Pasé un fin de semana charlando con dealers de droga que conozco para saber qué opinión les merece la serie Narcos: México ―en Mitología del narcotraficante en México (1995), Luis Alejandro Astorga Almanza, señala que el uso del término, narcotraficante, tiene origen en los años 50 en Sinaloa; éste designa a todos los participantes en el campo del tráfico de drogas― de la empresa de entretenimiento, Netflix. La dinámica fue sencilla: ordené sus productos a mi domicilio, les ofrecí unas cervezas y mientras charlábamos en torno a su ilícita actividad nos dimos a la tarea de mirar los capítulos que, por nostalgia y cercanía, más entusiasmo les han provocado.
Lalo, 35 años
Crecí en la época en que Amado Carrillo, El Señor de los Cielos, era el narco más pesado de México. En ese entonces yo tenía diez años. Mi familia materna es de Mazatlán, Sinaloa, y siempre escuchaba sus anécdotas de algún narco ―apócope de narcotraficante, es decir, el que trafica con narcóticos, que a su vez viene de la raíz griega narcotikos: el que hace dormir o adormecer ― que no eran tan sangrientas como ahora; bueno, a un amigo de mis tío le cortaron los testículos por un baje de droga, pero esa es la única historia violenta que me sé de aquellos años. Desde entonces se me quedó metido el narcotráfico en la cabeza. De la serie me gusta la fotografía, los relatos, pero también el acento de [Rafael] Caro Quintero; me recuerda a mi abuela, a su acento a mar y olas, bien chinola ―muy sinaloense―.
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Hace unos años dejé la carrera de ciencias de la comunicación en la universidad y me puse a vender libros y discos usados. En esos días una amiga, novia de un tipo que se dedica a cuidar cargamentos en casas de seguridad, me ofreció un kilo de marihuana a un precio barato y lo troné ―vendí― en bolsitas de 100 pesos; le saqué el triple o más de ganancia. Ahora vendo dos kilos cada 20 días de la mota regular y unas 10 onzas de la morada de Tecate [Baja California]. No pienso que sea un narco, soy más un vendedor de AVON; me hablas por teléfono y te llevo tus “cremas”.
La versión Colombia de Narcos está chingona pero no tanto como la versión paisa ―mexicana― que acabo de ver porque cuando tiras chingadera ―vendes droga― tienes mucho tiempo libre y te pones a mirar series. Del Cochiloco me hubiera gustado ser amigo. En la serie se ve que era un hijo de puta. Mis tíos contaban que se la pasaba en los carnavales de Mazatlán. Pinche Cochiloco, ¡qué fiestotas se ponía! Recuerdo estar en casa de mi abuela y escuchar a un tío platicar que lo acababan de matar a balazos.
El Gordo, 29 años
Tiro güiri ―vendo cocaína― pero trato de ser sordero ―precavido―. Nací en Culiacán, Sinaloa. Desde adolescente viví en Los Ángeles, California, pero me salí porque tuve un problemita por una carga de metanfetamina que detuvo la policía por un error que cometí; y antes de tener problemas con mis jefes me vine a la frontera mexicana a vivir. Tengo diez años en esto [drogas]. Miró Netflix porque le gusta a mi esposa y sí, me llaman la atención las series de narcotraficantes; estamos de moda desde hace años.
En Narcos: México hay un capítulo en donde a Caro Quintero le queman un chingo de hectáreas de marihuana, eso me hace ruido, porque a mí los placas ―policías― me chingaron pero directamente con dinero. Iba manejando con mi esposa cuando nos detiene la policía estatal supuestamente por exceso de velocidad, pero esa agencia se dedica al narcotráfico. Me bajaron del auto, me pusieron junto a la cajuela y a mi esposa la subieron a una patrulla. Preguntaron en qué trabajaba y les contesté que en el field ―campos agrícolas de California―, así que procedieron a revisarme las manos. Un agente dijo: “No tienes callos ni cortes, las tienes suavecitas, eres dealer, cabrón”. Ya sabían a qué me dedicaba, se hacían pendejos para no evidenciar que me detenían porque alguien me había puesto el dedo ―delatado―; es en este ambiente siempre hay envidias.
Un agente agarró mi celular para revisarlo y en eso entra una llamada. Contestó como si fuera yo y el cliente dijo algo como: “Quiero 300 copias de hojas blancas”. Con eso ya no tuvieron dudas y comenzaron a revisar mi auto hasta encontrar una caja imantada llena de bolsitas de cocaína que siempre pego en el motor; hasta se sabían mi clavo ―escondite―. Cuando vi que me querían chingar en serio les dije que en mi domicilio tenía 15 mil pesos de mordida.
Fuimos y esculcaron todo. Encontraron el clavo grande de 60, el que no pensaba darles; se terminaron llevando 75 mil. “Quédate con la merca para que te alivianes con el dinero. Si vas a seguir vendiendo debes pagar una cuota de 15 mil pesos mensuales o te vamos a seguir deteniendo cada que te veamos”, me dijo el que parecía el jefe. A la semana me cambié de departamento y pinté de otro color el auto. Siento que me chingaron como a Caro Quintero o al menos pienso que tal vez él se sintió igual que yo. Desde entonces, cuando los fines de semana las calles se ponen calientes, mando a mi esposa a entregar o reparto con ella y con mi hijo de un año; un bebé siempre ayuda a que no se meta contigo la policía.
Gisela, 35 años
Cuando se anunció la serie de Narcos: México me emocioné. Vendó champis ―hongos alucinógenos― que mi novio siembra y marihuana medicinal que mi novio me trae los fines de semana de San Diego [California]. Solamente le vendo a amigos y muy rara vez salgo de casa, como en esta ocasión. Lo primero de la serie Narcos que vi fue la de Pablo Escobar, por morbo. No me gustó tanto, aunque me la aventé porque tenía curiosidad de saber cómo eran ese tipo de organizaciones en Colombia y cómo fue que llegaron a cometer actos de terrorismo. Tiempo atrás había leído, Los señores del narco, de Anabel Hernández, y creí que estaría chingón ver la serie e identificar a personajes como, El Mexicano.
La serie me da un poco nostalgia de los tiempos en que los hermanos Arellano Félix eran los dueños de Baja California, el Güero Palma era la onda y el Cochiloco un cabrón; ellos eran la nota en los periódicos; hasta puedo escuchar un narcocorrido de Los Tucanes de Tijuana de fondo. Me gustó la actuación de Diego Luna.
En un inició pensé que la serie parecería narco-novela de Telemundo, pero es mejor. Claro, no es Los Sopranos, pero me gusta, hasta me siento como personajes de la serie, pero no tan buena como Isabella, que, creo, se supone es La Reina del Pacífico. Ella nació en la ciudad de Mexicali, igual que yo.
Aarón, 28 años
Llegué de Cosalá, Sinaloa, a la frontera en la preparatoria; allá mis tíos sembraban marihuana. Yo vendo cocaína. Un tiempo trabajé de cajero en un 7-Eleven para sordearla ―no levantar sospechas― con los vecinos y que me vieran salir a trabajar y no nomás estar sin hacer nada; es sospechoso que tengas una familia, que no trabajes y tengas dinero. Un año estuve fingiendo pero me harté y me salí a la verga; ya nomás vendo perico; trabajaba de día y en las noches vendía y siempre estaba ojeroso.
La serie Narcos: México tiene una parte en donde están en la casa de un cubano [Sicilia Falcón] y hay una gran fiesta; unos se meten mucha cocaína y otros se bañan en jacuzzis y tienen orgías. Esa escena del cubano la recordé porque la semana pasada me sucedió algo parecido pero en versión chafa. A las seis de la mañana recibí una llamada. Me pedían dos milpas ―dos mil pesos de cocaína―. El cliente era un camarógrafo que todos los fines me habla de madrugada; tiene otros dealers pero soy el único que lo atiende a esa hora. Llegué a su casa y me dijo que pasara a la sala, estaba con tres mujeres y cuatro hombres; todos hasta el culo. Me dio una cerveza y otra y otra y de repente ya también le estaba jalando ―inhalando cocaína― a mi propia mercancía.
A las horas dos morras comenzaron a besarse y chuparse los senos. La tercer morra se me sentó a un lado y me dio un beso. Los hombres se salieron al patio y quedé solo con las tres. Una de ellas me quitó la camisa y me comenzó a morder los pezones. Otra de ellas me saco la verga y la comenzó a jalar. Los batos volvieron pero no nos pusieron atención. Terminé con las tres morras en un cuarto. Me cogí a una y las otros dos se cogieron entre ellas. Estaba a punto de eyacular cuando tocaron a la puerta porque querían mil pesos más. Netflix debería hacer una serie sobre los dealers y los adictos, nos pasan un chingo de cosas interesantes.
Filete, 33 años
Las historias del narcotráfico nunca nos han sido ajenas a las personas que vivimos en la frontera. Ya sea que tengas un familiar que cruzó drogas a Estados Unidos o simplemente en tu familia alguien es mañoso ―narcotraficante―, pero el narco está en la atmósfera, aunque parezca broma.
No soy muy fan de la serie Narcos pero de la versión México me gustaron algunos capítulos; no puedo hacer una crítica, simplemente me entretiene. Son historias que ya conocía por noticias, por personajes que ya había oído en los narcocorridos o porque en Baja California todos tenemos parientes de Sinaloa y Jalisco que platican de esos temas a la hora de la comida.
La primaria y secundaria la hice en Caléxico [California, frontera con la capital bajacaliforniana, Mexicali]. Cruzaba todas las mañanas y en la tardes hacía tarea en, Camarena Memorial Library. Ahora que vi la serie y al personaje de Kiki Camarena entendí todo; él nació en Mexicali, pero vivió en Caléxico. Yo vendo cocaína y marihuana. Frente a los narcos de la serie yo soy un payaso pero de alguna manera me parezco a ellos, o al menos yo me veo reflejado. Ya una vez estuve cuatro meses en la cárcel porque me encontraron 50 cajas de Rivotril, ―Clonazepam, medicamento controlado― en la cajuela de mi auto, que andaba vendiendo. Vendo droga para no tener que andar valiendo verga trabajando, eso me inspira de la serie Narcos.
Ulises, 29 años
Vendo cocaína, marihuana y LSD. En alguna película vi que fumaban marihuana y cuando en una fiesta me invitaron quise probar y después vender. Pero esa es inofensiva, las emociones fuertes llegaron cuando me empezó a gustar la música electrónica, lo que me llevó a usar drogas psicodélicas como LSD y luego, también, a vender.
Opino que la serie Narcos: México es interesante porque le pone cara a muchos personajes de los que uno nomás escucha anécdotas a lo largo de su vida. Un hermano tenía CDs del TRI. Una canción que se llama, Sara, me gustaba. La escuché muchas veces y hasta ahora entiendo porque en la canción se habla de Caro Quintero. Ahora también sé quién es Don Neto y Miguel Ángel Félix Gallardo; sé que el narcocorrido de Los Tigres del Norte, El jefe de jefes, es de él.
Un tiempo usé LSD y gastaba alrededor de mil pesos semanales, pero comencé a quedarme loco, como Caro Quintero cuando en un capítulo quiere dejar la cocaína. Las cabeza se me había jodido, comencé a tener flashbacks y cuadros de alucinación; hasta cuando no tomaba [LSD] veía demonios, monstruos; aparte, con los ácidos piensas en algo malo y se desglosa un mar de cosas pésimas que cobran vida y se ponen en tu contra. Tuve que desintoxicarme en un anexo y al salir comencé a vender. Un ex compañero de la preparatoria que se fue a vivir a Caléxico me vende LSD. Lo conecto por internet y nos vemos a través del cerco de la frontera; por ahí me pasa las planillas en cajas de DVD. El LSD de México, al menos a mí, me causaba dolores en la espina dorsal y huesos, y éste que vendo no, aparte, actúa más rápido en el organismo. Ahora el tráfico de drogas va de México a Estados Unidos y al revés; hasta la mota que vendo es gringa, pero el perico, ese siempre viene de Sinaloa.