Durante el show de Girorgio Moroder en el Corona Capital escuché que varias personas a mi alrededor coreaban ofendidos “Güeeeey ¿qué hace? ¡Que se vista!” Y es que, encima de uno de los soportes del techo del escenario, estaba un buen hombre, con un cuerpo no muy agraciado, topless, agitando una bandera y enseñándonos intermitentemente el culo a todos. Primero pensé que esos comentadores eran bastante fáciles de escandalizar, ¿y cómo no? si la sociedad mexicana es terriblemente mocha y apretada… Pero ¿dirían lo mismo si estuviera buenísimo?, ¿y si fuera morra?, ¿y si fuera una morra que está buenísima? Tal vez siempre habría alguna queja, ‘tons ¿qué es lo que ofende tanto? Luego me acordé del desagrado que sentí cuando dos cuerpos gelatinosos y sudados chocaban contra mí mientras trataba de bailar con Thom Yorke. Tal vez a algunos les ofende la vista y a otros el tacto, pero el punto es que a nadie le gusta que lo obliguen a digerir algo que no quiere.
El exhibicionismo no es lo mismo que el nudismo (como tampoco lo es la invasión del espacio vital ajeno); el nudismo está regulado y tiene espacios delimitados para practicarlo, el exhibicionismo es para el pervert, para el que se quiere mostrar a otro donde definitivamente no debe y, generalmente, busca escandalizar.
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Yo soy muy adepta a hacer experimentos antropológicos (soy medio chingaquedito, pues) y me encanta ver cómo reacciona la gente ante “situaciones inesperadas con carga sexual” (¿ven? lo hago en aras del conocimiento), por lo mismo he tenido momentos de exhibición bastante divertidos y estimulantes pero, como cuando atropellas a un viejito, nunca me he quedado a ver qué pasa después.
En el DF los actos de exhibicionismo —actos sexuales o desnudos en público con toda intención de que te vean— están penados con multas y/o hasta 36 horas de cárcel, y si hay menores o discapacitados presentes la cosa se pone más hardcore porque el delito ya es federal. (Por cierto, la ley de “faltas a la moral” ya no aplica en el DF desde el 2006, así que si algún poli los agarra fajoneando en el coche y los amenaza con remitirlos al MP o llevar su coche al corralón, ustedes se me quedan quietecitos en su auto —que es propiedad privada—, se identifican desde ahí y le explican amablemente al “oficial” que más le convendría meterse un Ass Master porque no les puede hacer nada).
Tal vez, lo que resulta insultante de estas prácticas es la violencia que se impone a nuestros sentidos y que es bastante parecida a cuando terminas casi abrazada por un dude cualquiera en el metro, o cuando algún fan de David Guetta quiere presumir sus nuevos buffers y deplorable gusto musical (¿por qué nunca te invaden con Radiohead o Nicolas Jaar?).
Insisto, entiendo que a nadie le gusta que lo obliguen a ver algo que no quiere (yo tampoco soy adepta a los hombres con chichis de niña de 12 años), pero en este caso específico, creo que girar tu cabeza hacia el otro lado es suficiente. Así que, qué tal si le bajamos a la apretadez y le damos más chance a la desnudez adulta que no daña realmente a nadie.
Si lo suyo no es violar normas, láncense a una playa nudista; si lo que les preocupa es estar fuera de contexto, vayan a un table y enseñen el culo o las chichis ahí; si les laten las vitrinas, simplemente échense un rol desnudos en el coche; si les atrae el exhibicionismo como deporte extremo quítense la ropa en la parada del metro Cuatro Caminos a hora pico; si ven en él una forma de conectarse con su cuerpo y la naturaleza, dense una trotadita en pelotas por los Viveros; si quieren sacar de onda a la banda, encuérense en el Home Depot y siéntense en uno de los escusados de muestra.
Si hacen alguno de estos experimentos antropológicos, escríbanme y cuéntenme cómo les fue (obvio manden fotos), y si un día van por la calle y ven a una morra encuerada en un coche, frenen y díganme que les gusta mi columna.
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