Una ola de cambio social sacude a Latinoamérica, y el humor no se queda atrás. En los últimos años, más mujeres comediantes han ganado espacio en grandes escenarios y teatros locales, con una propuesta alternativa a la comedia que se conocía, sesgada por género y estereotipada. Humoristas como Natalia Valdebenito, desde el sur, y Cynthia Híjar, por el norte, están transformando el panorama y haciendo de la risa una herramienta de sanación, encuentro y denuncia.
La verdad y el dolor son la materia prima de la comedia, pero demasiadas veces se ha hecho humor a costa del otro. Se ha amasado la realidad ajena con innumerables prejuicios para hacer chistes que minimizan las vivencias de las minorías. Los chistes racistas, misóginos y clasistas se han celebrado durante años en la región, y cuando alguien no ríe se le tacha de aguafiestas. Pero no se trata de eso, no es el acto de reírse lo que está mal. Es el chiste. Otra risa es posible.
Videos by VICE
Ese es el lema del show StandUperras, creado por Híjar en la Ciudad de México. Cinco comediantes mexicanas —Tamara de Anda, La Mala Marquina, Sara Silva, Corina del Carmen y ella— se reúnen para carcajearse de sus propias experiencias: relaciones, gordobofobia, sexualidad, consumo de marihuana; se ríen de sí mismas, hacen del dolor propio y de sus partes más vulnerables un chiste, y el público responde porque siente empatía. Al final, lo más importante para ellas es dejar bien claro en el escenario que no odian a otras mujeres.
StandUperras es una propuesta fresca en un espacio que tradicionalmente ha sido dominado por hombres que construyen su humor a partir de prejuicios sobre la mujer. Detrás de esa comedia alrededor de los estereotípicos hábitos de compra o emocionalidad exacerbada adjudicados a la mujer solo se esconde una misoginia palpitante, así que ¿por qué no experimentar un humor que vaya más allá del chiste predecible, violento y bobalicón?
Los proyectos humorísticos de Híjar tienen todos esa marca: la risa que provocan no depende las características esenciales de otro. Por ejemplo, está su personaje Nacho Progre. Nacho tiene 33 años, estudió Ciencias Políticas, es artista y obtuvo una beca para maestría en Estudios de Género del Consejo Nacional de Ciencias y Tecnología. Cobró vida a través de un perfil de Facebook que creó Híjar para caricaturizar a un chico con el que había salido. Ahí se volvió una celebridad, pues era fiel reflejo de los exnovios de miles de mujeres: el típico feministo sensible. Un día Híjar publicó en el perfil de Nacho que podrían ponerle cara y volverlo una viñeta, y la ilustradora Carmina Warden respondió con un dibujo. A Híjar le pareció que era un buen retrato. Entonces, ambas decidieron hacer un cómic en el que Nacho es protagonista, y así incursionaron simultáneamente en dos áreas dominadas por hombres: la comedia y el cómic.
Nacho no es un chiste porque sea moreno, pobre, gordo, flaco o migrante. Para Híjar, reírse de alguien por su piel o clase social no es gracioso ni subversivo, es “lo más pinche cómodo para el sistema”. El pecado de Nacho Progre es ser un machito sensible, una elección de carácter que, llevada al humor, pone en evidencia la adaptación más reciente de la misoginia: los hombres que se creen súper conscientes y críticos de los nuevos movimientos, reales iluminados; tan así que hasta les explican el feminismo a algunas mujeres, son autores de la etiqueta #NoTodosLosHombres y piden a coro que se les declare su día internacional. Igualdad, querían.
Nacho Progre es la figura del machito que se aferra a su lugar de privilegio, escondido con una tibia bandera de aliado. Pide igualdad pero no está dispuesto a perder sus privilegios, a bajarse del pedestal y encontrarse con el resto de las minorías, e Híjar y Warden tocan aquel lugar para evidenciarlo y dar vuelta a una dinámica común en la comedia: la apología del humorista.
Usualmente al inicio de una rutina el humorista se burla de sí mismo mismo y así consigue un pase para echar abajo a los demás, un permiso para reírse de las minorías de forma impune; se cree libre de hacer chistes misóginos, racistas y clasistas. Estando arriba del escenario, debe ejercer un juego de estatus para ponerse al nivel del público. Pero el problema es que después de haberse rebajado, el comediante vuelve a subir tras los aplausos, ya no tan carente como quedó su público, y se va, y la gente queda ahí, quizá más abajo que antes. “Lo que no se ha entendido de estos cambios es que puedes tirar para arriba”, dice Híjar. En lugar de hundirse en narrativas empequeñecedoras, Híjar hace que el público se refleje en sus chistes, creando un espacio para compartir la vulnerabilidad.
Así también lo hace Natalia Valdebenito, comediante chilena que ha arrasado desde que hace tres años conquistó el escenario del Festival de Viña del Mar. “Si muero aquí, que sea por feminista y canalla”, pensó antes de subir aquella vez. El certamen, celebrado anualmente durante el verano de la costa chilena, se considera el más grande de Latinoamérica, por lo que la afirmación no era poca cosa. Tanto haber llegado allí como la ovación del público cuando se anunció feminista habla de un cambio en la región. Con sorpresa, recibió aplausos donde esperó silencio o pifias.
No es que no se haya hablado antes de feminismo en Chile, o que no hubiese una alta presencia del movimiento en el país, pero en un escenario que se caracteriza por su tono farandulero y tradicional, la comediante no esperó que su rutina fuese tan bien recibida. La gente ya se carcajeaba con su franqueza para hablar de sexualidad y el bótox que no disculpan los presentadores de TV, cuando el aire se tornó político para dejar claro de lo que trata el movimiento feminista: “que nos dejen de pegar, que nos dejen de agredir… que nos dejen de matar y que nos dejen de violar, que no está bien visto. A nosotras nos enseñaron a ser señoritas, pero a ustedes no les enseñaron a no violar, es una hueá muy rara. Espero que les haga sentido”.
Si la risa es verdad y dolor, Valdebenito expone todo. Ha conectado porque habla de cosas humanas —relaciones, sexualidad, las amigas, las expectativas de la publicidad de los yogures Activia y el tránsito lento—, así como denuncia. En una rutina sobre elegir no ser madre mete un chiste sobre tíos violadores y sacerdotes pederastas, pero su remate no está en el afectado. Visibiliza a quien lo vive cuando lo enuncia; y a quien denuncia, lo tira lo más abajo del podio. El escenario es su trinchera, un espacio donde el juego de estatus tira para arriba a quien la sociedad ha dejado abajo. Es un acto de empatía, de ponerse del lado del oprimido y no del opresor.
La real incorrección requiere agudeza para señalar la opresión política. En su especial de Netflix, Valdebenito baila al son de una canción de circo tarareada como las puestas en escena de los matinales mientras habla sobre el proyecto de ley de aborto en tres causales, hasta entonces ilegal en Chile. Si le parece ridículo al público, es porque es así: que una senadora diga que todos los fetos van a morir, unos a los 10, otros a los 80 años, hace a Valdebenito pensar “¿Quiénes serán esos fetos de 80 años? ¡Nuestros parlamentarios!”. A tomar eso y hacerlo carne.
Lo que ambas comediantes persiguen es un humor que dé qué pensar. Que mientras se ríe, se hable de cosas incómodas y expositivas, que el escenario se convierta en una plataforma de júbilo y crítica. Su presencia ya es contestataria: Valdebenito salió de “El Club de la Comedia”, programa que combina sketches y stand-ups, porque fue víctima de acoso laboral y fue secundada a las piezas de sus colegas, y saltó entre otros programas hasta construir su propio proyecto. Híjar se cuestiona continuamente el coste de entrar en el circuito mainstream de la comedia, donde se normaliza la misoginia, y por ello continúa presentándose de forma autogestiva y colaborativa.
La exposición propia, los enredos cotidianos, la identificación y una protesta de las violencias vividas que jamás desanima son las claves de la comedia de Híjar y Valdebenito. Muestra una cara que aborda temas que generan tensión entre la audiencia, como la legalización del aborto, la desigualdad y racismo, y otra que libera el aire contenido en una carcajada. El feminismo ríe y la audiencia también, así como no olvida a la salida que escuchó algo más que risas.