Artículo publicado por VICE México.
James Joyce es uno de los autores más celebrados de la historia de la literatura. Con obras como Ulises, Retrato del artista adolescente y Dubliners, siendo ésta última probablemente su más afamada, abrió un paradigma único en la historia de la literatura a través de lo que después se llamaría su “flujo de conciencia” como método y manera de acceso al pensamiento y desarrollo del mismo de los personajes. Creando, por tanto, un universo dentro de ellos que se convertía igual de importante que los sucesos que les acontecían.
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La inconmensurable grandeza de los escritos de Joyce en una mano. Y, en otra, las alucinantes cartas íntimas que le escribió a Nora Barnacle, su esposa hasta la muerte y el amor de su vida desde los 22 años. Si bien se puede dilucidar la pluma de un escritor titánico, al mismo tiempo, se nota con muchos colores que detrás de cualquier genio habita un hombre, común y corriente, que no puede esperar la hora para volver a coger con locura y desenfreno con su amada esposa, en especial para poder “oler sus pedos”.
Joyce conoció a Nora Barnacle en 1904 caminando por las calles de Dublín. Poco después concretaron una cita en la que Joyce se quedó esperando a la mujer, quien nunca llegó al punto acordado. Lejos de ser un tipo orgulloso, resentido o inseguro, Joyce decidió escribirle una carta para concretar una nueva cita, a la que finalmente Barnacle respondió positivamente, para verse un profético 16 de Junio de 1904, fecha donde además, el escritor dató el comienzo de su novela Ulises. La cita fue bien y hasta terminó en una buena chaqueta, como Joyce lo escribiría después en una carta datada del 3 de Diciembre de 1909:
“Eras tu misma, tu loca y desvergonzada niña que guió el camino desde el principio. No fui yo quien te tocó primero hace mucho tiempo en Ringsend. Fuiste tú quien escurrió su mano dentro de mis pantalones y jaló mi camisa suavemente a un lado y tocó mi pito con tus largos cosquilludos dedos, y gradualmente lo agarró todo, gordo y duro como estaba, dentro de tu mano y me rosaste lentamente hasta que me vine en tus dedos, todo el tiempo arqueada hacia mí y observándome con tus silenciosos e inmaculados ojos”.
El resto es historia. Si bien la pareja no se casó hasta 1931, Joyce describiría después aquél día como en el que Nora lo “hizo un hombre”. Las cartas entre los dos, afortunadamente, muestran que hasta el más titánico genio era presa de la calentura, celos inocentes y los clásicos cuestionarios de una pareja joven:
“8 de Diciembre 1909:
Mi querida puta Nora,
Hice como me dijiste, pequeña sucia niña, y me la jalé dos veces cuando leí tu carta. Estoy encantado de escuchar que sí te gusta que te cojan por el culo. Sí, ahora puedo recordar esa noche cuando te cogí durante muchísimo tiempo por detrás. Fue la cogida más sucia que jamás te he dado, querida. Mi pito estuvo atorado dentro de ti por horas, dentro y fuera de tu cola parada. Sentí tus gordas, sudorosas nalgas bajo mi panza y vi tu cara sonrojada y ojos locos. Con cada cogida que te di, tu lengua desvergonzada salía explotando de tus labios y si te daba una más grande y fuerte cogida que lo usual, gordos y sucios pedos salían de tu detrás. Tenías un culo lleno de pedos esa noche, querida, y te los saqué a cogidas, grandes gordos amigos, largos y ventosos, rápidos explosivos y muchos cortos traviesos terminando en un gran suspiro de tu hoyo. Es maravilloso cogerse a una mujer pedorra cuando cada cogida le saca uno. Creo que podría reconocer un pedo de Nora en cualquier lugar. Creo que podría escogerlo de todo un salón lleno de mujeres pedorreándose. Es un sonido algo femenino y no como el mojado ventoso pedo que imagino que tienen las esposas gordas. Es repentino y seco y sucio como lo que una niña atrevida dejaría salir en un dormitorio escolar en la noche. Espero que Nora también no se restrinja con sus pedos en mi cara para que pueda reconocer su olor, también. (…)
En algún momento yo también te sorprenderé cuando duermes, levantaré tus faldas y abriré tus calientes compuertas gentilmente, entonces me acostaré gentilmente y empezar a lamer flojamente alrededor de tus pelos. Empezarás a moverte asustada y entonces lameré los labios del coño de mi querida. Tu comenzarás a gemir y suspirar y pedorrearte con lujuria en tus sueños. Entonces lameré más rápido y más rápido como un perro rabioso hasta que tu coño sea una masa de fluidos y tu cuerpo se mueva violentamente.
Buenas noches, mi dulce pedorra Nota, ¡mi pequeña cogelona! Ahí hay una palabra hermosa, querida, la has subrayado para que me la jale mejor. Escríbeme más sobre eso y sobre ti, dulcemente, más sucio, más sucio.
JIM”.
“16 de Diciembre de 1909:
Mi dulce niña,
¡Por fin me escribes! Debes haberle dado a ese pequeño y travieso coño tuyo una sobada feroz para escribirme una carta tan inconexa. En cuanto a mí, querida, estoy tan emocionado que tendrías que lamerme durante una buena hora antes de que pudiera tener una erección lo suficientemente rígida como para ponerla dentro de ti, para no decir nada sobre penetrarte. Me he masturbado tanto y tan a menudo que tengo miedo de mirar para ver cómo esa cosa que tenía, después de todo lo que me he hecho a mí mismo. Querida, por favor, no me jodas mucho cuando regrese. Cógeme todo lo que puedas por la primera noche, pero cúrame. Todas las cogidas deberán ser hechas por ti, querida, ya que está tan suave y pequeña ahora que ninguna chica en Europa, excepto tú, perdería el tiempo intentando hacer el trabajo. Cógeme, cariño, de tantas maneras como sugiera tu lujuria. Fóllame vestida con el traje completo de exteriores, con su sombrero y velo, tu cara enrojecida por el frío y el viento y la lluvia y tus botas embarradas, ya sea a través de mis piernas cuando estoy sentado en una silla y me cabalgas arriba y abajo con los escalofríos de tus cajones mostrándose y mi pene metiéndose duro en tu coño o montándome sobre el respaldo del sofá. Cógeme desnundo con tu gorro y medias tiradas en el piso con una flor carmesí en hoyo trasero, cabalgándome como un hombre con tus piernas entre las mías y tu trasero muy gordo. Fóllame en tu bata (espero que tengas esa linda) con nada debajo, abriéndola súbitamente y mostrándome tu panza y piernas y espalda y jalándome sobre ti en la mesa de la cocina. Cógeme hacia tu culo, acostada con tu cara hacia la cama, tu pelo volando libre desnudo pero con tu hermoso olor de cajones rosas abiertos sinvergüenza detrás y deslizándote un poco sobre tu curioso detrás. Cógeme si puedes de cuclillas en el clóset, con tu ropa arriba, gruñendo como una cerda joven haciendo su estiércol, y una cosa grande, sucia, gorda y sucia que sale lentamente de tu trasero. Fóllame en las escaleras en la oscuridad, como una enfermera cogiéndose a su soldado, desabotonando sus pantalones suavemente y deslizando su mano en su bragueta y jugueteando con su camisa, sintiendo que se moja y luego tirando suavemente de ella y jugando con sus dos bolas explotando para al final sacar decididamente el juguete que ama juguetear y tocándolo para él tan suavemente, murmurando en su oído sucias palabras y sucias historias que otras chicas le contaron e historias sucias dijo, mientras durante todo este tiempo mojándose sus cajones con placer y dejando salir pequeños pedos detrás hasta que su propia cosa chiquilla de niña esté tan rígida como la de él y de pronto metiéndosela dentro de ella y lo monta”.
No hay nada más que decir, esta pareja es una maldita leyenda.
Si quieres leer las cartas completas de James Joyce puedes encontrarlas en este libro.
Sergio no quiere oler los pedos de Nora en Instagram.