Artículo publicado por VICE México.
Las historias compartidas logran un caleidoscopio narrativo de delitos del fuero común (aquellos donde el ciudadano es afectado por el delincuente; homicidio, amenazas a la integridad física, violación) y federal (los que perjudican a la seguridad del país; defraudación fiscal, crimen organizado, lavado de dinero, narcotráfico) cometidos por aquellos a quienes penalmente se les considera una amenaza social que debe ser puesta “a la sombra” por un tiempo prolongado, extirpándoles su libertad y suspendiéndoles sus derechos. Todo en aras de reinsertar socialmente ―a partir de la disciplina, el castigo, el trabajo y la educación― a los condenados a quienes se les castigará respetando su humanidad ―parafraseando las palabras irónicas del filósofo francés, Michel Foucault, en su obra, Vigilar y Castigar (1975)―.
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Yolanda, 45 años
El día que me detuvo la policía dentro de mi casa, querían que les dijera dónde estaba la droga, pero lo único que tenía era un gramo y medio de cristal para mi consumo. Querían que les dijera dónde estaba una cantidad de droga que no existía y para que yo dijera algo me golpeaban en la cabeza con un directorio telefónico de los pesados.
Me subieron a una patrulla y me trajeron paseando varias horas mientras reventaban tienditas de droga por toda la ciudad. Luego me llevaron a la PGR (Procuraduría General de la República) en donde quedó asentado en el expediente que me habían detenido con 24 pastillas rojas y 24 pastillas blancas de medicamento controlado; aparte de la metanfetamina para mi consumo, la cual se supone que yo vendía. Es mentira. A un sobrino político mío que estaba haciéndome un trabajo de construcción cuando me arrestaron lo estuvieron golpeando para que declarara que yo le vendía droga. “Firma tu declaración, pendeja, rápido que no tengo tiempo”, me dijo el ministerio público. Estoy a la espera de una sentencia. Me declaro inocente.
Patricia, 52 años
Nunca confíes en un adicto: mentimos, engañamos y traicionamos para poder obtener droga. En 38 años de adicción he usado todo lo que ha encontrado a mi paso: marihuana, cocaína, alcohol, cristal y heroína. La primera vez que me drogué tenía 14 años y fue con marihuana. A los 25 probé la cocaína y la consumí durante ocho años, luego probé la heroína y me enganché; ha sido lo más horrible de mi vida. He terminado en centros de rehabilitación que no son otra cosa que burdeles disfrazados.
Creo que estoy loca, escucho voces, padezco de ansiedad, le tengo miedo a la gente y robo. Mi familia me abandonó porque piensa que desperdicié lo mejor de mí. Estoy en la cárcel por robarme un auto, al que le rompí el vidrio, un galón de leche, un jugo, tres Gansitos y una chamarra. Esa tarde andaba muy malilla [con síndrome de abstinencia], con hambre y frío. Ese es mi crimen. Quedan tres años de mi sentencia de cinco que me dieron por reincidente.
Nancy, 36 años
Estoy acusada de tráfico de personas. Vivía en Tultitlán, Estado de México. Pasaba mis días vendiendo pollo asado. Una noche que estaba por dormirme escuché ruidos en la azotea. La curiosidad me hizo salir. Pensaba que era una pelea de gatos, pero lo que halle fue una película de terror. Eran 20 hombres armados que apenas me vieron, apuntaron a mi cabeza. “Ya valiste madres, tírate al piso culera o te reventamos [matamos]”, me gritaron. Lo que son las cosas, el miedo me paralizó pero aún así pensé en la ropa que acababa de tender y en mi hijo.
Eran policías. En lugar de obedecerlos, corrí a la recamara de mis padres. Hasta allá se fueron a meter los polis; hicieron pedazos la casa sin haber mostrado una orden de cateo. Nos torturaron psicológicamente: cortaban cartucho en nuestras orejas y en nuestras sienes; no sé mucho de armas pero eran metralletas como las de las películas. Mi madre y yo, junto con mi esposo y su hermano, fuimos detenidos por una llamada anónima que se hizo, con eso bastó para que nos detuvieran. Mi vida se acabó, nunca he vuelto a ver a mi familia ni a mis hijos. A mi madre sí porque está en prisión conmigo.
Mi marido es hondureño. Llegó a Tultitlán como inmigrante y con el tiempo empezó a traficar personas, pero él, no mi madre, mi cuñado o yo. Los cuatro estamos encerrados, los hombres se quedaron en el Estado de México y nosotras fuimos traídas a Baja California. Llegué en un avión de la Policía Federal. Aquí supe de qué nos acusaba a mí y a mi madre. Primero nos acusaban de tráfico de indocumentados y nos arraigaron 40 días. Terminó el plazo, nos liberaron, pero nuevamente nos acusaron de lavado de dinero y nos arraigaron otros 40 días. Nuevamente nos soltaron pero para trasladarnos a esta cárcel. Mi familia y amigos de mi comunidad se han expresado en contra de nuestra detención porque saben que solamente dábamos agua o comida a los indocumentados que pasaban por el municipio. No confío en las leyes mexicanas, confío en Dios nuestro señor.
Irma, 42 años
Mi niñez y adolescencia las viví junto a mis padres; ellos me enseñaron a ser trabajadora y valerme por mí misma. En estos momentos quisiera estar con mis hijos viviendo en la casa que siempre hemos soñado. Parece que no pero soy una mujer tímida que necesita levantar su autoestima. Si pudiera trabajar me dedicaría a lo que tanto me gusta, cuidar niños. O abriría una galería de artesanías mexicanas fabricadas por mí, ese es mi sueño.
En abril de 2011 se encontró un cuerpo calcinado dentro de un canal seco que atraviesa como cicatriz el valle agrícola de Baja California. Al principio las autoridades no conocieron su identidad, pero al correr de los meses sí. El cadáver pertenecía a una persona de 35 años residente de Santa Clarita, California, llamada Gustavo Ornelas quien los fines de semana cruzaba la frontera hacia México para visitar a sus hijos adolescentes. Las investigaciones revelaron que un día antes de su muerte se había encontrado en un hotel con su ex esposa, Irma. En los interrogatorios aplicados a sus amigos se mencionó que en alguna vez, Irma, confesó su deseo de envenenar a su ex marido para que quedara loco o se muriera. Lo anterior, consecuencia del hartazgo de tener que relacionarse sexualmente con quien desde hacía tres años ya no era su pareja. Para detener la inercia de sus encuentros le administró un sedante que le facilitó poder ahorcarlo con un cinto de piel.
Con ayuda de un amigo se deshizo del cuerpo rociándolo con gasolina y prendiéndole fuego en la oscuridad del desierto. “La necropsia arroja que fue quemado con vida ya que en los pulmones se hallaron restos de humo, lo que significa que seguía respirando”, explicaron las autoridades de SEMEFO. Dos años después, Irma apareció en la oficinas de la policía esposada hacia la espalda, con 10 kilos ganados y escoltada por dos agentes encapuchadas. Lo medio de comunicación de la llamaron: Viuda Negra .
Irma está sentencia da a 23 años. Cuando le pregunté sobre el crimen o delito que cometió, explotó en lágrimas y decidió no hablar.