Adiós, Pepe Mujica

Fotografía de Mariano Carranza.

El hoy ex presidente de Uruguay, José Mujica, terminó el pasado domingo su mandato después de cinco años. Con 78 años de edad supo conmover la opinión pública internacional con su estilo sencillo y sobrio, un mensaje anti consumismo y pro especie, y lo que probablemente le haya valido más elogios, una coherencia absoluta entre su discurso y su vida.

Cuando alcanzó la presidencia en 2009, Mujica no cambió sus hábitos. Por citar el ejemplo más mencionado, rechazó vivir en el palacio presidencial para seguir viviendo en la misma casa de campo en la que vivía antes del cargo. “La democracia intenta ser el gobierno de la mayoría, y yo trato de vivir como vive la mayoría”, declaró en una entrevista.

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Fue un presidente que decidió donar el 90% de su salario (equivalente a casi 550 mil dólares en cinco años) argumentando que con el 10% restante y lo que ganaba su compañera les “sobraba”.

Mujica fue líder guerrillero del “Movimiento de Liberación Nacional – Tupamaros” durante la década de los 60, y durante esa época participó de varias operaciones armadas. Según dijo, nunca mató a nadie. Por su parte, fue herido de seis balazos en distintos enfrentamientos.

En 1972 la dictadura militar de su país lo capturó por cuarta vez y de ésta no pudo escaparse como sí lo había hecho en dos de las anteriores. A partir de aquella detención pasó más de 13 años preso como rehén de la dictadura, es decir que su vida funcionó como garantía para el gobierno militar de que los compañeros de Mujica no cometerían un nuevo atentado, en caso contrario, él sería ejecutado.

De sus 13 años en la cárcel, 11 los pasó en aislamiento total y siete en condiciones infrahumanas. Llegó a alucinar visual y auditivamente, comió insectos y papel higiénico, y habló con animales “para no volverse loco”. La experiencia de la cárcel serenó su espíritu revolucionario y no despertó sed de venganza. Sobre aquella época consideró en su discurso del último domingo que “sufrimos e hicimos sufrir y somos conscientes, pagamos precios enormes, pero seguimos por milagro vivos y templados, mucho más humildes y republicanos, porque nos quedó incrustado que nadie es más que nadie”.

Mujica es un anticonsumista por antonomasia. La explicación que da es simple. Desde su punto de vista la libertad es el tiempo, tener el tiempo para hacer lo que a uno le gusta hacer. Tener muchas cosas implica tener que invertir tiempo en conseguir el dinero para comprarlas y luego invertir más tiempo en cuidar y mantener eso que se tiene. Es por esto que él aconseja tener poco, lo justo, y nada más.

Sin embargo, no por pensar así se ha privado de tener un ministro de economía como Daniel Astori, quién fue su rival en las elecciones internas del partido antes de las elecciones generales que lo consagraron como presidente, elegido para el cargo para así garantizarle a los votantes que la economía no sufriría cambios bruscos. Su gobierno alentó el consumo interno como recurso para poner en marcha la actividad económica.

También intentó hacer de Uruguay un lugar cómodo y seguro para la inversión extranjera. Esto trajo como una de sus consecuencias la “extranjerización” de las tierras uruguayas, es decir que grandes extensiones de terreno fueron adquiridas por compañías extranjeras, por lo que ha recibido críticas internas.

Tampoco se diferenció del resto de los países de la región y su gobierno profundizó el modelo agroexportador y “sojadependiente”.

Alguna vez la publicación Fortune describió a su gobierno como “lo que uno no se esperaría de un ex guerrillero con tendencias socialistas”, y consideró a Mujica como “el campeón del capitalismo”.

Por otro lado su gobierno tuvo también grandes y simbólicos logros progresistas. Destacan la reforma del código civil para permitir el matrimonio homosexual y el paso a legalidad de la interrupción del embarazo —si bien Uruguay siempre ha sido pionero en la región en distanciarse de la influencia de la Iglesia, no ha dejado de ser ésta una conquista más que significativa para un país latinoamericano—. También fue durante su mandato que Uruguay aprobó, en una medida sin precedentes, la legalización y distribución de la mariguana, marcando probablemente el camino a seguir en la lucha contra el narcotráfico en el siglo XXI. Esta medida fue tomada incluso en contra de la opinión pública de su país. Cuando fue entrevistado por VICE News, opinó sobre el cannabis: “si para ser libre tengo que tomar una droga, entonces estoy frito. La libertad la tengo acá [señalándose su cabeza] o no la tengo”.

El mayor objetivo de su gobierno, según su propias, palabras fue hacer de la educación una cuestión central. Y él mismo declaró que “fracasó” en su empresa. Reconoció no haber podido cumplir con su programa.

Probablemente su discurso más famoso es aquel que pronunció en la ONU en 2013. En aquella oportunidad reclamó frente a los grandes mandatarios del mundo con su simpleza y forma campechana:

La especie como tal debería tener un gobierno para la humanidad que supere el individualismo y que (…) acuda al camino de la ciencia. Y no sólo a los intereses inmediatos que nos están gobernando y ahogando. Hay que entender que los indigentes del mundo no son de África o de América Latina, son de la humanidad toda. En lugar de gobernar la globalización, ésta nos gobierna a nosotros. Es posible arrancar de cuajo toda la indigencia en el planeta, es posible crear estabilidad y será posible a generaciones venideras si logran empezar a razonar como especie y no como individuos. Para que todos esos sueños sean posibles necesitamos gobernarnos a nosotros mismos o sucumbiremos. Sucumbiremos porque no seremos capaces de estar a la altura de la civilización que hemos estado desarrollando. Estamos vivos por milagro y nada vale más que la vida. Nuestro deber biológico es, por encima de todas las cosas, respetar la vida e impulsarla, cuidarla, procrearla y entender que la especie es nuestro nosotros.

Mujica deja la presidencia de Uruguay para volver al parlamento como senador y su figura arroja un mensaje para la humanidad, una serie de enseñanzas sobre cómo vivir. Citando su último discurso del pasado domingo: “El egoísmo natural, que llevamos dentro, y que nos lo puso la naturaleza para defender nuestra vida y la de nuestros seres queridos, (se encuentra) en lucha con la solidaridad, que es la defensa en el largo plazo de la especie. Como ser solitario (el hombre) procura proteger su existencia y la de los que están más cercanos a él (…). Como ser social intenta ganar el reconocimiento y el afecto de sus compañeros humanos (…) y siempre mejorar sus condiciones de vida”.