El gallego Alonso abrió un bar en el Prado, justo frente al palacete donde murió atragantado con una ciruela, mientras reía, Julián del Casal, y lo bautizó como “El Mugriento: ron para escritores y otras lacras”, así que apenas caía la tarde íbamos y pedíamos siempre lo mismo: whisky a la roca, poníamos en el celular un reguetón de los duros, ese que decía “soy un loco, soy un quemao, no creo en nadie porque estoy arrebatao” y nos extasiábamos mirando la foto de Borges, Lezama Lima y T.S. Eliot sentados en torno a una mesa con una botella de Havana Club en el centro. Lo que más nos sorprendía era la imagen de la Yourcenar subida en el mueble con una pierna muy levantada, bailando el cancán, mientras Lezama y Eliot hacían malabares para atisbar debajo de la falda de la francesa.
Lo más raro de todo, pensándolo bien, era que Borges, ajeno a tales devaneos, leía la edición cubana de Memorias de Adriano traducida por Cortázar. Aunque no estábamos seguros de si los cuatros escritores habían coincidido alguna vez en un bar donde ofertaran Havana Club, sí sabíamos que Borges no gozaba de muy buena vista.
Videos by VICE
Así que cuando ya estábamos algo achispados, Karla, la más audaz del grupo, le susurraba a Alonso:
—Gallego descarao, esta foto está trucada, aparte de que eres un puñetero machista, qué casualidad que la que aparece bailando el cancán es la única mujer… quita esa foto si no quieres que te destrocemos todo este antro de mierda.
—Por favor —balbuceaba Alonso y nos regalaba el whisky para que no le espantáramos a los turistas que entraban a ese local, el más culturoso de La Habana, y le tiraban fotos a la foto que a las claras se veía que había pasado por photoshop, pues Lezama ya no estaba gordo y Eliot, en vez de un traje oscuro, vestía un jean de marca y un pulóver entallado que dejaba ver bíceps de fisicoculturista.