Aldea Global: La isla de las muñecas

Algunas veces, cuando la religión le pega fuerte a la gente, a algunos les da por hacer cosas como estrellar aviones contra rascacielos o vestir a sus hijos de blanco y sumergirles en lejía. Así que, en la amplia lista de buscadores de absurda atención teológica, cuando Don Julian salió de su barrio para predicar la palabra de Cristo decorando una isla desierta con terroríficas muñecas, encajaba bastante bien.

Si pagas suficiente dinero a alguno de los gondoleros que pululan por los canales de Xochimilco, a las afueras de Mexico City, te acompañarán en el arduo viaje de cuatro horas hasta el viejo territorio de Don Julian, La Isla de las Muñecas. Allí te toparás con un bosque de muñecas infantiles, con su piel blanquecina tostándose e hirviendo al sol.

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En 1950 Don Julian predicaba la palabra de Nuestro Señor Jesucristo en una época en la que los mexicanos no estaban preparados para escucharla. Sabiendo que sólo los predicadores elegidos podían hablar de la gloria de Jehová, a la gente le ofendió la libertad con la que Julian hablaba de Dios, hasta el punto de ser repetidamente castigado físicamente por sus pecados. Fue entonces cuando empezó a rebuscar en la basura hasta dar con muñecas que coleccionaba con amor -obvio- para protegerse  de espíritus malignos.

Dejó a sus hijos y a su mujer y se trasladó a la isla deshabitada que se convertiría en su hogar durante los siguientes cincuenta años, hasta morir en extrañas circunstancias en 2001.

La leyenda cuenta que una vez una chica se ahogó en la isla, y Julian creyó que coleccionando las muñecas mantendría a raya a los demonios que intentaban llevársela a la otra vida. Sin embargo, la existencia de la chica hasta ahora nunca ha sido probada.

Don Julian fue olvidado durante décadas mientras navegaba por los canales de Xochimilco, pescando muñecas deshechas para llevárselas a su isla del horror. Los pocos que habían oído hablar de la extraña actividad de Don Julian le llevaban periódicamente muñecas frescas, que canjeaba por cultivos de la isla. Básicamente convertía las viejas muñecas en una especie de moneda de cambio de una micro-economía delirante de un reprimido deseo religioso, cambiando nabos fálicos por cuerpos degradados.

A pesar de su macabro pasatiempo, a Don Julian se le tenía por una persona amistosa y cordial, que enseñaba feliz su isla santuario y las efigies putrefactas de niños a los visitantes.

El hijo de Don Julian y Monec

Su muñeca preferida se llamaba Monec, y los últimos días de su vida había sentado a Monec en una pequeña cabaña rodeada de un collage de recortes de prensa de periodistas locales, que llamaron la atención sobre la Isla de las Muñecas de México y convirtieron a Don Julian en una celebridad menor.

La historia de Don Julian llegó a su fin en 2001, cuando le encontraron ahogado, con 80 años, en un lugar cercano a la costa de la isla en el que él decía que había muerto la chica. Ya sólo queda su colección de bebés de plástico, inmutables bajo el sol abrasador. Su hijo mantiene su inquietante isla, invitando a los turistas dispuestos a hacer el largo viaje y ver su extensa colección degradada.

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ALEX HOBAN