En 2015, cuando “Podemos irrumpió con ímpetu arrollador” en el tablero político dando al traste con el bipartidismo yo trabajaba en una publicación conservadora fundada, de hecho, bajo el paraguas del Opus Dei en los últimos 60. La mañana del lunes siguiente al domingo electoral una compañera llegó a la redacción lanzando una pregunta casi retórica al aire: “Pero es que no lo entiendo, ¿quién vota a Podemos?”
La miré un poco atónita y le respondí que yo. Yo, que estaba en aquella oficina porque no me quedaba otra, porque era donde me habían cogido de becaria y no, como ella, mitad porque creía en el proyecto mitad por herencia familiar. Yo, hija de carteros, educada en colegios e institutos públicos, que había llegado a la universidad gracias a las becas y casi a la par que la crisis de 2008 al mundo y había visto en el 15M una esperanza que luego se fue diluyendo, pero esa es otra historia. El caso es que le respondí que yo y casi todos mis amigos.
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Anoche, cuando las cosas en el escrutinio se empezaron a poner feas, que fue demasiado pronto, mi compañero de piso, que también vio con buenos ojos el 15M en 2011 y que probablemente votó a Podemos en el 15 y se ha ido de Erasmus y vive -como yo- en Malasaña y sale poco -como yo- de la M30 se hizo la misma pregunta: “Pero, ¿quién cojones vota a Vox en España en 2019?”
Ayer media España fue la amiga de Lucía, esa chica que se llevó literalmente las manos a la cabeza y pronunció el más sincero “hostia” que se ha escuchado en mucho tiempo en nuestro país cuando su amiga declaró ante un micrófono que iba a votar al partido de Santiago Abascal. Y fuimos la amiga de Lucía por lo mismo que mi compañera en aquella redacción surgida de la mano invisible de La Obra que tiene un chalé en Torrelodones y una sonrisa muy alineada y muy blanca se quedó de patata cuando Podemos consiguió 69 escaños en 2015 y no entendió de dónde había salido tanto rojo peligroso: tendemos a quedarnos del mundo con la parte que nos interesa. Lo del sesgo cognitivo y de confirmación, los atajos mentales y esa tendencia nuestra a interpretar casi todo lo que vemos como una ratificación de lo que pensamos enunciada por Kahneman y Tversky en los 70 y todas esas vainas.
“Los sectores progresistas y la izquierda tienden a analizarse y mirarse el ombligo demasiado, mientras atienden poco a sus adversarios políticos. En Francia vi cómo los medios de comunicación a menudo iban a los sitios donde vivían votantes del Frente Nacional para mirarlos como se mira a un animal en un zoológico. Pero son personas como tú y como yo, que en cierto momento sintieron que el partido de Le Pen estaba expresando mejor una parte de lo quieren. En España, una parte de los votantes de VOX viene del Partido Popular, pero otra parte corresponde al trabajo que ha hecho el partido ultraderechista con el mundo rural, de la caza, que no tiene que ser gente de extrema derecha necesariamente, sino que este partido ha puesto en la agenda y politizado cuestiones que les preocupaba. Esa es su principal virtud”, explicaba en La Marea en agosto Guillermo Fernández, especialista en derecha identitaria y autor de Qué hacer con la extrema derecha en Europa: el caso del Frente Nacional.
Ayer, casi al rozar la media noche, el crítico televisivo, experto en moda y columnista reconvertido en gurú del progresismo -sea lo que sea eso del progresismo- Bob Pop escribía que “hemos sido progres por encima de nuestras posibilidades”. Y probablemente lo escribía con ironía, pero seguramente también tenga sentido de manera preirónica. Seguramente hayamos sido progres, al menos en nuestras miras, más allá de lo que la realidad nos permitía. Porque la Plaza de San Ildefonso y Argumosa son muy anchas, pero Castilla lo es más y a pocos metros de Malasaña empieza Serrano, que también tiene lo suyo. Y VOX no es nada parecido al monolito de piedra negra de Odisea en el Espacio por mucho que nos guste pensarlo así: ni sus más de 3 600 000 votantes han salido de pronto de la nada ni sus mentes han empezado a ser manipuladas por la aparición de esa losa que ha caído de sabe Dios dónde de un día para otro.
“Es normal que sorprenda porque es un ascenso muy rápido si pensamos en que el 11 de noviembre de 2018 VOX no tenía ningún diputado no solo en el Congreso, sino en ningún parlamento regional ni en el Europeo. Salvo un puñadito de concejales en ayuntamientos pequeños, no existía institucionalmente. Ahora es, de pronto, la tercera fuerza en el Congreso, pero también la primera en Murcia y en Andalucía anda compitiendo con el PP por ser la segunda. Y es normal que genere sorpresa. A eso hay que añadirle el pánico moral que genera siempre en la izquierda todo lo que signifique una subida considerable de la ultraderecha, no solo en nuestro país”, dice hoy Guillermo Fernández cuando le pregunto por ello.
“Además”, añade, “hay una tercera cosa que es que en el fondo VOX está surfeando una ola que es mucho más amplia que el propio VOX, que le pasa por encima en el sentido de que va más allá de sus aciertos, sus errores o su programa electoral y es un sentido común que, desde el año 2004, el PP y después Ciudadanos han ido sedimentando y que tiene que ver con muchas cosas pero sobre todo con la cuestión territorial. Al final, ese camino que han ido pavimentando otros, es VOX quien lo está recorriendo más rápido. Es curioso porque el partido de Abascal no surge de la crisis económica ni de los indignados sino después, como resultado fundamentalmente de la explosión de la crisis territorial que fue el octubre de 2017 en Cataluña. A partir de ahí, se infla y se infla y mientras que el debate sobre cómo quiere España organizarse territorialmente no se dé en términos civilizados, el bloqueo va a continuar”.
Sobre si se puede hacer un paralelismo entre el Podemos de 2015 y el VOX de ayer, entre la pregunta de mi excompañera de curro del chalé en Torrelodones y la de mi compañero de piso anoche en Malasaña, el investigador experto en extrema piensa que así es. “VOX surge de una indignación, igual que Podemos en su momento. Lo que para Podemos fue el 15M para VOX ha sido lo que desde su ámbito llaman ‘la Revolución de los balcones’, esa aparición relativamente espontánea de banderas de España en cientos de ciudades españolas en octubre de 2017”.
“De algún modo”, matiza Fernández, “de igual manera que muchas personas en el 15M expresaban algo así como que el sistema no funcionaba y había hecho promesas de bienestar, limpieza y garantías democráticas que se estaba incumpliendo a base de bipartidismo y corrupción, igual que expresaba esa especie de hartazgo la papeleta de Podemos, muchos españoles en octubre de 2017 sintieron que lo ocurrido en Cataluña era la constatación de que el Estado de las Autonomías no funcionaba y había que hacer otra cosa y acabaron viendo en la de VOX la respuesta a ello. Donde el 15M decía ‘castiguemos a los corruptos’, este 15M de derechas dice ‘Puigdemont a prisión’, y eso es una invitación al castigo a los dirigentes independentistas pero con un tema más grande de fondo: repensar el modelo de las Autonomías. Lo de ayer muestra que hay una situación muy difícil de bloqueo porque hay un problema territorial grave y no solo en Cataluña: mientras que una parte importante de los españoles quiere más centralización, hay una tendencia centrípeta muy fuerte, pero también hay por otro lado una tendencia centrífuga cada vez más acelerada en Cataluña o País Vasco. Y en medio de todo esto aparecen partidos como Coalición por Ceuta o Teruel Existe que nos están diciendo que el problema territorial es tan grave como difícil de reconducir porque las posturas son diametralmente opuestas”.
La España viva nunca ha estado muerta. Lleva años yendo a misa y a ICADE y a reuniones en las Big Four, pero también a vendimiar y a cazar perdices y a la obra a las 5 de la mañana. Iba -y va- a las manifestaciones de “Cada vida importa” a las que miramos como si de una cohorte de extraterrestres se tratara cuando nos las cruzamos en los centros de nuestras ciudades, en 2011 llenó el centro de Madrid y no fue para gritar “PSOE, PP, la misma mierda es” sino “Benedicto-equis-uve-palito” y en octubre del 17 sacó la rojigualda al balcón. Pero su reconversión a VOX pasa, además de por la coyuntura nacional, por el ascenso de la llamada derecha iliberal a lo largo y ancho de Europa. O lo que es lo mismo: por Salvini, Le Pen, el Brexit e incluso Trump.
“Hay una relación entre esta derecha mundial y europea en la medida en la que operan en el mismo espacio europeo pero sobre todo en tanto a que se establece entre ellas una influencia mutua. En el caso de VOX lo que ha ocurrido es que han aprendido al menos de la política comunicativa de estos partidos. No es casual que si comparas los discursos de Vox de la noche electoral en abril con los de ayer los segundos se parecían mucho más que los primeros a los de Marine Le Pen. El término que sonaba todo el rato en boca de Abascal era ‘alternativa patriótica y social’ y se mencionó incluso a ‘la España sin voz’, a la ‘España invisible’ que son imágenes recurrentes en la líder del FN. Lo curioso de VOX es que su programa es el mismo que en abril pero han incorporado a su discurso todos esos ganchos sociales que parece que les funcionan. Trasladan a nuestro país los mantras retóricos del Frente Nacional o Salvini y no creo que sea porque se hayan convencido en unos meses de que lo social es muy importante sino que alguien ha hecho la lectura de que hay miedo a una recesión y este tipo de vocabulario sirve para tocar la tecla”, comenta Fernández.
“Es lo mismo que le ocurrió con el Frente Nacional en los 80: cuando nace es muy parecido al VOX que hemos conocido hasta ahora, se nutre del miedo a la izquierda y del anticomunismo. Pero en los 90, cuando consigue votos de la clase obrera, sin ser una decisión deliberada, empiezan poco a poco a hacer un viraje programático hacia este electorado, a ocuparse de lo social. En VOX podría pasar. Podría ocurrir que, si les vota más gente de la que piensan en los cinturones obreros de Madrid o Barcelona, por ejemplo, empiecen a hablar más de las pensiones o los servicios públicos, o lo empiecen a hacer desde otra perspectiva”, termina Guillermo Fernández.
Y eso es algo que, llegado el momento, también habría que comprender más allá del “hostia, Lucía” y del “¿quién cojones vota a Vox?”. De momento Abascal ya ha ido citando a Ledesma Ramos aquí y allá. “Solo los ricos se pueden permitir el lujo de no tener patria”, dijo en el debate, aprovechando el abismo que se abre, parece que cada vez más, entre las izquierdas y las cuestiones nacionales, tanto en lo programático como en lo simbólico. Justo después se proclamó como la única garantía y opción de soberanía nacional y económica en nuestro país. Entonces se hizo el silencio. Ana Blanco preguntó, con cara de circunstancias “¿Nadie quiere intervenir?”, y soltó una risilla nerviosa que, a una semana vista, fue un presagio en prime time.
Sigue a Ana Iris Simón en @anairissimon.
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