo”. Él, por su parte, aunque no se enfada por la limpieza, sí que lo hace porque cree que hay que guardar cierto decoro durante la cuarentena, “ayer le afee que se pusiese su ropa más fea solo porque estábamos en casa”.
También hay quienes están viviendo esta situación como un acontecimiento especial, “un juego, tiene un punto de aventura”, me dice Jordi, que debido a su trabajo todavía no había podido pasar un sábado entero en casa desde que empezó la relación con su pareja. Se podría decir que están en una fase inicial de convivencia y sus problemas son un reflejo de ello: “esto es algo nuevo para mi, por ejemplo Andrea está siempre pidiendo cosas, aprovechando que estoy, ahora tráeme esto, ahora ven aquí, ahora ayúdame con esto, como ella ha tenido hermana siempre supongo que es un tema psicológico”, se extiende Jordi; y continúa algo más indignado, “lo que no soporto es empezar a hablar desde habitaciones distintas porque no escucho nada y tengo que decir ‘¿que diceees?’”.
Cuando le pregunto a Andrea, su pareja, también empieza por el mismo sitio: “De repente me siento hasta culpable, como si hubiera creado este confinamiento para poder disfrutar de él. Al final si él se tomaba algún día de fiesta era para algún viaje o salir, nunca se lo había tomado como un simple estar en casa. Así que para mí este ha sido el primer fin de semana de disfrutar con mi pareja”.
Escuchándoles casi se podría decir que están en una luna de miel, aunque ambos admiten que el futuro es incierto, “creo que convivencia real nunca habíamos tenido, así que ahora se verá qué tal lo llevamos”, y a continuación señala aquellos pequeños detalles que ya empiezan a ser un poco incómodos. “Es un pelín inquieto”, me dice Andrea “así que a pesar de haber hecho una compra bastante grande, siempre hay algo que falta, siempre, si no es cebolla, es algo que puede faltar, así que siempre tiene una buena excusa para salir a la calle”.
“Estamos en primer nivel de noviazgo, es la prueba de fuego. Estamos viviendo eso, muy bonito todo. A ver cuánto dura”
Pero el tono sigue relajado en esta pareja, que tiene aún todo un universo de convivencia por descubrir, tanto que sobre Jordi pesa la amenaza de vivir un Good Bye Lenin versión coronavirus: “yo sigo disfrutando de mi pareja, incluso veo la posibilidad de seguir engañándolo cuando ya haya terminado el confinamiento”, me dice Andrea “no le dejaré encender la televisión para que se crea que seguimos confinados y poder tenerle un poco más. A ver, eso lo digo ahora, aunque luego quizá estemos más desquiciados. Estamos en primer nivel de noviazgo, es la prueba de fuego. Estamos viviendo eso, muy bonito todo. A ver cuánto dura”.
Porque esa es la pregunta: ¿cuánto va a durar esto? Sabemos que en términos sanitarios lo peor de la crisis todavía está por llegar, pero qué pasa con la convivencia. Elianne, por ejemplo, confía en que ya hemos dejado atrás lo más duro, “creo que las primeras horas son las peores porque no te acabas de creer que te vas a quedar 15 días encerrado y estás como valorando y aun un poco reticente. Yo me pelee con mi pareja porque no había cerrado el agua del grifo y me pareció que su comportamiento no estaba a la altura de la situación actual. Ahora estamos mejor”.
Sin embargo, la opinión general es más bien la contraria: esto acaba de empezar, “estaría bien que este artículo tuviera parte uno y parte dos para saber cómo evolucionan las parejas a lo largo de la cuarentena, ya veras qué divertido”, me dice Carlos, a quien se le suma, entre otros, Jordi, “ha pasado el fin de semana y jiji jaja, pero luego viene el lunes, martes, miércoles. Creo que en términos epidemiológicos, porque ahora todos somos epidemiólogos, va a haber un repunte de broncas en casa, problemas domésticos, roces, estoy convencidísimo. Creo que el pico de discusiones domésticas lo vamos a tener el jueves”.
Hasta entonces, hasta que llegue ese final, tocará buscar refugio, una habitación en la que estar un rato a solas, como en la que estoy ahora, escuchando como mi pareja me pregunta a gritos desde la cocina si querré pollo para comer. Sinceramente no lo sé. Como tampoco sé si lo peor ya ha pasado o está por venir. Por supuesto todo puede ir mal, pero también puede ir bien, ¿no?. Las posibilidades están ahí. Lo reconoce incluso Irene, al final del texto, en un párrafo que releo y me reconforta: “a finales de semana me tiene que venir la regla. Me tendré que emborrachar una vez al día, como mínimo. Porque todo lo que haga me va a sacar de quicio. Y voy a odiarme a mí misma por ser tan quisquillosa. Y voy a llorar por no saber hacer las cosas mejor. Porque todo lo haré mal. Pero él me abrazará, siempre lo hace. Y estará bien. Estaremos bien. De hecho, qué suerte que nos tenemos”.
*Se han cambiado los nombres para proteger la identidad de los entrevistados.