Esta nota es presentada por Jeep Renegade
Si hubo un momento clave en la vida de Federico Ríos, fue a sus doce años en 1992.
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Clave porque tuvo la oportunidad de escoger un regalo: una cámara. Y así nomás se fue al Amazonas con su papá, cuando el lugar todavía no estaba en condiciones para ser un destino turístico. El acercamiento a las comunidades indígenas, el aislamiento y lo que la selva le enseñó, fueron los tesoros con los que se encontró el manizaleño, que desde ese momento no ha parado de recorrer el país entero.
Pero no de cualquier manera: siempre con su cámara colgando.
De ahí, ya salta a su cuenta de Instagram @historiassencillas, para mostrar su trabajo como fotógrafo profesional y documentando sus viajes. “Siempre estoy en una carretera, en una selva, en una mula, en un bote pequeño, en un río, en una avioneta de tres pasajeros o en un vehículo o caminando horas entre la selva”, me dice antes de contarme dónde está ahora.
“En este momento estoy en Ituango, pero para llegar acá desde Medellín toca hacer diez horas de viaje porque la carretera está terrible por la represa y toda esta situación”, afirma con voz baja. Pero de repente su voz sube sutilmente: “Pero llego aquí y me encuentro a estos indígenas embera que son muy particulares porque tienen una bata roja y un sombrero colorido.”
Andar de viaje se convirtió en una constante en su vida. A veces se levanta, y todo lo hace en piloto automático: “No hago la maleta el día anterior, sino que en diez minutos ya sé que tengo que empacar. Generalmente mis cámaras siempre están listas en el maletín de trabajo y yo solamente me levanto, me baño, cojo la maleta y salgo.”
Y es verdad siempre está de viaje: si uno se fija en el Instagram de Federico, va a notar una característica muy particular. Él no hace latergram—programación de posts o de publicaciones—, todo lo publica en el momento. “Si te fijas, hoy estoy en Ituango, pero hace cinco días estaba en Los Llanos y hace diez, en Sabana Larga, y así. El Instagram es mi bitácora de viaje en vivo y en directo.”
Pero es evidente: los viajes de Federico son todo menos cómodos: “Esto tiene mucho de aventura, pero en este país a veces se pone pesado. En medio de los viajes, encuentras todo el tiempo a la gente viviendo en unas condiciones que no son las mejores. Las historias de la Colombia rural son duras y te golpean.”
Y es que cuando el conflicto lo ha tocado tan de cerca, Federico se ha preguntado varias veces qué hace él ahí, pero es fácil notar que tiene una especial sensibilidad por la condición humana y que realmente lo que le da sentido a sus expediciones es la esperanza que ve en la gente.
“El conflicto lo he visto más de cerca de donde quisiera. Me han tocado muchos combates. He visto heridos, muertos, víctimas de minas antipersonal y eso es una vaina que no quiero ni recordar. Pero, el otro lado de la balanza es que incluso en las zonas más golpeadas, e incluso en las condiciones más difíciles y en los momentos de despojo más tenaces, siempre hay esperanza en los campesinos.”
Ese es el motor invisible de sus exploraciones y a la vez, lo que Ríos quiere trasmitir en sus fotos: la humanidad de la gente. La humanidad que está presente, incluso en medio de la guerra. “He llegado a espacios de desplazados en donde la gente no me pide nada y me preguntan si ya comí. Y hay dos cucharadas de arroz o un tinto bien aguado o cualquier cosa, pero la generosidad y la esperanza de los campesinos es una vaina inmedible, impresionante.”
Y tiene muchas historias que atesora como frutos de sus viajes. Historias que demuestran que vale la pena estar incómodo, enfermo o pasar momentos difíciles porque la retribución es mucho mayor: “Hace ocho días estaba con unas mujeres que iban a ser desplazadas al lado del río Cauca en unas condiciones y una pobreza terrible. Me enfermé, estaba súper maluco. Y las señoras fueron y colgaron una hamaca, me acostaron, dormí un rato, y me dieron un suero especial que hacen con limón, sal y azúcar. Esos son gestos que a uno lo sacuden: esa generosidad, amabilidad y ese arrojo, son muy tenaces.”
Y es que en su trabajo, la gente pone su vida al límite y en peligro todo el tiempo. Pero no porque sí, sino por el otro. Porque hacer fotografía documental y llegar a estos lugares y situaciones para retratarlos, implica a una serie de incomodidades y situaciones de riesgo por las que el fotógrafo debe pasar.
En 2010 Federico tuvo miedo.
Estaba con la Fuerza Aérea, la cual tenía un helicóptero destinado a hacer rescates, sobre todo de militares que perdían las piernas con minas antipersonal.
Él volaba con ellos frecuentemente a rescatarlos y un día sonó la alarma de rescate. Eran como las diez de la mañana, organizaron todo y el helicóptero no pudo despegar sino hasta las 4:30 de la tarde.
“Despegamos y le pregunto al técnico que para dónde vamos. Me mira con un poco de susto y me dice que vamos a un caserío mínimo del Chocó. Resulta que en ese caserío a un niño lo había picado una culebra venenosa y se estaba debatiendo entre la vida y la muerte.”
El caserío estaba a días de camino de cualquier pueblo o carretera. Y el conflicto estaba tan prendido en ese momento que los tripulantes del helicóptero estaban tan asustados que pensaron que en medio del rescate podían ser atacados y emboscados. La instrucción fue que nadie se iba a bajar. El piloto iba a poner al helicóptero a hacer un vuelo estacionario, muy cerca de la tierra, pero sin tocarla y solamente los dos técnicos se iban a bajar a recibir al muchacho y montarlo al helicóptero.
Así fue.
“El cielo se cerró y el helicóptero no paraba de volar. Fue difícil entrar. Montaron al muchacho a las 6:15 de la tarde. Y recuerdo las miradas en el helicóptero, porque claro, no puedes hablar porque primero, ocupas el canal de comunicaciones y segundo, porque no se oye nada. Todos estaban arriesgando su vida por este chico que había sido picado por la culebra.
Cuando el helicóptero empezó a bajar, salieron de una casa cuatro hombres y traían una cobija. Y en la mitad de la cobija estaba el niño acostado. “Tenía una cara de mucho de dolor, pero también de esperanza porque estábamos rescatándolo. Lo montamos al helicóptero y los médicos inmediatamente le pusieron suero y lo atendieron. Y el chico finalmente se mejoró.”
Historias como estas abundan en la vida de Ríos. Las puede narrar con detalle, mientras reflexiona sobre la pujanza de la gente y la responsabilidad que implica su trabajo. Pero siempre llega a la misma conclusión: él toma riesgos y vive su vida al límite por una sola razón: la gente. “Cuando uno descubre el arrojo que tienen los campesinos y la gente que realmente se ensucia las manos para construir el país, uno se da cuenta que tiene la responsabilidad de contar sus historias.”
Federico sabe que su trabajo no es fácil y que el terreno no siempre es agradecido. Puede pasar días detrás de una foto y no encontrarla, pueden pasarle balas encima de su cabeza mientras hace su trabajo, se puede enfermar fácilmente y atravesar los senderos más peligrosos. Pero tiene una cosa por segura: su incomodidad definitivamente vale la pena.
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