“En democracia, muchas veces no es que tú hayas ganado, es que el otro ha perdido”. Esta frase era una de las más repetidas por uno de mis profesores durante la carrera y, a tenor de los resultados de ayer, no puede ser más cierta. El PSOE, un partido que hace escasos 5 años estaba en estado vegetal tras su penosa gestión de la crisis durante la segunda legislatura de Zapatero y su aún más penosa gestión de la oposición durante las dos legislaturas de Mariano Rajoy, salpicado por uno de los mayores escándalos de corrupción de España y sumido durante todo ese tiempo en una guerra interna entre diferentes facciones coronada por momentos esperpénticos, como cuando Forocoches envío primero a un repartidor de Telepizza y luego unos maricachis a Ferraz cuando los barones socialistas estaban echando a Sánchez, ha conseguido un 75 por ciento de los votos, que se traduce en 123 escaños.
La alerta antifascista que lanzó Pablo Iglesias tras las elecciones andaluzas no ha tenido el resultado que esperaban en Podemos. O sí, pero no para ellos, que no han sabido capitalizar el voto del miedo (en este caso, el miedo a la ultraderecha), como tampoco supieron capitalizar las horas más bajas del PSOE para convertirse en la principal fuerza de la izquierda española, una posición a la que el voto joven y el voto de los desencantados con los socialistas (que no eran, ni son, pocos) podrían haberles aupado fácilmente de no haber estado enfrascados en mil y una luchas internas, peleas de siglas, de egos y de detalles ideológicos.
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Eso y que antes que darle la estocada final a un PSOE tocado y casi hundido, consideraron que era más inteligente buscar una alternativa a la portuguesa, sin darse cuenta de que a los socialistas lo que les interesaba era una salida a la francesa: un gran Gobierno proeuropeísta, liberal en lo económico y progresista en lo social, con el que seguir cambiándolo todo para que nada cambie. Y no es que los de Pedro Sánchez no hayan avisado durante todos estos años. Paradójicamente, el problema del partido que trajo el populismo al centro de la atención política y mediática ha sido incapaz de hacer lo que están haciendo los partidos populistas en toda Europa: ganar a costa de los socialdemócratas.
Como ya dijo hace unas semanas Daniel Bernabé, el PSOE es el culpable de la abstención y lo hace tan mal que le pone en bandeja las elecciones a la derecha desmovilizando al electorado socialista. Pero como decía más arriba, no es tanto que tú ganes como que el otro pierda, o por rizar un poco el rizo: no es tanto que tú ganes como que te dé tanto miedo lo que pueda venir que prefieras pegarte uno (o 123) tiros en el pie a dejar que Santiago Abascal se siente en La Moncloa.
“En democracia muchas veces no es que tú hayas ganado, es que el otro ha perdido”
El PSOE ha seguido los pasos de Rajoy: dar voz en sus medios afines a un malo maloso (en su momento Podemos, hoy VOX) con el que movilizar al electorado que habían perdido por el miedo generado por la llegada al Congreso de esa nueva formación, ya se sabe: “más vale malo conocido que malo por conocer”. Hemos pasado del monstruo morado al monstruo verde siguiendo la misma mecánica: un voto sin ilusión, sin ganas, pero, supuestamente, necesario.
De hacernos saber eso se ha encargado la perfectamente orquestada (o al menos lo parecía) campaña provoto que ha creado alianzas imposibles entre activistas marginales, influencers, periodistas concienciados y anónimos con ganas de aportar algo, que coincidía con el motor de la campaña del PSOE. “Vota para frenar al fascismo”, parecía decirnos, como si Pedro Sánchez fuese el líder de un nuevo y refrescante partido y no el actual representante de un partido político que ha gobernado España la mitad de años que gobernó Franco y que nos ha traído cosas maravillosas como la entrada en la OTAN, la conversión definitiva de España en un país del sector servicios, las grandes privatizaciones, la entrada de las empresas de trabajo temporal, los CIE y todo un sin fin de maravillas de las que parece que no nos acordamos.
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Podemos intentó una ofensiva final contra el PSOE apretándole con el tema Villarejo, sacándole a Sánchez sus ganas de pactar con Ciudadanos en el debate de RTVE y los medios de la izquierda comprometida decidieron que era también un buen momento para hablar del monopolio de los medios o de las cloacas del Estado para ayudar en ese empujón, pero no sirvió de nada. Ya estaba todo el pescado vendido. La crisis de Galapagar, el escándalo Más Madrid y alguna que otra patinada más habían hecho que el rebotado del PSOE volviese al redil.
¿Y VOX? Poco se puede decir que no se haya dicho ya. Aunque por otro lado, y sin ánimo de normalizar nada, ¿no es en sí normal que una sociedad de la que no nos cansamos de decir que es machista, racista, carca, etc., tenga un partido que la represente tal cual es? ¿No han sido quizás años y años de negar la mayor, de intentar incluso negarle la existencia a esa realidad incómoda pero patente, la incubadora perfecta para que un partido como VOX llegue al Congreso? En toda ideología política, sea del signo que sea, democrática o no, parece haber una pulsión totalitaria que viene a decir algo como “déjame a mí, que tú no sabes”, que pretende que toda una sociedad, con sus millones y millones de personas y sus infinitas aristas, pasen por un embudo muy, muy estrecho. No se pone en duda que el resultado de ese proceso sea más justo que la situación previa, pero sin duda, en la creencia de que, pongamos por caso, un antiabortista no tiene derecho a representación política porque la sociedad, esa entelequia, ha avanzado supuestamente hasta unos niveles en las que estas posiciones son inaceptables y no se pueden proponer, estamos sesgando la realidad.
De hecho, estamos creando una realidad paralela con la que no puede haber interacción posible. Es algo, en el fondo, muy cristiano: está Dios y el demonio y lo que no es de Dios, tiene que ser del demonio. Esa ha sido la gran arma de VOX, el voto del hastío, el “total, me van a llamar facha igual”, el voto del descontento. Pero no del descontento con un sistema político, económico o social, sino con un sistema cultural (el del consenso progresista) en el que hasta el Partido Popular (un partido tildado hasta la saciedad de fascista, franquista, retrógrado, etc.) se ha comportado como un partido socioliberal más y solo hace falta ver lo que le pasó a Gallardón cuando intentó cambiar la ley del aborto para darse cuenta.
Pedro J. Ramírez afirmaba ayer en RTVE que VOX era un problema porque atacaba el consenso constitucionalista y, efectivamente, la brecha en ese consenso ha sido y seguirá siendo el principal aliciente del voto a VOX, algo que mientras no sea capaz de ofrecer la nueva izquierda desde sus propias perspectivas no va a sacarles de su sumisión al PSOE. Mientras VOX sea un problema que haga falta resolver no le hace falta ganar, solo seguir atacando a los tabúes del consenso y seguir victimizándose a sí mismos y a sus votantes no para ganar, sino para forzar unos debates en los que nadie quiere entrar que les permitan seguir en la brecha.
“La brecha en el consenso constitucionalista es y será la principal baza de VOX”
Por otro lado, es esa misma brecha la que ha situado a los de Abascal en el centro de la campaña electoral: han sido ellos los que han puesto sobre la mesa los temas de campaña. De hecho, han sido ellos el tema de campaña. Además, el plantear temas que estaban totalmente fuera de los planteamientos habituales de los partidos, obligaba al resto de partidos a posicionarse en cosas que o bien ya daban (y dábamos) por sentadas, o bien a escurrir el bulto, o bien a inventarse una postura. De ahí que, por ejemplo, hayamos pasado de “las dos Españas” a las infinitas Españas (la de los trabajadores, la de los derechos sociales, la de las minorías, la del mercado, la de los emprendedores, la de las libertades individuales, la plurinacional, la una grande y libre…) en un ejercicio de reflexión sobre el Ser de España que no se veía desde Ortega y Gasset. Lo mismo se puede decir de cada uno de los temas de campaña.
Para VOX cualquier resultado era una victoria y 1 400 000 no son pocos votos (y pueden ser muchos representantes en las elecciones europeas que son de circunscripción única), además de confirmar que la extrema derecha (ya sea en forma de partido o en forma de propuestas) no solo ha entrado en el Congreso, sino en la vida de la sociedad española para quedarse.
Mientras tanto, el nuevo centro y la vieja derecha, Ciudadanos y el PP, confirman sus propias limitaciones en un momento de extrema polarización social. Por mucho que una parte de los comentaristas políticos aseguren que las opciones moderadas siempre van a sacar más votos que las opciones extremas, lo cierto es que entre los votantes de ambas opciones, como entre los votantes del PSOE, lo que hay es una fagocitación de las opciones de lo que tienen a sus respectivos extremos y lo mismo hacen los partidos.
Por mucho que se diga que el Partido Popular gana cuando tiende al centro, lo cierto es que su viaje al centro solo ha hecho que alimentar a VOX y a Ciudadanos, que a su vez no puede competir con el gran partido del centro español, que no es otro que el PSOE, a quien solo le hace falta copiar las políticas de la nueva izquierda para seguir vendiéndonos al mejor postor, pero siempre con una buena sonrisa y esa pinta de “lo estamos haciendo lo mejor que podemos, pero de verdad que la cosa está muy mal” que llevan poniendo los últimos 40 años.
En fin, con la campaña finiquitada, solo queda esperar que formen Gobierno y hagan algo, aunque si las cosas pintan igual que durante los meses de gobierno “interino” de Sánchez, lo único que podemos esperar son muchas noticias sobre la exhumación de Franco, un poco más de lenguaje inclusivo y el mismo alquiler imposible de pagar con tu trabajo precario que tenías antes de que gobernase.
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