Artículo publicado por VICE Argentina
Me pregunto cómo clasificar la obra del cineasta argentino Pablo Parés. Una forma, la más obvia, sería incluirlo dentro del “Cine B”, categoría que engloba a un tipo de cine de bajo presupuesto con fines comerciales. En este tipo de películas lo único realmente importante es la maximización de los beneficios (en términos de distribución y taquilla) al menor coste posible; por eso el vector de estos films siempre es el puro y llano entretenimiento. Parés, quien se hizo conocido por la trilogía Plaga Zombie y por Filmatrón (Premio del público en el BAFCI 2007), no calza en esta categoría por una sencilla razón: él mismo admite que sus películas suelen tener problemas con la distribución y que no siempre tienen éxito comercial. Entonces podríamos sentirnos tentados a incluirlo en otra categoría relacionada: los exploitations films. El cine de explotación nace de la mano del Cine B y se refiere al despliegue de varios sub géneros que explotan (de ahí su nombre) las posibilidades más sensacionalistas del entretenimiento, así como también tendencias culturales en plena evolución y nichos consolidados. El problema para estas películas (especialmente para las splatter) es que suelen sobrepasar los límites del “buen gusto” dominante en cada época del cine mainstream, por lo que no alcanzan gran distribución y muchas veces son censuradas o marginadas.
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Para no seguir especulando sobre cuál es la denominación correcta será mejor preguntárselo directamente a Parés, quien en este momento se encuentra rodando a toda prisa Soy Tóxico, una ficción post-apocalíptica de acción-terror. La cita es en una enorme fábrica ubicada en Villa Adelina perteneciente a una cooperativa que alquila parte de sus galpones en desuso a productoras cinematográficas. En uno de estos galpones se está filmando una escena de interior. Los exteriores ya fueron hechos en una cantera de Ezeiza donde se simuló el desierto y la erosión de una pampa distópica. Cuando llego a la dirección que me ha dado Parés encuentro al equipo en el receso para almorzar, momento indicado para iniciar la entrevista en un lugar apartado de ese increíble complejo industrial semi abandonado. Le propongo a Pablo que vayamos directo al grano, ya que muy pronto deberá volver al rodaje. Aunque ya cuento con algunos antecedentes, de todas formas quiero que me cuente de dónde surgió la idea para filmar Soy Tóxico.
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“El guión de esta película nace de un encargo que nos hizo a Daniel de la Vega y a mí un productor norteamericano. Ya habíamos trabajado con él en una película anterior, Jennifer’s Shadow, rodada en Argentina pero hablada en inglés. En esta ocasión el tipo quería filmar una película de venganza, con motos y mutantes en el Valle de la Luna. Esa película no se filmó nunca, pero mi hermano convirtió el guión en una historieta que fue publicada en la Revista Fierro. Años después, junto a Daniel de la Vega reescribimos el guión y se postuló al INCAA, éste fue aceptado y a mí me tocó ser director”.
VICE: ¿Y sobre qué trata?
PP: La trama se desarrolla en un futuro post-apocalíptico donde todo está seco y contaminado. Se sabe que en el hemisferio norte está aconteciendo una guerra bacteriológica, y el hemisferio sur se ha convertido en el basurero de cadáveres del mundo, una especie de mega cementerio. En los países del sur hay tanta hambre que la gente termina comiendo estos cuerpos que son desechados por los aviones que cruzan el cielo, y los que se alimentan de estos restos se van secando paulatinamente, hasta que al final se convierten en algo parecido a zombis. Al iniciar la película el héroe se encuentra rodeado de cadáveres y no recuerda nada, ha perdido la memoria. La historia narra cómo este personaje va averiguando quién es y cómo llegó hasta ese lugar.
¿Es una clásica película de zombis?
PP: No, acá le dimos una vuelta de tuerca: los zombis no son malos, sino más bien perros sarnosos. Son los humanos los verdaderos hijos de puta, éstos tienen rasgos sádicos y se divierten atormentando a los pobres “secos”, los que tuvieron que comer carroña por necesidad.
¿La historia contiene algún tipo de crítica política en su simbolismo?
PP: Sí, porque al productor yanqui lo odiábamos y nuestra película era 100 por ciento antiimperialista. El guión original lo escribimos en el 2004, todavía se sentían muy presentes las secuelas del desastre económico y social que había golpeado a la Argentina en el 2001, un hecho que estuvo directamente relacionado con la dependencia que aún tenemos con la divisa norteamericana. En el guión original se percibe una especie de rencor contra el norte por sentirnos el basurero del mundo. Además, aparejado a este escenario pos-crisis, tenés el elemento de los aviones que tiran cuerpos desde el cielo. Esa imagen es muy fuerte porque hace referencia a los crímenes de la dictadura. Entonces tiene de todo un poco, es una crítica, pero sin dejar de ser entretenimiento al fin y al cabo. Como te decía, es una película de acción-terror.
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¿Cuáles fueron tus influencias a la hora de hacer cine?
PP: En primer lugar mi hermano mayor que es dibujante. Él desde muy chico me hizo leer comics y me fue lavando la cabeza por ese lado. Luego pasó que en la segunda mitad de los 80 llegaron a los videoclubes argentinos las primeras películas de ficción que parecían caseras. Eran películas que vos te dabas cuenta que eran truchas y baratas, pero de todas formas estaban buenas. Hablo de Bad Taste y Braindead de Peter Jackson, o El Mariachi de Robert Rodríguez. Entonces qué pasaba: yo llegaba a mi casa y mi hermano, que había alquilado El Mariachi en VHS, se había juntado con sus amigos para ver la peli, comer pizza y tomar cerveza. Imposible no sentirme influenciado por la situación. Aparte de eso también crecí siguiendo el cine de entretenimiento mainstream que se veía en cines: Indiana Jones, El vengador del futuro, Robocop, etcétera.
¿No veías cine europeo de autor? Onda la trilogía Bleu, Blanc y Rouge y cosas por el estilo.
PP: No vi nada de eso. Ni películas profundas ni serias, solo cine de género. De Europa solo seguía al spaghetti western de los italianos. Ahora que ya estoy grande, veo una película dramática y no entiendo por qué los personajes no salen corriendo por sus vidas despavoridos, o por qué las discusiones no terminan en matanzas sangrientas.
¿Existe un público amplio en Argentina para el cine que a vos te gusta hacer?
PP: Yo creo que no. Acá se impone el cine de autor o las historias que retratan a la gente normal. No hay mucho espacio para la ficción fantástica, y además existe mucho prejuicio al respecto. Lo que pasa es que no existen los recursos para hacer mega producciones, y el resultado no es como el de las películas yanquis. La gente no es boluda, se nota cuando algo es trucho. Las películas que a mí me gustan cuestan como mínimo 10 millones de dólares en producción, pero yo las termino haciendo con cinco o seis millones de pesos, y aunque le pongas todo el corazón y todo el profesionalismo, no queda como quedaría una producción de Hollywood. Ni siquiera cuando hicimos Daemoium (para una conocida empresa de streaming bajo demanda) pudimos lograr ese estándar de calidad. Si bien teníamos muchísimos más recursos a nuestra disposición, todavía nos faltaba mucho.
Pero podés apelar a otra estética
PP: Es lo que trato de hacer. Trato de disimular la falta de recursos exacerbando esa carencia. Apelo a la estética del Cine B más bizarro, las historietas y las películas viejas, aplico filtros de color, meto ruido o grano en la imagen, tenés que usar un montón de trucos para poder estar a la altura.
¿Cuál crees que es tu sello propio?
PP: Si te fijás yo siempre mezclo el terror con la comedia. No me gusta pasarlo mal viendo películas. Y en relación a mi visión local de las cosas, acá el humor es diferente, los personajes son diferentes, las costumbres que pueblan el sentido común son otras. Por ejemplo, cuando subimos Plaga Zombie a Internet, muchos de los comentarios eran del tipo “¿Y por qué no les disparan a los zombis?”. Y nosotros respondíamos “Porque en Sudamérica no es normal tener un arma de fuego en la casa”. Esto no es Estados Unidos, acá a los zombis se les mata con un cuchillo cocinero o con un palo de escoba”.
Debemos dejar la entrevista hasta ahí porque Pablo debe volver al trabajo. Me invita a pasar al set instalado en un sótano polvoriento lleno de instrumental oxidado para que saque algunas fotos. Mientras registro el trabajo del equipo pienso en aquella mezcla de terror y comedia de la cual me hablaba. Tal vez ahí estén el acervo y el linaje de Parés. De pronto, como si se tratara de una señal, me doy cuenta de que uno de los miembros del elenco es Horacio Fontova, reconocido actor argentino que a principios de la década del 2000 prestaba su voz a un cuervo marioneta que hacía de anfitrión en el programa Cine Z transmitido por cable. Los cuervos eran dos, estos se encaramaban sobre la pared de una fortaleza medieval y desde ahí se dedicaban a comentar diversas joyitas del cine basura, verdaderas piezas de culto en donde el miedo y la violencia se fusionan con el absurdo, dando por resultado un tipo de cine que le permite al espectador reírse de sus propios miedos. Se trata entonces de fantasías a la que se les notan las costuras, y por eso no invaden la realidad como sí lo hace el verdadero horror. Se trata también de films que ponen en cuestión la estética y el decoro del cine serio, del cine entendido como arte, ese que se ve en silencio con una mano en la barbilla y el ceño fruncido. Todo lo contrario al ambiente reinante en encuentros donde se dan cita los cultores de lo bizarro, como por ejemplo el festival Buenos Aires Rojo Sangre donde, según Pablo, el público ingresa alcohol de contrabando, fuman marihuana durante la función, gritan, un verdadero descontrol. Pablo es consciente de esto y lo acepta, porque según sus propias palabras, “al principio yo hacía películas para el público general, pero después me di cuenta de que no resistían esa mirada. Tenés que verlas tomando una cerveza, con amigos, es más divertido en ese contexto, ahí sí la pasás re bien”.