​Malhechores: Vivir con miedo

Ilustración por Jacob Everett.

He vivido por casi ocho años bajo protección de la policía por un libro que escribí. Tenía 26 años cuando publiqué Gomorra, una investigación que cuenta la historia de La Camorra, la mafia de Nápoles, la tierra en donde nací. Quería ser capaz de escribir sobre su poder empresarial. En realidad, la mafia no es una coppola (una boina) o una escopeta recortada. No es Michael Corleone. Es un negocio, es comercial y es un orden social que se opone a la ley. Decidí transmitir todo eso. Y decidí describir esas cosas en una narración, utilizando nombres y apellidos. Nunca me imaginé todo lo que sucedería después, la multitud de problemas que surgirían del libro.

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Todavía recuerdo el día que regresé —libre por última vez— en un tren de un festival literario del norte de Italia a la estación central de Nápoles y fui recibido por la policía militar. Me metieron en un auto blindado. No hablé. Mantuve mi mirada en mis pies como si hubiera sido arrestado, a pesar de que estaban salvándome la vida. Me dijeron: “señor, lo sentimos, pero debemos ponerlo bajo protección”. Pensé que sería por poco tiempo, incluso me aseguraron: “señor, solo algunas semanas, y luego todo volverá a ser como antes”. Han pasado casi ocho años —casi un cuarto de mi vida— y solo hasta noviembre del año pasado el abogado de los jefes de La Camorra, Antonio Iovine y Francesco Bidognetti, fue condenado por amenazarme de muerte en plena corte (ellos, en cambio, fueron absueltos).

¿Por qué los jefes de la mafia odian a alguien que escribe? ¿Qué fue lo que descubrí? Y, sobre todo, luego de descubrirlo y publicarlo, ¿matarme no sería un absurdo? ¿No sería confirmar cada cosa terrible que la gente ya cree sobre la mafia?

Las organizaciones criminales no están aterrorizadas por los escritores sino por los lectores. Es por eso que en todo el mundo continúan los asesinatos de periodistas por parte de las mafias. Internet recolecta todo, así que los mafiosos no le temen a que se conozca información sobre sus actividades (de todos modos van a realizarlas). Hay jueces y policías para investigarlos, arrestarlos y, a veces, condenarlos, y siempre han tenido en cuenta que la ley y sus agentes existen. Ese tipo de cosas están dispuestas a aceptarlas. Lo que no aceptarán, lo que los hace atemorizar, es una esfera pública llena de lectores que comienzan a entender el crimen organizado, que hablan y comparten información entre sí, y que eventualmente abogarán por que haya un cambio. La presión cultural, la presión política, la exigencia por que se transformen las cosas, eso es lo que temen los jefes de la mafia. Lo más peligroso que puede hacer un periodista —un narrador— es unir piezas, encontrar teorías válidas nuevas y relatarlas.

Desde que salió mi libro, la pregunta que más me he formulado es: ¿cómo vives cuando estás condenado a muerte? ¿No tienes miedo? El miedo, cuando convive contigo cada día, deja de ser miedo. Se vuelve familiar, luego deja de ser hostil, y entonces intentas encontrar la manera de relacionarte con él. No riego el suelo donde la planta del miedo se ha arraigado. Dejo que se seque. Lo mantengo seco, pero no muerto, a mi lado. Debo recordarme a mí mismo el temor con el fin de tener miedo.

En la tierra en que nací, ellos han matado a mucha gente. Cuando era un niño iba a ver cuerpos de personas asesinadas. Me hacían sentir grande, un adulto. Aprendí a reconocer la forma en que fueron asesinados. Por las manos heridas de los cadáveres comprendí que habían cubierto sus caras con sus manos. Es un instinto. Nadie cree que la carne de sus manos pueda salvarlo de la bala de una nueve milímetros o de un fusil AK-47, pero el instinto es lo primero. Así como alguien que conduce a toda velocidad contra un muro suelta el volante en el último segundo para cubrir su rostro, una persona que está a punto de recibir un disparo en la cabeza hace lo mismo. Más tarde aprendí que los olores te dicen muchas cosas: si sientes el olor del pescado podrido cerca a un cuerpo asesinado, significa que comió pescado poco antes de morir. Si sientes el olor agrio de la basura, entonces comió frutas o carne. Sientes el fuerte olor de la comida cuando a la persona le dispararon en el estómago y varias veces en el pecho. Por la orina y la mierda alrededor de un cuerpo, puedes decir que murió en agonía. Cuando le disparan en las piernas y el abdomen o en el pecho, y las balas no golpean inmediatamente los órganos vitales, el cuerpo tiene tiempo de temer y orinarse y cagarse sobre sí mismo. Y luego ves el rigor mortis de la verga. Lo que me impactaba como niño era ver esa ridícula y obscena erección post mortem que se derramaba de los pantalones de los asesinados en verano. Es común morir durante el verano porque el público está prestando menos atención. Ellos también matan en el verano porque la gente sale más a menudo; incluso, si estás encerrado, escondido por el miedo, el calor te obliga a salir de tu guarida.

Siempre pensaba, mirando esos cuerpos, que sería mejor ponerle fin a esto rápidamente, en una calle aislada, tú y tu alma. Morir solo como viviste: solo.

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Comencé a escribir sobre La Camorra para vengarme de ellos. Creo que es la mejor manera de devolver todo el mal que han hecho y siguen haciendo, como envenenan la tierra con el tráfico de porquerías, destruyen la costa con construcciones ilegales, y dominan cada parte de la vida pública y privada de todas las personas. Traté de responder, de hablar y contarle sobre esto a tanta gente como pudiera.

Estaba seguro de que lo había hecho con mi escritura, de que había convertido las palabras en armas. Había triunfado porque los obligué a reaccionar. La luz que encendí produjo arrestos y atrajo a las cámaras de televisión de todo el mundo. Pero en cierto punto comencé a preguntarme: si mi trabajo me destruye, ¿valdrá la pena? ¿Vale la pena ahora, con siete agentes de la policía militar a mi alrededor las 24 horas del día?

Vivir en un país ansioso por maltratar a cualquiera que no corra riesgos es complicado. Los italianos aman expiar sus culpas a través de terceros. Como resultado, el país no tolera a aquellos que iluminan sus contradicciones y ponen el dedo en la herida. Los jefes de la mafia saben que tarde o temprano serán asesinados o condenados a vivir en prisión. No tienen alternativa. Ellos asumen su responsabilidad, y esto los hace únicos en un país donde nadie se hace responsable de nada. Es paradójico, pero se convierten en autoridad ante los ojos de la gente de estas zonas. Ellos pagan por su poder.

Tú entiendes que es momento de abandonar tu país el día que sientes que no morir se convierte en algo censurable. Oyes una letanía silenciosa: ¿no se suponía que debías ser asesinado por la mafia? ¿Aún sigues vivo? Después de haber logrado sobrevivir a una sentencia de muerte te conviertes en sospechoso. Si estás vivo, entonces realmente no los asustas. Alguna vez el Comité del Premio Nobel me invitó junto a Salman Rushdie a la Academia Suiza para hablar sobre nuestras experiencias. Él me dijo, “te culparán por no estar muerto”. No lo creí inmediatamente, pero eso es lo que sucede.

Esta es mi presentación. Esto es lo que soy. En este espacio los lectores encontrarán en los próximos meses historias sobre la mafia y la violencia, reflexiones sobre el poder y los mecanismos que hacen de las organizaciones criminales la vanguardia del capitalismo contemporáneo. Estas palabras son la prueba de que estoy vivo, y tengo la intención de que sea así por mucho tiempo. En el fondo soy privilegiado. Para un escritor es extraño que las palabras que escribe destruyan su vida; y es aún más raro que estas mismas palabras te regeneren.

Roberto Saviano es autor de los libros ‘Gomorra’ y ‘Cero Cero Cero’. Desde esta edición, será columnista permanente de nuestras páginas. Síguelo en Twitter.