“En aquella época siempre se decía que Radical no era una discoteca, era una estilo de vida”, dice Joma. Tiene 34 años y, desde los 19 y hasta que cerró definitivamente, en 2010, estuvo yendo cada sábado a Radical. “Empecé a escuchar bakalao desde bien pequeño, con 10 años. Pero no fue hasta 2004 cuando fui a Radical, después de haber ido a otras discotecas como Family. Cuando conocí aquello dejé de ir a otros sitios. La gente y el ambiente me encantaron. Era una de las pocas discotecas donde ibas en buena parte por el parking. Igual te pasabas seis horas allí y luego entrabas a la discoteca a seguir. Incluso conozco gente que, con la entrada comprada, ni pasó a alguna fiesta porque prefirió quedarse en el parking, con el maletero del coche abierto y la música sonando”, añade.
La discoteca Radical marcó un antes y un después en la cultura de club de la meseta, cogiéndole el testigo a la Ruta del Bakalao y trasladando su espíritu desde el Levante al centro de la península. Abrió sus puertas en el 90 en Alcalá de Henares y tras algunos problemas con el ayuntamiento por licencias que incluyeron delitos de amenazas y fiestas esporádicas en salas como la Groove de Pinto o en la Cubierta de Leganés, la discoteca se trasladó en 2002 a la provincia de Toledo, entre las localidades de Torrijos y Rielves.
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Durante los años que mantuvo abiertas sus puertas y a lo largo de las distintas épocas por las que pasó, Radical se convirtió en referencia de la música electrónica mainstream en general y del subgénero del poky en particular ya en su última etapa. Jara tiene 36 años y vivió la primera época de la discoteca: “Solía ir hace muchísimos años, durante el 97 y 98, al primer Radical que hubo en Alcalá de Henares. Estaba en un polígono industrial, en lo que después fue un puticlub que se llamó Private. Fue una de las primeras discotecas a las que fui en mi vida, tendría 14 años e iba todos los fines de semana que podía, además de nochebuenas y nocheviejas”, comenta.
“En esos años, los últimos 90, no se hablaba aún tanto de poky [un género con el que Radical se asoció después] sino de Ruta del Bakalao o Ruta Destroy. Era lo que había llegado a Madrid del Levante. Y, aunque no me enteraba demasiado porque era muy pequeña, la gente se lo flipaba muchísimo con aquello. La mayoría venían del entorno del Attica, que era otra discoteca del rollo fundada antes, y para ellos era un estilo de vida. En un principio era un ambiente de fiesta, de ponerse hasta el culo, de bailar y donde todo el mundo parecía llevarse bien pero llegados a un punto la cosa cambió y el rollo bakala se empezó a fusionar con el neonazi y la historia se puso muy violenta. Todo eso mezclado con la euforia del ponerse hasta el culo de drogas, porque ahí la gran mayoría de la gente se ponía del revés”, añade.
Joma empezó a ir a Radical más tarde, ya con la mayoría de edad cumplida. Y, aunque reconoce que el consumo de drogas era una realidad allí, también dice que en España siempre ha sido un clásico asociar la música electrónica al consumo y que no es una regla que se cumpla necesariamente. “No vamos a negar que el consumo de sustancias estaba ahí y que era parte de la diversión, pero yo conozco a mucha gente que se movía en esos ambientes y que nunca ha consumido”, dice.
Edu, otro de los chavales que se pegó sus primeras fiestas en Radical, de 27 años, comenta que “sí que es cierto que mucha gente hablaba mal de Radical o del rollo de la gente que iba, pero porque no la habían pisado en su vida o porque habían tenido alguna mala experiencia puntual. Pero, al fin y al cabo, eso te puede pasar en cualquier discoteca a la que vayas”, concluye.
Joma cree que, además de esa asociación que se hace casi de manera automática en nuestro país entre la cultura de club, la música electrónica y el consumo de drogas también entra en juego otro factor que influía en su desprestigio: el estético. “Primero ocurrió con el bakalao, cuando la gente que lo escuchaba a finales de los 90 tenía un estilo más macarra. Después, en los últimos 90 o 2000, llegó el poky y se forjó una nueva tribu urbana, los llamados pokeros. Yo entré en contacto con aquello en Radical. Veía a toda la gente que bajaba a Torrijos sobre todo del sur de Madrid, llenos de oro, con la cazadoras Chevignon y me contagié de aquello. Me empecé a poner los pendientes de oro, el piercing del labio de oro… Supongo que estaba mal visto por los que estaban fuera de aquello, claro, y ahora cuando veo mis fotos de aquella época pienso ‘madre mía’. Pero en aquel momento fui muy feliz. Me encantaba”, dice.
Jony es asturiano, tiene 28 años y con 17 fue por primera vez a Radical. “No la frecuentaba mucho porque vivía muy lejos pero de vez en cuando organizábamos alguna escapada a Madrid para ir. En Asturias no teníamos —ni tenemos— nada similar, las discotecas aquí estaban y están muertas, así que cada vez que iba a una macrodiscoteca como Radical intentaba disfrutar al máximo”, cuenta.
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Cuando le pregunto qué hacía especial a Radical además del despliegue de medios que llevaban a cabo sobre todo en su etapa toledana —llegó a tener grúas para hacer puenting, globos aerostáticos, avionetas tirando agua y camisetas, piscinas, atracciones— y de los DJ que allí se daban cita —desde DJ Marta a Tiestö pasando por Vicente One More Time o Napo— Joma dice que la cercanía de sus gestores.
“Lo que hacía especial a Radical era, en parte, la cercanía de sus promotores. Sus caras aparecían en los flyers y podías verlos de fiesta, disfrutando como uno más, cosa que no es habitual en otros sitios. Ese cachondeo que tenían los jefes se transmitía al público y se contagiaba. Radical no iba solo de música: también era el cachondeo, hacer amigos en el parking —yo, de hecho, conservo muy buenos amigos de entonces, que a veces veo en fiestas remember o con los que quedo—, hablar con todo el mundo…”, dice.
Jara recuerda la primera vez que fue con 14 años, como algo que en aquel momento le pareció una auténtica hazaña. “Tendría 14 años y según llegué me metieron una pastilla en la boca a mí y otra a cada una de mis colegas y no me acuerdo de mucho más. Me lo pasé pipa, o al menos lo que yo consideraba que era pasarlo bien en aquel momento. Me gustaba mucho la música y me parecía una hazaña estar allí, me sentía mayor y chunga, casi intocable. Pero también tengo malos recuerdos: no saber muy bien qué hacer con los pedos que me cogía, sentirme vulnerable porque no tenía ni idea de cómo iba la historia de las drogas… También tengo algunos recuerdos de violencia, cuando veías que llegaba un grupo de nazis y sabías que podía haber una pelea en cualquier momento. Una nochevieja tuvimos que salir corriendo porque un chavalillo jovencísimo sacó una pistola, que no sé si era de fogueo o no, pero parecía real y fue en medio de la pista. Fue la última vez que estuve por allí”, recuerda.
De hecho el propio promotor de Radical, Alejandro Conde, fue acusado de tráfico de drogas e ingresó en prisión. Lo último que aparece de Conde en internet es un anuncio de Loca FM donde se habla de un libro llamado “Madrid, un sinvivir”, a caballo entre la novela y la crónica y escrito por él. Hay decenas de foros en los que se comentan las causas de su detención y se recuerdan los años buenos de Radical.
De aquellos tiempos solo quedan algunas fiestas remember –la Naranja, una de las más míticas, se sigue celebrando en distintos emplazamientos, el último de ellos en la Cubierta de Leganés—, el recuerdo de cuando el poky fue tendencia en España, alguna foto en el espectacular decorado de Torrijos y algún que otro tatuaje de la calavera con la rosa en la boca, el logotipo de la mítica discoteca.
Joma, que dice que en los últimos años estamos viviendo un revival de aquello, una puesta en valor de lo que ocurrió en la meseta inmediatamente después de la Ruta Destroy, aún conserva en el cuarto que tiene en casa de sus padres decenas de los flyers de entonces. “No los pienso tirar, aunque mi madre ha amenazado con hacerlo muchas veces. Para mí ya son una reliquia, como los temas de entonces, que aún guardo en CD con sesiones que me descargaba en el ciber o en los recopilatorios que publicaban y que podías comprar en la Fnac o en el Carrefour”, dice. Cuando va a alguna de las fiestas ya nostálgicas en la que se pinchan esas sesiones, cuenta, casi siempre se encuentra con algún conocido de entonces, con los que se comunicaba por SMS para quedar en el parking de Radical, porque los teléfonos aún eran en blanco y negro.
Sigue a la autora en @anairissimon.
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