Artículo publicado por VICE Argentina
“Creo que esperaban que sea más machito”, responde risueña y tímidamente Silvia Bogado cuando le pregunto cómo la recibieron en el taller sus nuevos compañeros mecánicos.
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Son las 9 am y el sol se filtra por los techos de los gigantescos galpones del tren Sarmiento, en Castelar. Estamos paradas al lado de la primera formación que ingresó bien temprano para revisión, tenemos puestos los cascos reglamentarios y de lejos nos observan algunos de los trabajadores. Estamos acá porque, con solo 30 años, hace dos meses, Silvia se convirtió en la primera mecánica de trenes de la historia argentina. Aunque ya dio algunas entrevistas, todavía se pregunta por qué tanto alboroto con la novedad. “Es que sos la primera mujer que ocupa un lugar destinado tradicionalmente solamente a los hombres”, le digo. “Me anoté para dar el examen si pensar en todo eso. No se me ocurrió que una mujer no pueda hacer este trabajo”, me explica.
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En 2014 la flamante ayudante múltiple de mecánico entró a Trenes Argentinos. El contacto se lo hizo su mamá, quien desde hace 10 años es personal de limpieza en el ramal Roca. Al año siguiente intentó por primera vez dar el examen para el puesto de mecánica. Rindió mal. Dice que leía el manual y no entendía nada. “Si no viste nunca ni un compresor, no tiene sentido presentarse”, recuerda.
Tiempo después Mujer bonita es la que lucha —la comisión de mujeres del gremio de ferroviarios La Bordó— consiguió el cupo femenino y la igualdad de oportunidades para las trabajadoras de la empresa. Esto permitió que se fueran sumando mujeres a los puestos antes destinados solo a los hombres: banderilleras, guardas y operadora de estación.

Después de que la bocharon en el examen Silvia pasó cuatro años en la estación Moreno, limpiando las formaciones, hasta que dio nuevamente con la vacante de mecánico/a y se anotó para rendir.
Dice que fue a inscribirse con otra compañera pero ella, al ver el tamaño del manual de donde había que estudiar, se arrepintió. Durante los meses previos a la evaluación hizo tres veces por semana, durante cuatro horas y fuera del horario de trabajo, el “Curso de Material Rodante” —sí, tuve que preguntar qué era— donde aprendió electricidad básica y todo lo relacionado con el alistamiento de las formaciones. Finalmente se enfrentó a las 15 hojas y 50 preguntas del examen y sacó el mejor promedio. Fue la única mujer que hizo el curso y se presentó a rendir.

Hoy, dos meses después, la encuentro con el uniforme de operaria, las manos llenas de grasa y moviéndose segura entre los hombres. Están desde las 6 am trabajando en el alistado de la primera formación que ingresó al galpón. Luego esperarán al segundo tren y harán lo mismo. Son dos personas y se ven muy chiquitas al lado de la larga fila de vagones.
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Durante esta mañana, entre mate y mate, una de las primeras cosas que me cuenta Silvia es que sus compañeros la invitaron a manejar un tren. “Querían que le perdiera el miedo y me pareció más fácil que un auto. Tiene la selectora de marcha: adelante, atrás, las diferentes velocidades. Y lo mismo con los frenos”, me explica.
Al rato se suman sus compañeras —que trabajan en limpieza en los talleres— para compartir los mates, escuchar nuestra charla y contar su opinión sobre esta historia:
“Cuando entró Silvia la buscamos en Google y dijimos: “es re famosa”. Tiene que aprovechar este momento, atesorarlo para sus hijos y sus nietos”, dicen orgullosas las chicas del tren. La llegada de Silvia les resulta un incentivo y un ejemplo para repensar los espacios que podemos copar las mujeres. “Como en los avisos de vacantes siempre decía “mecánico”, nunca se nos ocurrió presentarnos. El enterarnos de que una chica había dado el examen, lo había pasado con el mejor promedio y ahora venía a trabajar nos sorprendimos mucho”, explican.

Ya casi llegando al mediodía la inicial timidez de Silvia se va disipando. Sus compañeras le insisten para que dé más detalles o le recuerdan alguna información olvidada. También cuentan que los talleres sobre Género que brindó la comisión de mujeres del gremio ayudaron mucho a la integración. Movilizaron y modificaron las relaciones entre los hombres y las mujeres. “Seguramente el recibimiento de los compañeros hombres a Silvia hubiera sido más chocante sin el camino que abrimos nosotras. De a poco les estamos copando el taller”, dispara una de las chicas entre risas.
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“Me crié con tres primos varones y siempre jugábamos a la par. Soy medio cachito pero no es que me gustaban los fierros de toda la vida. Estudié Bachiller y después un año de Analista de Sistemas”, explica Silvia y parece desterrar los prejuicios ligados a los estereotipos de tareas solo masculinas o femeninas. Dice que en su casa instaló pisos e hizo trabajos que, supuestamente, no suelen realizar las mujeres. Ella nunca tuvo drama con esas cuestiones. Sin embargo, aclara, durante los primeros días de trabajo —aunque los compañeros la incorporaron bien al grupo— estuvo bastante refugiada entre sus compañeras. El vestuario de las mujeres ferroviarias da cuenta de esa fraternidad femenina: fotos de momentos compartidos y frases referidas a los derechos conquistados se mezclan con los perfumes y las pinturas.
“La verdad es que no estoy consciente de la importancia de ser la primera mujer que ocupa un rol destinado a los hombres. Creo que es porque no tuve prejuicios”, reflexiona y agrega: “Este cambio lo viví como un progreso, no me frené por pensar en que iban a ser todos hombres. ¡Aunque a mi novio le digo que son todos viejitos mis compañeros!, bromea.

Nos reímos y Silvia vuelve a intentar explicarme algo de mecánica. Retengo: cuando llegué ella tenía las manos manchadas de grasa porque estaba sacando los tornillos del convertidor con las manos. Recuerdo que el convertidor está en una caja negra rectangular cerca de las ruedas de cada vagón del tren. También sé que en cada alistamiento tienen que limpiarlo con un soplete. ¿Para qué sirve un convertidor? Ah, esa se las debo; me parece que primero debería tomar el curso como hizo Silvia.
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