QUIÉN: Soy una pringada
QUÉ: Angustia adolescente en estado puro y una pasión desmedida por los Drag Queen y los Smiths.
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POR QUÉ ME DEBERÍA IMPORTAR: Todo el mundo sabe que ser tú mismo es bueno, ¿no? Que nadie te tiene que decir cómo te tienes que comportar o cómo te tienes que vestir. Está claro. Pero también es verdad que toda esa mierda hoy en día no es más que un cliché muy manido que se dice por decir. Sigue habiendo modas, tendencias, cosas que se llevan y que no y las redes sociales solo sirven para homogeneizarlo todo aún más. En el fondo todos nos guardamos de decir o hacer ciertas cosas para que no nos juzguen -aún más- las personas que nos rodean. Por eso cuando Soy una pringada se pasa diez seguidos insultándose a sí misma como quien ve crecer la hierba, sin darle importancia al asunto y hablando de sus problemas como si nada sabes que estás ante algo realmente guay.
La primera vez que vi su canal pensé que básicamente se trataba de angustia adolescente en estado puro. Vale sí, a priori es lo que es: «el grunge cambió mi vida», reacciones exageradas a problemas cotidianos y decir «me suicido» cada dos por tres como si nada.
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Yo, que cuando tenía quince años llevaba el pelo largo, camisas de franela, camisetas con la cara de Kurt Cobain, pantalones muy, muy rotos y me pasaba el día buscando música que se pareciese ni que fuese remotamente a las bandas que salían en The year punk broke, me sentí inmediatamente identificado: como tenía quince años en 2007 y no en 1994, no tenía muchos amigos y los intereses que podía compartir con el resto de chavales de mi edad tendían a cero. Digo chavales porque como ya os imaginaréis, mi relación con las chavalas era otra de las cosas que también tendía a cero.
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Puede que a mucha gente le produzca rechazo, que a muchos les incomode la frivolidad con la que habla de cosas realmente crueles, la facilidad con la que insulta y desprecia a los demás y (sobre todo) a sí misma, y quizás algunos no entendáis eso de STOP HETEROS. Yo tampoco, pero qué queréis que os diga, es hipnótica. Tiene algo que hace que pueda pasarme veinte minutos escuchándola divagar sin parar.
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Pero eso sigue sin ser lo verdaderamente importante. Porque sí, vale, la teen angst sigue siendo la hostia y recordar cómo me sentí cuando con trece años vi por primera vez un videoclip de Nirvana cada vez que oigo eso de «Hola cachos de mierda» tiene su gracia, pero lo que realmente enseña Soy una pringada es que en esta vida lo único que importa es ser uno mismo y estar a gusto con eso. Y en esto entra en juego su amor por los drag queens.
Tal y como dice en uno de sus últimos vídeos, los drags le enseñaron a aceptarse a sí misma, a empoderarse a través de la transformación y no tener vergüenza a exponerse como realmente es. En una sociedad tan obsesionada con dar la imagen «correcta», los aesthetics, tener las redes sociales más cuidadas y demás, ser realmente uno mismo y atreverse a serlo siendo, realmente, una pringada, es, como diría ella misma, lo puto más.
Soy una pringada es lo que a mí me hubiese gustado ser si cuando tenía quince años, en vez de pasarme los fines de semana caminando solo por el centro de Barcelona, hubiese tenido una webcam y cojones, solo por eso ya merece la pena. Ah bueno, y si quieres aprender a maquillarte como una drag queen con maquillaje del chino también.
Puede que, como a todos, el tiempo la acabe convirtiendo en una pieza más de la «gran máquina» y sus «Hola cachos de mierda» no sean muy diferentes de los «Hola corazones» de Ane Igartiburu, pero siempre nos quedarán aquellos vídeos en los que su resentimiento contra el mundo y su paradójica capacidad de insultarse y aceptarse a sí misma a la vez eran puros como el rocío de la mañana.
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