Libertad, movilidad y bienestar: el futuro del trabajo soñado de los más jóvenes es digital

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Son las cinco y media de la mañana y José se levanta de la cama, se enjuaga la cara, prepara el desayuno para su hijo de un año y su esposa. Media hora después sale de su casa, toma su bicicleta y pedalea durante más de una hora hasta llegar al centro de Bogotá para comenzar a trabajar. En las próximas 12 horas José recorrerá cientos de calles de la capital colombiana para entregar alimentos a través de una aplicación de entrega a domicilio. Pasadas las 8 de la noche pedaleará de regreso a casa. Después de 15 horas arriba de su bicicleta habrá ganado poco más de cuatro dólares, apenas la mitad del salario mínimo en Colombia. Esta rutina la ha repetido de lunes a domingo durante los últimos cuatro años.

José Barreto tiene 24 años y con lo que gana apenas le alcanza para pagar los 105 dólares mensuales que le cobran de alquiler por la pequeña habitación en la que vive. Pagar 50 dólares por un seguro médico cada mes es impensable, un lujo que ni siquiera ahora que el mundo enfrenta una pandemia se podría dar.

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“Es mentira que yo sea mi propio jefe. ¿Cómo voy a serlo si me veo obligado a aceptar todos los pedidos que llegan a la aplicación durante casi todo el día?”, responde mientras se cubre de la lluvia.

De acuerdo con el estudio “La larga sombra de la informalidad: Desafíos y políticas”, publicado en 2021 por el Banco Mundial, en los países emergentes la informalidad representa más del 70 % del empleo total y casi un tercio del producto interno bruto (PIB).

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Aunque no existen cifras claras de cuántos trabajadores hay en todas las plataformas de delivery en toda la región, debido a la naturaleza dinámica de la fuerza laboral de esas empresas, el caso de José, como el de los más de 350 mil jóvenes latinoamericanos que trabajan en la misma plataforma digital, expone lo volátil que puede ser este tipo de trabajo informal. Si bien, cuando empezó a repartir comida a través de una app el negocio era próspero y ganaba bien, en poco tiempo la demanda de empleo creció, y fueron cada vez más las y los jóvenes que se convirtieron en repartidores. Las ganancias disminuyeron.

Ahora José sueña con trabajar en una gran compañía donde pueda desarrollar sus conocimientos como ingeniero mecánico, en la que tenga un salario justo y un seguro médico que lo cubra en caso de cualquier accidente laboral o si se contagia de COVID-19.

Para la Generación Z el problema no son los empleos digitales —aquellos que han sido categorizados por la Fundación Rockefeller como trabajos creados, a través de las tecnologías de la información y la comunicación, para un proceso nuevo o existente— como las plataformas de delivery, las ventas online, el trabajo remoto o la gestión de redes sociales, sino que buena parte de esos empleos no cuenta con salarios justos ni seguridad social, mucho menos acceso a créditos y ni hablar del goce de una pensión digna en el futuro.

Sin embargo, hay que precisar que no todos los trabajos digitales son informales, muchos sí cuentan con los beneficios de un trabajo formal. Según el Banco Mundial, las plataformas electrónicas también pueden ayudar a crear empleos incluso para los no calificados y, al proporcionar información sobre las horas de trabajo y los ingresos, podrían respaldar la formalización del empleo. Además, asegura, que estas ofrecen oportunidades antes impensables a profesionales, proveedores de servicios y a trabajadores independientes, lo que ha generado posibilidades de ofrecer productos y servicios en el mercado internacional.

Estos empleos registrados también facilitan el acceso a los programas de protección social a los trabajadores del sector formal, especialmente en el contexto de crisis sanitaria y recesión económica generado por la pandemia de COVID-19.

¿Pero cómo aprovechar los beneficios de un empleo digital si, en Latinoamérica, muchos de ellos no ofrecen estabilidad laboral? Ante este panorama han surgido proyectos que buscan hacerle frente a estos desafíos.

Empleos de calidad para jóvenes

Mario Mora vive en Santiago de Chile, es fundador y CEO de FirstJob, una startup que desde hace nueve años conecta a jóvenes latinoamericanos con empresas de clase mundial para que tengan empleos de calidad, seguros, estables, bien pagados y con las prestaciones que las leyes exigen.

“Los conectamos con empresas serias que paguen más que el promedio, empleos donde nosotros mismos quisiéramos trabajar”, explica Mario y comenta que la startup tiene medio millón de usuarios en todo Latinoamérica, con cerca de 20 mil casos de éxito y que para fin de año planean tener a 1,500 empresas en su plataforma.

Si las empresas ofrecen un sueldo bajo, no pueden buscar empleados en FirstJob. O si buscan un perfil donde se cumplan dos cargos distintos, por ejemplo, diseñador y programador, la startup les explica que son dos funciones diferentes y que no pueden pagar un solo sueldo.

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Pero así como el empleo está cambiando, las opciones para buscarlo también, especialmente en medio de una pandemia que ha dejado sin trabajo a uno de cada seis jóvenes en el mundo, según cifras de la Organización Internacional del Trabajo. En América Latina los más jóvenes, a diferencia de sus padres, ya no toman en cuenta el salario como la opción principal para buscar empleo.

De acuerdo con Employers For Youth, un estudio cuantitativo que busca reconocer a las mejores empresas para jóvenes profesionales, el aprendizaje y desarrollo que puede ofrecer una empresa es el principal atractivo para aquellos que inician en el mundo laboral en países como Argentina, Chile, Colombia, Ecuador, Perú y México. Luego le sigue la estabilidad laboral, los beneficios y el ambiente de trabajo. Solo el 4% respondió que el sueldo es su primera opción para elegir un trabajo.

El aprendizaje y el desarrollo es lo que motiva a Sergio Ramírez, un argentino de 23 años residente de Buenos Aires, a no dejar de ofrecer sus servicios como diseñador y creador de páginas web freelance a distintos clientes. Solo uno de ellos está en Argentina, los demás son de México, Estados Unidos y otros países. Los consigue a través de plataformas como freelancer.com, Workana y Facebook, y gana en promedio 500 dólares mensuales, eso le ha permitido pagar un seguro médico privado para él, su bebé de tres años y su esposa.

Aun así afirma: “Eso de ser tu propio jefe es una mentira, es un mito. Yo pasé de tener un jefe a tener seis. A veces todos me hablan al mismo tiempo porque debo resolver varios problemas al mismo tiempo. Por otro lado, es complicado gestionar mi tiempo porque a diferencia de una empresa donde uno cumple un horario, acá trabajo hasta 12 o más horas al día. Sin embargo, lo que más me gusta es la posibilidad de ser creativo y contribuir a proyectos buenos e innovadores para mejorar su parte digital.

— ¿Dejarías se ser freelance para estar en un empleo formal, con prestaciones y salario fijo?

— He rechazado varias veces algunas propuestas, la última este mes. La razón es que en esos trabajos me siento estancado, yo prefiero crecer a mi ritmo, acá puedo hacer varias cosas. Mi plan a mediano plazo es poner mi empresa en regla y emplear a más personas.

El trabajo soñado para Sergio es ser project manager de una empresa digital donde los emprendedores puedan desarrollar todos sus conocimientos, en la que tenga horarios flexibles para disfrutar a su familia, con un sueldo que le permita tener tranquilidad y con las prestaciones que otorga la ley. Prefiere ser un líder más que un jefe.

Ambiente laboral

A diferencia de Sergio que decidió autoemplearse digitalmente para desarrollar de mejor forma sus capacidades, Ángel Hernández, una chica de 20 años habitante de la Ciudad de México, decidió dejar su trabajo como costurera, no por el bajo salario o la falta de prestaciones, sino por el acoso laboral que sufría por parte de su patrón.

Hace algunos meses decidió abrir cuentas en Facebook y otra en Instagram para vender sus productos de maquillaje y ropa. El mundo digital fue su escape y su refugio. Casi a diario entrega su mercancía en alguna de las estaciones del metro de la capital mexicana acompañada de sus compañeras, mismas que se identifican con el movimiento feminista. Gana en promedio poco más de 200 dólares mensuales.

“Me considero una emprendedora y lo que me gusta de este trabajo es que no tengo quien me mande, nadie me acosa, no hago rico a nadie más con mi esfuerzo y el dinero que gano es todo para mí. Lamentablemente no tengo un salario fijo, ni seguridad social”, dice Ángel.

Aunque no ha pensado a fondo en el trabajo de sus sueños asegura que, si le ofrecieran un trabajo formal con un buen ambiente laboral y un buen sueldo, dejaría su emprendimiento. “Pero si vuelvo a recibir malos tratos en algún trabajo no temería renunciar y volver a vender ropa”.

Mario Mora, de FirstJob, asegura que generalmente la tasa de desempleo juvenil duplica la tasa de desempleo normal. “Pero las empresas no buscan personas recién egresadas de la universidad, sino personas con experiencia y nosotros buscamos ayudar a esos jóvenes que apenas están empezando”.

Es por ello que en FirstJob el equipo está convencido de que el primer trabajo que se tiene es el que ayuda a dar el salto para los siguientes empleos, y que los primeros trabajos tienen que estar relacionados con lo que se está estudiando. “Buscamos entender cuáles son las preferencias de los jóvenes para poder desplegar ofertas de empleo. Somos parte de una generación que ha demostrado que se puede trabajar desde su casa”.

El sueño de emprender

Una de esas personas es Ivana Torres, una peruana de 24 años que vive en Lima. Trabaja desde casa como community manager en una agencia de e-commerce. Gana poco más de 300 dólares al mes. Y aunque es común que no tenga tiempo para sentarse a comer debidamente y lo haga constantemente frente a la computadora, ama su trabajo remoto porque le permite pasar más tiempo con su mamá y con su mascota.

Su empresa le brinda seguridad social, fondo de ahorro y ahorro para el retiro. Le gusta mucho su empleo, no solo por las prestaciones sino porque está relacionado con lo que estudió: marketing digital. Sin embargo, es probable que lo deje en los próximos meses. “Mi plan es renunciar en octubre para dedicarme al cien por ciento a mi emprendimiento. Se trata de un negocio de repostería. Me di cuenta durante la pandemia que me agrada mucho cocinar postres y con mis conocimientos en marketing puedo expandir mi negocio”.

— ¿No te da miedo dejar tu empleo formal por algo que no sabes si funcione?

— Sí, me da un poco de inseguridad, por eso quiero tener suficientes ahorros, por si me va mal poder sustentar mis gastos.

— ¿Cómo imaginas tu trabajo ideal?

— En el área de social media, con un horario de 9am a 5pm de lunes a viernes. Me gustaría trabajar desde casa, quizá ir una vez a la oficina y recibir prestaciones como seguro social, gratificación, vacaciones, compensación por tiempo de servicio, fondo de pensión y un sueldo mensual de 630 dólares.

Ivana es el ejemplo de aquellos jóvenes que cualquier persona de otra generación podría decirles que lo tienen todo: sueldo fijo, prestaciones, trabajo desde casa, pero la Generación Z ha roto con el trabajo soñado que les inculcaron sus padres, ya no basta con estabilidad laboral y salarios, buscan crecimiento personal, innovación y mayor libertad para acceder a una mejor calidad de vida, y el mundo digital —al que el 82% de los latinoamericanos accedieron a través de redes sociales en 2020, de acuerdo con Comscore— les está abriendo esas posibilidades.

La tecnología está cambiando no solo la manera en que las personas trabajan, sino también las condiciones laborales, lo que genera una mayor cantidad de empleos no tradicionales y trabajos esporádicos. Esto hace que algunos trabajos sean más accesibles y flexibles, pero plantea inquietudes relacionadas con la inestabilidad de los ingresos y la falta de protección social.

Lo anterior sumado a que la productividad en la región es 25% más baja que en Estados Unidos en el sector servicios. Por ello el Banco Mundial recomienda enfrentar el desafío digital, comenzando por abordar las brechas en el acceso, segundo, eliminar las barreras a la inversión privada y la creación de empleo, y tercero, fomentar el acceso al crédito.

Es decir, si bien el futuro del trabajo soñado de los más jóvenes es digital, este debe de ir acompañado de condiciones laborales dignas y prestaciones sociales. Para que jóvenes, como José, no trabajen 14 horas diarias, para que Ángel tenga seguridad social, para que Sergio sea su propio jefe, e Ivana pueda sentarse a la mesa para disfrutar su comida.

El Banco Mundial proporciona financiación, conocimientos adquiridos en todo el planeta y un compromiso a largo plazo para ayudar a los países de ingresos bajos y medios a terminar con la pobreza, lograr un crecimiento sostenible e invertir en oportunidades para todos. Junto con las demás instituciones del Grupo Banco Mundial, así como con socios de los sectores público y privado, estamos ayudando a construir soluciones para los retos mundiales del siglo XXI en todos los principales sectores del desarrollo. Un mundo en el que nadie viva en la pobreza y todos tengan la oportunidad de una vida mejor está a nuestro alcance.