La impresora de Rufián: todo por la broma

La broma. Joder, es que hay que hacerlo todo por la broma. Da igual si te haces daño o si ganas un par de enemigos de camino, hay que hacerlo todo por la broma, por las risas. Esto lo sabe bien Gabriel Rufián, diputado en el Congreso representando a Esquerra Republicana de Catalunya, maestro del cachondeo y conocedor absoluto de todos los intríngulis que se mueven detrás del telón.

Porque una broma no es solo eso, una broma. Un chiste es una obra de ingeniería, es el jodido iceberg de Hemingway. Lo que se ve al final —la broma— es una pequeña parte de una preciosa construcción, un gran truco de magia en el que, fuera de campo, se ha colocado cada pieza en su sitio correcto para que todo salga tal y como se ha planeado.

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Lo más bello de esto es imaginarse a un Rufián articulando esta broma en absoluta soledad, como el niño que, entre sutiles muecas de risa, va echando, mientras no le ven, un poco de sal en el agua de su padre. Lo hace para gastarle una bromita. Es esa sonrisilla picarona del que se sabe triunfador. Da igual el castigo posterior, da igual si luego el padre te deja sin postre, lo más importante es, evidentemente, la broma.

Ahora imaginémonos los momentos previos a esta “broma de la impresora” —un guiño a la vigilancia por parte de la Guardia Civil de ciertas naves en las que se podrían estar imprimiendo las papeletas para el referéndum de Cataluña—, esa danza exquisita y preciosa que Rufián ejecutó con armoniosa maestría.

Rufián ya llevaba varios días dándole vueltas a esto de la imprenta y la Guardia Civil. Habían salido varios memes en Twitter y no quería perder el viaje, el viaje de la risa. Finalmente dio con una buena idea: llevar una impresora Samsung al Congreso y bromear con el asunto de la incesante y vergonzosa búsqueda del Estado de dispositivos impresores de papeletas. De puta madre, ahora solo le faltaba construir la broma desde los cimientos, la parte más complicada.

Tenemos a Rufián en casa, pensando qué coño hacer. El tipo mete un pollo con patatas del BonÁrea en el microondas y luego se va a su despacho y desconecta la impresora del ordenador. Enrolla el cable USB y el adaptador y los deja encima de la mesa. El tipo gira la cabeza, mira el gotelé de la pared y piensa “esto va a ser la hostia” mientras da unas palmaditas sobre el lomo de la impresora Samsung.

Luego coge la impresora y la lleva al comedor. No pesa mucha, es factible llevarla al Congreso. Luego se dirige a la cocina y pilla una bolsa de plástico del Caprabo. Mete la impresora dentro. Hay que transportarla de alguna forma, al menos taparla para que la broma surja efecto. Este es uno de los grandes trucos de los bromistas, la sorpresa. “Sin sorpresa no hay risas”, piensa. Lo piensa mejor y descarta la bolsa de plástico, sería mejor una bolsa de piel, algo más digno. Al fin y al cabo es un diputado, no uno de esos tipos que va por la calle con bolsas de plástico en las que “guardan sus cosas” y arrancan carteles de “Busco piso en esta zona, pago al contado” de las paredes y buscan colillas en las paradas del bus.

La impresora de Rufián.

Ahí está Rufián, perdiendo tiempo en casa buscando una bolsa digna en su armario, una bolsa donde meter esta puñetera impresora para hacer una broma. El tipo tiene que levantarse a las siete de la mañana y ya son las putas doce de la noche. Pero vale la pena. Como si tiene que dormir solamente cinco horas. Ya sabéis, todo por la broma. Este es su mantra.

A estas alturas el pollo del BonÁrea se ha vuelto a enfriar dentro del microondas. Rufián ni lo recuerda.

El reloj marca las dos de la madrugada. Rufián ha descartado una bolsa de deporte y una cartera de piel. En la cartera la impresora no entra y dentro de la bolsa de deporte había una toalla mojada y está apestando y no puede presentarse apestando al jodido Congreso, eso está claro. Vuelve a mirar la bolsa del Caprabo tirada en el suelo de la cocina, olvidada, muerta. Se plantea volver a cogerla y meter la impresora dentro pero al final desiste. Llevará la impresora sin bolsa, a la vista. “Está bien crear expectativas”, se dice. “La peña se preguntará qué hago con una impresora debajo el brazo, eso está bien, tiene un punto de suspense y el suspense es básico, como decía Hitchcock. No sé si lo decía pero creo que le llamaban ‘el maestro del suspense’, ¿no? Joder Rufi, cálmate, que ya llevas demasiado rato hablando solo”.

Se tumba en la cama y, antes de cerrar los ojos, coge su móvil, accede a ese grupo de WhatsApp llamado “La Peñusa” y escribe: “Peñusa, mañana estad atentos al directo del Congreso: RISAS. No digo más”. Deja el móvil en la mesita de noche y se duerme cubierto de una fina capa de felicidad y victoria.

§

Suena el despertador. Rufián le tiene muchas ganas al miércoles. Mira el teléfono y su mensaje críptico de anoche ha generado los resultados esperados: “¿Qué harás cabróóóóón?”; “Puto jefe”; “Sincronicemos relojes, Peñusa”; “Mañana el Rufi se marca un trending“. Cosas así.

El pollo sigue en el microondas. Rufián lo ignora, está demasiado excitado.

Esos segundos en los que Rufián está en el ascensor, mirándose en el espejo con una impresora blanca debajo el brazo, son impagables. Son 45 segundos de extrañeza, el tío ya lo ve: hoy será la hostia.

Rufián llega al aparcamiento, deja la impresora en el asiento del copiloto y sale hacia el Congreso. No puede evitar descojonarse solo mientras conduce. Parece un loco, un Malkavian desatado orgulloso de su plan.

Al llegar al Congreso tiene que pasar todas sus mierdas por el control de seguridad. La broma ha llegado tan lejos que ahora tiene que pasar ese trasto por el escáner. El vigilante le pregunta “¿Qué es esto?” y Rufián contesta impecable “Una impresora”. El aparato no supone un peligro así que le dejan pasar, “Quizás el diputado tiene que imprimir unas cosas de última hora”, piensa el vigilante, “un documento catalán o algo” se autoconvence.

Ha llegado el momento. Rufián entra en el hemiciclo a toda prisa, no quiere llamar la atención. “Venga, venga, venga” piensa. Llega a su escaño y guarda la impresora. “DE PUTA MADRE”. Lo ha hecho, esta broma es real. “Va a pasar, esta broma va a pasar”. La primera hora se hace tediosa, Rufián está ansioso por destapar la sorpresa.

Cuando la presidenta del Congreso dice eso de “señor Rufián [tiene la palabra]”, la suerte ya está echada. Ha llegado el momento que ha estado edificando durante las últimas 24 horas. El truco final. Rufián se alza, espeta su discurso y mientras descubre la impresora y el Congreso estalla en risas una gloriosa corriente eléctrica recorre su columna vertebral. Algunos lo llaman felicidad, otros orgullo o pasión; Rufián, simplemente, lo llama “la victoria del cachondeo”.

Mientras sigue con el discurso nota como su teléfono móvil no para de vibrar, acumulando notificaciones sin parar. Son mensajes de “La Peñusa”. Son menciones en Twitter. Lo han visto. España lo ha visto. Ha triunfado. Ha valido la pena. Todo por las risas.