Música

I can’t speak a shit

Hace unos días escuché el Mountain Battles de The Breeders. Siempre me he preguntado por qué a Kim y a Kelley les gusta cantar en idiomas que no entienden. Me gusta eso. Me puse a pensar en cómo decidieron hacer “Regálame ésta noche”. Escribí esto:

El Capiro es el único lugar en el Este de Los Ángeles donde se puede fumar. El departamento de policía está justo enfrente, cruzando la calle. Distancia oficial para hacer de cualquier localito una sucursal autónoma recreativa. Un terreno neutral, que no pertenece ni a America ni a ningún otro lado. Siempre está lleno de testosterona, eso pasa cuando los complejos de un hombre se pretextan con una pistola. Puedo medir el tiempo que llevan aquí por la cantidad de colillas amontonadas. No son policías, son detectives [más testosterona].

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Jugar billar y tomar cerveza Modelo en un lugar de acento latino no tiene caché, pero hay ceniceros en las mesas. La rocola toca un swing y apenas son las once. De todos modos en ésta mesa sólo hay cerveza sin alcohol… Por ahora. Los detectives ya se están nalgueando entre si.

Se acerca el mesero. Kelley le dice algo al oído. Yo intento no escuchar lo que pide. Al fondo, un chicano de tercera generación intenta instruir a una dumb blonde al Kamasutra o al billar. Los juegos de estrategia no se me antojan. Donde hay drogas, no puedo pensar en geometría, y mucho menos donde hay sexo. El mesero trae cuatro shots de algo que seguro es tequila. A mis veintidós podía pasar por rehab siete veces al año, pero los ochentas me quedaron mal. Cerveza sin alcohol para mí. Tequila para los demás. Sexo geométrico para los de la mesa de billar.

Me alejo del tequila en señal de tregua. Me lo tomaría por los ojos, si pudiera. “Hola, mi nombre es Kim Deal y me gustan las drogas”. Ya no puedo lidiar con eso. Camino entre los guardianes de los derechos del fumador. Sus ojos ya no ven hacia ninguna parte. Ven hacia adentro. Palmean sus espaldas en un aleteo continuo. Sus camisas están mojadas de sudor ácido. Siento unas nauseas imparables subir hasta mi garganta. ¿Qué pasa con la música?

La rocola siempre sirve para simular tener el control de algo. Dos quarters. Thats all it takes. Dos quarters y eres dueño de los oídos de todos durante tres minutos. Pongo algo en español. No sé qué es. Creo que el gusto por la música depende del lugar desde donde se escucha. Siempre se puede generar una cercanía extrañísima a algo muy ajeno a las orejas que tenemos pegadas en la cabeza. Mis orejas son muy pequeñas. Son casi invisibles. Y siempre estuvieron acostumbradas a escuchar palabras en español. En mi música siempre hay algo de eso. Un idioma masticado desde otra boca. No suena igual al español. Suena a lo que me sabe el español cuando intento repetirlo con mi lengua hinchada de inglés.

Algún concurrente confundido aprobó mi selección musical vociferando en ningún idioma. No sé lo que tienen estos lugares latino pero siempre hay algo que no entiendo. Nunca sé si me están hablando español u otra cosa. López canta el bolero abrazado de un maniquí que simula ser una mesera de Hooters. Absorto en su slow dance con Barbie Hooters, murmura sin torpeza las mismas palabras que salen de la rocola. Agarrado de unas nalgas de plástico López canta el bolero.

Pudieron haber pasado días. No sé qué hora es. Nuestro estado es perfecto para ir al estudio. Todos están borrachos. Nos vamos. “La Cienega Blvd. W 97th Place” le ordeno al taxista sin verlo a la cara. Intento escribir algo en el camino. Frases sueltas, siempre funciona. En el estudio, López saca de su pantalón una servilleta. Tradujo el bolero. “No dice lo mismo. Se escucha muy mal” murmura mientras se enchufa a su bajo. “Escríbela en español” le digo.

Mi guitarra eléctrica suena, pero trato de no desparramar el ruido. Hay algo que empieza a distorsionar el sonido y lo lleva hacia otra parte. ¿Hawai? Ya no hay un trío ahí. Tampoco un cantante de folk con su guitarra acústica. ¿Grunge? Kelley escupe palabras en un español tieso. No sabe lo que significan. Canta desde las nauseas en mi faringe. Canta con un cuchillo atravesándole el cuello. No es angustia. Es un sonido eléctrico. Hace y deshace nudos con su lengua pesada.

Las palabras se deforman en su boca como si no embonaran y salen de las bocinas en otro idioma. Hay una guitarra acústica que mantiene la limpieza del sonido y regresa el bolero que nunca se pierde. Medeles marca un beat muy discreto en la batería y ocasionalmente hace remates conteniendo su ego. Yo aúllo en la segunda voz mientras López intenta averiguar dónde integrar el bajo sin estropearlo todo. Es un desastre. Suena increíble.

Cuando le preguntaron a las hermanas Deal si sabían hablar español, Kim repondió sonriente, I cant speek a shit.