Ronda Rousey tiene los mismos problemas en la WWE que en la UFC

Rowdy Ronda Rousey comenzó su carrera oficialmente en la WWE al igual que en la UFC: dándole un vuelco a la escena femenina en el medio, y ganándose toda la atención de los reflectores en un momento que probablemente se debería compartir con todos los que trabajaron duro para hacer posible su ascenso.

Momentos después de que Asuka, la leyenda en ciernes, ganara el primer Royal Rumble femenino el domingo por la noche, una exhibición épica de las 30 mejores luchadoras del pasado y el presente, apareció Rousey. Vestida con la chamarra de cuero característica de su tocaya Rowdy Roddy Piper, caminó al ring para interrumpir el momento de gloria de Asuka con un reto sin palabras y con un guiño a la WrestleMania. Los logros de la mujer con la racha ganadora más larga en la historia de la WWE se quedaron atrás por la mera presencia de otra mujer cuyo principal salto a la fama es estar invicta en un universo diferente. Después del espectáculo, la WWE la anunció oficialmente como su nueva firma. “Esto es mi vida ahora”, prometió Rousey en una entrevista con ESPN. “Esta es mi prioridad para los próximos años”. Esto no es un juego; esto no es un truco publicitario”.

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Todo lo que hace Rousey, tanto el salto a la WWE como la manera en que se presentó, han sido controversia. Las historias sobre el debut de la ex campeona de peso gallo femenino de la UFC variaron, desde titulares exagerados y críticas de veteranos de la WWE, hasta especulaciones sobre una recepción tibia de sus nuevas colegas y la inevitable controversia en Twitter. Y todo esto tiene sentido cuando se trata de Rousey.


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Poco después de empezar su carrera como luchadora profesional, ya se las arregló para convertirse en la mejor: es demasiado pronto, emocionante, pero a la vez agotador. Fue una combinación que nunca encajó muy bien con el mundo de la MMA, pero que tiene potencial en una esfera donde las líneas entre el héroe y el villano ya no se dibujan con tanta claridad.

Al menos en espíritu, se podría decir que Rousey siempre ha sido en parte luchadora profesional. No tiene los antecedentes físicos ni prácticos de sus predecesores de la lucha libre/MMA como Dan Severn y Ken Shamrock, quienes entrenaban, peleaban y actuaban al mismo tiempo en combates con y sin guiones. Tampoco se ha movido entre los mundos como su antiguo y futuro colega Brock Lesnar. (Sin embargo, ha prometido más que Quinton “Rampage” Jackson en su breve carrera de la TNA.) Sin embargo, sí creció luchando con amor, con modelos a seguir como Piper y Gene LeBell, y siempre ha habido un toque de exageración en el espectáculo de su persona pública.

No obstante, existen muchas razones para odiar o desconfiar de Rousey que no tienen nada que ver con sus esfuerzos por practicar un deporte que aún no sabe si realmente quiere ese tipo de personaje o no, y su éxito como la superestrella de la WWE dependerá en gran medida de cómo lo manejen. Lanzar a cualquier novato para la final de uno de los espectáculos más importantes del año y exigir una oportunidad mayor es pedirle peras al olmo. Darle a Rousey ese papel cuando sus actuaciones más recientes dentro o fuera del octágono no han sido particularmente estelares podría ser nocivo. Ponerla como una amenaza completamente legítima para Asuka, o para la Campeona Femenina Raw Bliss y la Campeona Femenil de SmackDown Charlotte Flair, cuando sus dos últimos oponentes de la UFC la destruyeron física y psicológicamente, devaluará innecesariamente toda la división femenina de la WWE justo cuando están empezando a recibir el reconocimiento que se merecen como atletas.

Sin embargo, si Rousey y sus jefes están verdaderamente dispuestos a enfrentarse a su complicado legado, existe la posibilidad de que la luchadora se convierta en el antihéroe que siempre ha amenazado con estar en la UFC. Al caminar hacia ese ring con la chamarra de Piper, como una niña que se estaba probando la ropa de sus papás, mientras el equipo la aclamaba como alguien que solía ser la mujer más peligrosa del mundo, Rousey siguió casi tan atractiva como exasperante: caprichosa y engreída, una mujer cuya inflada reputación se yuxtapone con su realidad más limitada, luchando literal y metafóricamente por vivir a la altura de su propia mitología, tratando de interpretar a la villana mientras se pregunta por qué no la perciben como la héroe.

Los fans de la lucha libre y de la MMA amarán odiar a Rousey sin importar lo que haga. Si quiere que la tomen en serio depende de ella y de la WWE.