Hace unos cuatro años, estando muy alicorada, llamé a un amigo que vivía cerca al bar en donde yo estaba. Le pedí el favor de recibirme en su casa mientras se me bajaban los tragos para pedir un taxi. Con él me había acostado antes, consensuadamente. Me dijo que todo bien, que cayera, que él había estado tomando con unos amigos y acababa de llegar. Ese día, con la poquísima conciencia restante, llegué a su casa, le agradecí por recibirme y lo siguiente que recuerdo es estar sosteniéndome en cuatro, con mucha dificultad, mientras estábamos teniendo sexo.
Recuerdo que terminamos —¿o terminó?— y yo le pedí que me llamara un taxi, que ya me podía ir. En ese momento, no le eché cabeza. Pensé que estaba muy borracha y ya, que a la próxima debía medir mis tragos para poder irme directamente a mi casa, que como ya nos habíamos comido antes lo que había pasado no fue grave. Que de pronto, inconscientemente, tenía ganas de repetir la experiencia.
Videos by VICE
Ni él ni yo tocamos nunca el tema.
Con el tiempo, este episodio ha comenzado a carcomerme. He intentado reconstruir ese pedazo de la noche y, aunque recuerdo que él no me forzó, sí me acuerdo que yo estaba muy mal, lo suficiente como para no haberle dicho que parara o siguiera. No estaba en la capacidad de decirle nada. Punto.
Darle vueltas al tema hizo que me planteara una pregunta: ¿dónde está el límite entre el coqueteo etílico y el abuso? ¿Fueron sus actos abusivos? ¿O fui yo, a causa de mi estado de alicoramiento, lo suficientemente permisiva? Claramente, el alcohol influyó en los hechos de esa noche, pero, ¿fue esto excusa o razón suficiente? Y escribiendo esta anécdota se vinieron a mi mente muchísimas otras que me han contado amigas y conocidas sobre momentos en los que este límite se ha llenado de zonas grises, anécdotas muy distintas, pero que tienen en común a dos personas, una más borracha que la otra, y un acto abusivo cometido por una de las partes.
Aunque recuerdo que él no me forzó, sí me acuerdo que yo estaba muy mal, lo suficiente como para no haberle dicho que parara o siguiera. No estaba en la capacidad de decirle nada. Punto.
Como cuando un completo desconocido le ofreció a Adela* varios shots de guaro y ella le recibió un par. El tercer shot fue condicionado: “te lo doy pero si me das un beso”. O como cuando uno de los amigos de Beatriz* intentó llevársela a su casa después de salir de tomar en un BBC para “terminar lo que habían comenzado”, aunque ella asegura que, por mucho, le cogió la mano; o la vez que Camila* se durmió de lo borracha que estaba, y su “amigo” se aprovechó para violarla sin condón y darle al día siguiente una Post-day; y también la vez que Emilia*, mientras estaba en el baño, tuvo que negarse insistentemente a mamársela a su fuck buddy.
Y de estos casos hay muchos más.
Está el caso de Teresita Goyeneche, que denunció en Vice hace ya un año, o estos otros que Tania Tapia, periodista del mismo medio, recopiló el pasado mes de octubre. Creería que a diario estos casos se reproducen y nadie dice nada porque no saben si desconfiar de las intenciones de la otra persona o simplemente culpar al alcohol.
Para mí, borracha o sobria, el límite es claro: tiene que haber consentimiento. También vale la pena aclarar que la única manera de acosar o abusar de alguien no es la violación, sino que besos, manoseos, comentarios de connotación sexual e incluso miradas pueden constituir un acto sexual violento y/o abusivo.
El artículo 206 del Código penal, modificado por la ley 1236 define que “el que realice en otra persona acto sexual diverso al acceso carnal mediante violencia estará incurriendo en el delito de acto sexual violento”. El acoso sexual viene de muchas formas y tamaños. A mí un desconocido me puede acariciar tiernamente la nalga en un bar y aún así es un acto sexual abusivo, en el que no solo está agrediendo a mi cuerpo sino mi integridad moral.
Ahora metámosle alcohol a la ecuación. Al ser consumido en exceso, anula las facultades mentales interfiriendo así con la toma de decisiones. Y querer tener sexo o no es una decisión que deberíamos tomar, ojalá, con todas nuestras facultades. Para esto también la ley tiene algo que decir. El artículo 210 de la misma ley 1236 del Código Penal clasifica como un acto abusivo aquél en el que se “accede carnalmente a una persona en estado de inconsciencia, o que padezca trastorno mental o que esté en incapacidad de resistir”, y el 207 clasifica como violación los episodios en los que se “realice acceso carnal con persona a la cual haya puesto en incapacidad de resistir o en estado de inconsciencia, o en condiciones de inferioridad síquica que le impidan comprender la relación sexual o dar su consentimiento”.
Esa explicación legal nos sirve para intentar dar respuesta a la pregunta de dónde está el límite, y definir si en los casos anteriores hubo violación o acoso, o simplemente fueron acciones realizadas bajo el amor etílico. Por ejemplo, nos sirve para diferenciar que cuando una persona está ‘en incapacidad para resistirse’ y le hacen “vaca muerta”, por ejemplo, se trata de un acto sexual abusivo. Por el otro lado, hay violación cuando se ‘pone’ a una persona en esta incapacidad por medio de la fuerza o del engaño, echándole algo en la bebida, por ejemplo.
Acabemos con el “fue mi culpa, estaba muy borracha”.
Y es que no hay nada de malo con coquetear un poco mientras se toman unos tragos. El problema comienza cuando ese coqueteo deja de ser mutuo porque una de las partes no puede tomar la decisión de continuarlo.
Pero ahondando en el tema, y recordando detalles de las conversaciones con mis amigas, identifiqué un elemento en común: muchas de ellas me decían que igual fue su culpa, que quién las manda a haber tomado tanto, a haberse ido voluntariamente con muchos de sus potenciales agresores o a haberles recibido trago. Ideas difíciles de juzgar porque también han pasado por mi mente. Me pregunto si los agresores en algún momento pararon a analizar la situación y se dieron cuenta de que, o ellos estaban muy borrachos, o que el silencio de una mujer no significa “dale, haz conmigo lo que quieras”. Que si no es “sí” es no, y que incluso hay casos en los que un “sí” es dicho inconscientemente, cuando la persona no está siendo capaz de tomar decisiones racionales.
Si el límite no se reduce solo al consentimiento, entramos entonces en un área gris que tiene más que ver con los valores y la moral de cada persona, y así se nos dificulta cada vez más trazar y respetar esa delgada línea. Ya es suficientemente difícil manejar los “malos tragos” como para vivir muertas del susto de solo pensar que un tipo cualquiera, o incluso uno de nuestros amigos va a ver nuestra borrachera como una oportunidad. Deberíamos poder salir y emborracharnos tranquilas, pero como no podemos, al menos no nos quedemos de brazos cuando ocurren este tipo de situaciones.
Acabemos con el “fue mi culpa, estaba muy borracha”.
*Los nombres fueron cambiados.
Si alguna vez has sido víctima de una agresión sexual, puedes hacer una denuncia directa en las estaciones de Policía, en el Centro de Atención a Víctimas de Violencia Sexual (CAIVAS) de tu ciudad, la Sala de Atención al Usuario (SAU) de Paloquemao (en Bogotá), o en la Fiscalía a través de un abogado.
Si tienes alguna historia parecida, puedes escribirle a Vanessa a vanessa.velasquez@vice.com.